El Camino de Santiago francés nos sitúa en el recorrido medieval que conectaba Santiago de Compostela con Europa. Nuestro objetivo era la segunda etapa, desde Roncesvalles a Zubiri, veintidós kilómetros entre prados, hayas, robles y pinos. Un magnífico escenario salvo la bajada pedregosa del final.

El miércoles pasado, antes de salir, fuimos a saludar a la Virgen en la Colegiata de Santa María, construida junto con el albergue-hospital entre los siglos XII y XIII con estilo gótico francés.

La mañana se presentaba apropiada para la caminata; el cielo parcialmente nublado y la sombra del bosque nos protegía del calor y animaba la cadencia de los pasos. El buen humor en el grupo se dejaba sentir; los relevos en cabeza facilitaban la conversación por detrás.

Paramos a comer en Bizkarreta, al final de la bajada desde el alto de Mezkiritz. Poco antes Víctor empezó a notar molestias en la rodilla. Durante la comida se le pasaron, pero en el arranque volvió el dolor y abandonó el camino en Lintzoain. Me quedé con él y continuaron los otros cinco.

Decidimos hacer auto stop para que no tuvieran que venir a por nosotros. Después de media hora, la suerte llegó en forma de un tipo asombroso. Paró para ofrecerse, buscó un espacio donde aparcar sin molestar la circulación, quitó las sillitas de los niños que llevaba en el asiento de atrás, se preocupó por la situación de Víctor; todo con animosidad y sin darse importancia. Nos contó que se ha instalado en el pueblo con la familia desde que teletrabaja. Los quince minutos de trayecto pasaron rápidos, en una conversación fluida, optimista. Se desvió para dejarnos en nuestro punto de encuentro. Nos despedimos con un apretón de manos, le di las gracias y me dijo: nada hombre, hoy por ti, mañana por mí ¡agur! Tanto disfruté de la conversación y de la cercanía de aquel navarrico, que me olvidé preguntarle su nombre.

La etapa tuvo más emociones: en la última bajada desde el alto de Erro a Zubiri, Martín se cayó; la herida en la rodilla frenó la marcha. Y cuando llegaron ¡el coche se había quedado sin batería!

Por la noche podría haber hecho un resumen cenizo del día; sin embargo, el buen sabor de boca del viaje en auto stop superaba todo lo demás.

Lamento no saber el nombre de aquel tipo, por eso me lo invento para despedirme de él y darle las gracias de nuevo: ¡Agur, Jesús Mari!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

12/07/23