Es agosto, el miércoles estábamos libres ¿hacemos algo? Y aprovechamos para organizar un plan los tres solos.

Quedamos en ir a algún sitio y pasar el día juntos; no importaba el lugar si no el estar.

Con diez años coincidimos en el primer año de Instituto; unos cuantos formamos una pandilla que sigue unida. Cada etapa ha tenido sus emociones, sus modos de divertirse, de compartir. Pasa el tiempo y descubrimos que no todo está visto, que somos capaces de gozar de la presencia del otro de un modo nuevo.

Salimos en coche y hablamos.

Paramos a desayunar en el siguiente pueblo y hablamos.

Continuamos viaje sin prisa y hablamos.

Arriba en la montaña encontramos un pueblo que nos gustó, dimos un paseo por sus calles y hablamos.

Bajo los soportales de la plaza mayor, a la fresca nos sentamos a comer y hablamos.

Cuando el personal del bar empezó a retirar las mesas, nos levantamos en busca del coche y hablamos.

Por el camino de vuelta visitamos dos pueblos, una vuelta rápida, y hablamos.

Antes de despedirnos, tomamos un algo fresco en una terraza con brisa reconfortante, y hablamos.

A los dos días, en el libro que leo me llama la atención un párrafo: “Para pasarlo bien no es necesario mucho. Una buena conversación es capaz de llenarnos de paz y dar la serenidad que buscamos.”

Define certeramente lo que fue nuestro “plan de chicos”.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader