En la parroquia tenemos un belén enorme, muy trabajado en los detalles, que hace la delicia de niños y mayores. Al acabar la misa se acercan a disfrutarlo sin prisa; unos de pie en un banco que hace de tarima y barrera de protección; otros en brazos de mamá o papá. Las caras de admiración siguen la señal que marca el brazo con el dedo índice extendido: el humo que sale de la hoguera donde se calientan los pastores, el hilillo de agua que mueve la rueda del molino, las manos de la lavandera arrodillada junto al río que frotan los pañales, el pastor que esquila una oveja en el aprisco.
La iluminación se oscurece lentamente y se hace la noche, brillan la luna y las estrellas sobre el firmamento limpio y frío. Ahora se oye el canto del gallo y la luz vuelve a pasitos hasta que de el día luce de nuevo y todo se pone en movimiento.
Desde la noche del 24, un foco chiquitín alumbra con fuerza al niño en la cuna y lo convierte en figura destacada: allí convergen las miradas de la joven María y el apuesto San José; el buey y la mula le envuelven en un microclima con su aliento.
La chiquillería repasa todas las escenas una y otra vez, como si siempre fuera la primera, y sus padres responden a las mismas preguntas como si nunca hubieran sido hechas.
Hoy me he acercado con ellos, mezclado en el grupo como uno más de cualquiera de las familias; en silencio miraba donde ellos señalaban, mis ojos alternaban entre el belén y sus caras y, sin quererlo, me he hecho como ellos.
El pastor, la lavandera, el pescador, el vendedor, las ocas, la cabra, la señora en la ventana, todo sigue igual, cada uno en su sitio como el primer día. Pero ¡ay, mira allí al fondo! Y todos se inquietan, se arremolinan, estiran el cuello, alzan la mirada, buscan la novedad ¿qué pasa? En las montañas del fondo, por el camino que atraviesa el desierto hacia la ciudad y pasa por delante del palacio, han aparecido unas figuras ¿los Reyes? ¡qué vienen los Reyes! Para calmar los nervios que han alterado el grupo, uno de los padres les cuenta la historia del todoterreno del desierto, que leyó en el libro “El Belén que puso Dios” de Enrique Monasterio:
“Según aseguran en el Cielo, el primer camello (el todoterreno de los desiertos, que habría de ser cabalgadura de los Reyes Magos) fue diseñado por un comité de ángeles; y salió tan feo, con su mirada miope, sus jorobas grotescas y sus zancos enormes y descoordinados, que a nadie se le pasó por la mente que Yavé aprobaría aquel extraño proyecto. Sin embargo, a Dios le gustó su aire desgarbado, sus depósitos de combustible a la vista y la suspensión independiente en las cuatro patas. Y creó el camello de dos jorobas, y el modelo deportivo con una sola, al que llamamos dromedario”
Se ha hecho tarde, me voy; aún estoy a tiempo de enviar una rectificación a la carta que escribí a los Reyes y decirles que también quiero un todoterreno de dos jorobas, para poder llegar a todas las personas que lo pasan mal por las dificultades de la vida y, como ellos, llevarles un poco de consuelo, una chispa de alegría y algo de felicidad.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader