Cuando estoy en Barcelona en casa de mi hermana, los domingos vamos a misa a una iglesia de franciscanos que está muy cerca. Se ha hecho tradición hacernos una foto de familia a la salida, el primer domingo que mi madre está allí cuando llega para pasar el invierno con ellos.
A la entrada de la iglesia, en el dintel está escrito el lema “Paz y bien” -en latín “Pax et bonum”- saludo generalizado en la familia franciscana y que ha impregnado la cultura popular en algunos ámbitos. Al acabar la celebración dominical, el padre Bernardino sale al atrio, saluda a cada grupo y nos despide con ese mismo deseo de que la paz de Dios nos acompañe y ayude a encontrar el bien que buscamos.
En 1206 Francisco de Asís decidió abandonar la vida confortable que le deparaba ser hijo de un próspero mercader de telas, con tendencia a la pompa y al lujo. Después de un tiempo de maduración, se despojó de sus ricas vestiduras, se cubrió con un austero hábito ceñido por un cordón e inició una nueva andadura con la que se propuso contribuir a renovar la vida de la Iglesia y de la sociedad. Su ejemplo atrajo a otros jóvenes nobles, recibieron autorización para constituirse en orden religiosa y, desde entonces, muchedumbres de personas de todos los ambientes sociales, ellos y ellas, han seguido esa espiritualidad atraídos por la fuerza de su carisma; de eso han pasado más de ochocientos años y su propuesta sigue tan viva como el primer día. El desprendimiento de los bienes les lleva a la paz y bien interior que muestran y desean para el prójimo.
El mensaje puede parecer un tanto ingenuo, pues si miramos a nuestro alrededor, dentro y fuera de nuestro país, los conflictos llenan las portadas de los periódicos y abren los telediarios. Pero cuando te encuentras con religiosos, como el padre Bernardino y otros que he conocido, que por su formación, experiencia y cualidades personales podrían ocupar puestos de relevancia en la sociedad, reparo que en su actuar no hay ingenuidad. Cuando lo ves en la puerta de la iglesia, después de haber celebrado misa, mostrando su identidad para dar testimonio con su vida, percibo que sabe lo que hace, hace lo que quiere y quiere lo que hace. Ahí radica la fuerza del mensaje que los feligreses se llevan a casa y seguro que les ayuda a mejorar, primero en su interior y luego en su actuar exterior.
Atraer con el ejemplo de vida es poco vistoso; pero se muestra eficaz cuando la persona se siente removida y toma una decisión libre. La renuncia porque uno quiere a pequeños o grandes detalles, el desprendimiento voluntario de algunos bienes materiales, contribuye a la paz interior como fruto de una batalla ganada. Una persona con paz en su interior la extiende en su entorno y facilita el ambiente para conseguir el bien que todos buscamos.
Tengo mucho que agradecer a la espiritualidad franciscana; crecí en su ambiente y en mí han germinado valores que sembraron algunos de los franciscanos que traté. Ellos no lo saben, pero yo sí. Por eso me alegro cada vez que leo el lema que también deseo para ti: Paz y Bien.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
29-11-23