Así empieza un poema de Carmelo Guillén, un sevillano de mi quinta que conocí durante una velada cultural en un curso de verano en Jerez de la Frontera. Por entonces, recién estrenado el nuevo milenio, era profesor de instituto además de escribir poesía y bastante bien según la crítica. Sentados en la terraza para aliviar el calor con el ligero fresco de la noche jerezana, formamos un semicírculo amplio en torno al poeta que nos explicaba los detalles de cada poesía; poco a poco las sillas se fueron acercando, cerrando el círculo a medida que aumentaba el interés por las palabras del artista. Recitó alguna de sus composiciones, acompañando cada verso de una musicalidad y ritmo que te envolvía y elevaba hasta devolverte a la tierra con el punto final en un aterrizaje suave.

Desde aquella noche, recuerdo con frecuencia la que empieza con el título de este escrito De amigos ando bien y me gusta enseñarlos en álbumes de fotos y hacerles coincidir y que se den sus números de teléfono, que tengan entre ellos un trato”. A lo mejor será también porque retrata muy bien a mi amigo José Manuel, de quien me enorgullece que me tenga en su corazón y en su lista de amigos y, de vez en cuando, me haga coincidir con otros de esa lista. Por eso conozco a padres de alumnos del colegio donde trabaja, a compañeros de su anterior trabajo, a vecinos del barrio donde creció, a su cuñado, a colegas de su hijo universitario; y tengo sus teléfonos y de vez en cuando nos cruzamos algún mensaje de pedir favor.

Sus padres dejaron el pueblo de unos pocos cientos de habitantes, marcharon a la capital y se instalaron en un barrio de la periferia. Al poco de nacer José Manuel descubrieron que su corazón no era de serie, que estaba hecho de otra pasta más flexible, con capacidad de ensancharse para albergar ilusiones y personas sin tener que decir basta. Dejó pronto la escuela por aquello de ayudar en casa cuanto antes; pero ya de casado y con hijos sacó carrera universitaria, aunque eso no lo dice a la primera, ni a la segunda ni a la tercera, que lo suyo es lo de menos y lo tuyo lo de más.

“De amigos ando bien y hacen lo que quieren de mí, sin consultármelo, que vienen a mi vida y me cogen el peine, y se peinan, y me ponen los versos perdidos de afecto, y se resbalan en este corazón que es su casa”. Así es mi amigo, su corazón es mi casa o la tuya si eres mi amigo; y su casa un corazón, porque así de a gusto estás cuando franqueas la puerta y te recibe la sonrisa de Carmen, su mujer que le anima a invitarnos a todos, porque antes que a todos ella ya ha recibido más que nadie y se siente privilegiada. Aunque a veces ella lo mira con esa mezcla de cariño y amonestación, porque cuando está entre amigos, en algún momento sus gestos pueden resultar un poco toscos y su voz algo estridente; pero a nosotros nos da lo mismo porque andamos ocupados en él, como dice el poema “De amigos ando bien, y andan ocupados en mí, en si me peino, en si estoy o no cómodo, si salgo en mangas de cariño o si llevo o no el cuello rozado de quererles”.

Tiene una fe recia en su Dios y la hace realidad en nosotros sus amigos, sin reconvenciones ni monsergas; en todo caso me dice que de ahí saca fuerza para querer a los suyos, que me los hace sentir como míos; y a los míos que hace tiempo los hizo suyos. En eso y en otras cosas es para nosotros ejemplo, precisamente porque no va de ejemplar y nos echa a nosotros la culpa de ser feliz: “De amigos ando bien y me noto importante, tal vez algo más gordo de ser feliz, por eso me quedan las camisas estrechas y me sale un brillo en la mirada sólo porque de amigos ando bien”.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

04/09/24