Formo parte de un grupo inquieto por fomentar actividades de carácter cultural y darles difusión para despertar el interés por la búsqueda de la belleza en las distintas manifestaciones del arte. Descubrir que somos capaces de asombrarnos ante la belleza, nos ayuda a apreciar también lo verdadero y lo bueno.
Este grupo es abierto e informal, no tiene carácter asociativo, por lo que somos más amigos que socios de una entidad. Y aunque nos une un motivo tan loable, la realidad es tozuda y nos dice que si queremos encender la luz, estar calientes o ir al baño, hay que sufragar los gastos que se originan. Tenemos establecida una pequeña cuota mensual que habitualmente es suficiente. Digo habitualmente porque en 2022 nos quedamos cortos; el precio de la luz se puso por las nubes y todo subió una barbaridad. El que lleva las cuentas nos dijo que los números no cuadraban y propuso una “derrama”. A mí me da que ese concepto no tiene mucho que ver con la belleza, porque la mayoría se quedaron inmóviles como para ganar tiempo mientras buscaban en su acervo cultural el significado de la palabra. Todo el mundo dijo que ¡por supuesto! seguramente sin saber muy bien que eso afectaba directamente al bolsillo. Algunos se enterarían al llegar a casa y ver la reacción de su mujer. Como la cosa salió bien, el administrador le ha cogido afición a la palabra mágica y para el 2024 ha vuelto a proponer otra “derrama”; en esta ocasión nos ha pillado preparados y, además, el importe es más asumible.
El asunto es que hace unos días quedé con uno del grupo, un sevillano muy salao. Nos sentamos en una terraza y en el reparto de papeles, a mí me tocó el de escuchar. La conversación la mantenía animada, en palabras y en gestos; contando un sucedido me dice “… y cuando lo nombró, me entró una tiritera igual que cuando oigo la palabra esa, la de cuadrar las cuentas…” ¿derrama? ¡eso, la derrama! Me reí con ganas; mira por dónde, un concepto tan terrenal había entrado a formar parte del cielo cultural de algunos, consiguiendo el mismo efecto que el horizonte, que junta el cielo y la tierra.
Pero limitar la derrama a cuestiones crematísticas me parece que es empobrecerla o condenarla a un significado peyorativo. Por eso propongo aplicarla también a otros aspectos de la vida. Por ejemplo, al dolor; quien se haya operado de algún hueso, sabe que el despertar de la anestesia añade al dolor general una derrama que dura unas horas de la primera noche. O también se puede aplicar al cariño; lo cuentan las madres con cada hijo que llega. Les parece que en su corazón ya no hay sitio para más y resulta que en cada parto aportan una derrama de cariño y ¡ala! caben todos.
El domingo pasado entró en la iglesia un matrimonio joven con cinco hijos que fueron corriendo a sentarse con los abuelos, maternos digo yo porque la madre y la abuela tenían la misma cara. Poco a poco se serenaron, la madre los repartió unos con el padre en el banco de delante, otros con ella y los abuelos. Después se arrodilló y se recogió en oración, o mejor lo intentó; el pequeño que sostenía en brazos era como un rabo de lagartija que no paraba de moverse; a la izquierda, una de las niñas reposaba la cabeza en su hombro y ella la acariciaba; otro a su derecha quería decirle algo, ella con gesto amable y el dedo índice en los labios le pedía silencio; del banco de delante, otro se giró y le dio un beso en la frente. A ratos me distraje de la misa, me dejé cautivar por el cuadro que tenía delante, asombrado por la belleza que contemplaba. Y me acordé de la derrama, concepto que aquella madre manejaba con soltura a la hora de repartir cariño.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
28/02/24