Para alimentar el gusanillo de una de mis aficiones, de vez en cuando veo el programa “Todo Caballo” de la televisión Canal Sur, a través de youtube. Para mí cumple tres condiciones interesantes:

Entretenido: la belleza del caballo va acompañada de la del paisaje andaluz, mostrada por una fotografía muy cuidada

Divertido: el presentador es ameno, imprime un ritmo ágil, divide el programa en varios apartados y cuando pasan de uno a otro, te quedas con ganas de más.

Formativo: aporta mucha información sobre el mundo del caballo; en cada programa aprendo algo de lo que me interesa.

El viernes por la noche nos alargamos en la sobremesa, el ambiente estaba distendido y surgía la conversación con facilidad. Poco a poco se levantó uno, otro y otro, hasta que todos acabamos delante de la tele, ya un poco tarde. Después del primer zapping no encontramos algo de interés, así que propuse ver uno de los programas de Todo Caballo: aplausos generalizados, poco más y me hacen la ola. No es que a ellos les guste, pero saben que a mí sí; son esos momentos de familia en que uno se siente comprendido y querido.

A la mañana siguiente nos juntamos el grupo habitual de los sábados para desayunar; es una costumbre que mantenemos desde hace tiempo. Contamos las novedades de la semana y arreglamos el mundo en aquellas partes más urgentes; pero siempre dejamos algo para la semana siguiente.

En esta ocasión les conté el impacto que me había producido la reacción tan bonita que tuvieron en casa la noche anterior, cuándo propuse ver un programa de caballos, y el sentimiento que despertaron en mí. Todavía tenía la palabra en la boca, cuando Ramón me cortó ¡vaya, uno fútbol, otro tenis y otro caballos! ¿Es que nadie ve algo normal en la tele? De repente, había pasado de sentirme acogido a sentirme rechazado, de ser querido con mis peculiaridades a ser arrinconado por ellas. Respiré hondo, aguanté el tirón y conseguí que no me afectara. Entendí que en su reacción primaria, había soltado una frase de una profundidad enorme, como el brochazo que llena el lienzo dejando la impronta del artista; si además la enmarcaba con el tono burlón que la dijo, de superioridad, con aire de malote perdonavidas, salía un cuadro digno del mejor museo. La conversación giró a otros temas, al acabar nos despedimos hasta la próxima semana. Pero el resto del día me acompañaron algunas preguntas para las que busco respuesta: ¿qué es “lo” normal? ¿quién lo decide? ¿por qué nos cuesta querer las particularidades de los demás?

Conozco bien a Ramón, es un tipo inteligente, de pensamiento profundo, que dedica su día a ayudar a otros dentro y fuera del trabajo, una persona buena. Pero tiene una pega, sólo una, aunque grande: no es como yo. Se lo he dicho unas cuantas veces, pero insiste en ser como él y se equivoca. Porque mis gustos son normales, mis aficiones son normales, incluso mis manías son normales. Claro que, si se esfuerza, aún está a tiempo. Desde aquí le envío una palmadita en la espalda ¡ánimo Ramón que tú puedes, que si te esfuerzas lo conseguirás… ser como yo!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader