La primera vez que me hablaron de “Recuerdos de la Alhambra” supuse que se trataría de un libro y tuve que añadir a mi historial una nueva metedura de pata; bien es verdad que como por entonces era muy joven, no me afectó mucho al orgullo. Aprendí que era una pieza para guitarra clásica compuesta en 1896 por el famoso guitarrista español Francisco Tárrega. Y que a través de la música también se cuentan historias. Con esa lección aprendida, más adelante comprobé que mi simpatía por Granada se alimentaba exclusivamente de canciones; hasta que en 1998 pasé allí unos días del mes de abril, asistiendo a un curso organizado por un colegio del Sacromonte. Los paseos por el Albaicín y la visita nocturna a la Alhambra multiplicaron el atractivo por la ciudad y busqué más leña para alimentar aquel fuego; la encontré en el libro “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving escrito en 1829. Este americano enamorado del embrujo de la misteriosa Alhambra, recopiló leyendas, fábulas y cuentos transmitidos de generación en generación, convirtiéndolos en historias apasionantes, donde destaca lo legendario y fantástico.
La pieza musical tiene el mismo título que el libro, si entendemos que recuerdos y cuentos se mezclan y entrelazan ficción y realidad; es quizás la obra más célebre del mundo para guitarra sola, inspirada en el espectacular conjunto de palacios y jardines de la Alhambra. Y si dejas volar la imaginación, también en las leyendas que se cuentan en el libro. Por ser una obra tan célebre ha tenido infinidad de versiones para todo tipo de instrumentos y de estilos. De las versiones vocales guardo especial cariño por “Solos en la Alhambra” (1983) del grupo español Mocedades. La música tiene la virtud de evocar recuerdos y emociones vinculadas a situaciones específicas de nuestra vida. Escuchar una canción que estuvo presente en un momento significativo, puede refrescar emociones ligadas a esa circunstancia y nos conecta con nuestro pasado de una manera intensa. Cuando suena el estribillo “Pasas junto a mí / y vuela mi sombra / hombre entre mil hombres / solos en la Alhambra”, en mi interior se mezclan las historias de Irwing con la música de Tárrega y la imaginación recorre las estancias de la Alhambra en busca de la sombra anhelada.
El mes pasado volví a la Alhambra; al acabar las sesiones del congreso al que asistía, nos habían preparado una visita para dos grupos reducidos, una vez que se cierra el horario del público. La tarde se había quedado fría y el tiempo de espera hizo que encogiéramos el cuello y nos aisláramos del otro. La guía, una tipa joven muy bien preparada, detectó el ambiente y se empleó a fondo desde el primer momento: con gracia, con profesionalidad, provocando nuestro interés, conectando con detalles personales. Poco a poco estiramos el cuello, salimos de nuestro yo y volvimos a ser grupo; incluso pareció que el tiempo mejoraba, seguramente por cada uno había mejorado la actitud. Es lo mismo que sucede en la vida, cuando ante las dificultades tendemos a escondernos en la cueva y estamos más pendientes de lo mío que de lo tuyo.
Cuando pasamos por el Patio de los Arrayanes la guía nos animó a hacernos una foto aprovechando que el viento había parado y el agua del estanque parecía un espejo. Por la noche en la habitación del hotel, recibí un mensaje con la foto que me habían hecho. Al abrirla me pareció que sonaba un fondo musical -o quizás fue sólo en mi interior- con la canción de Mocedades, porque también nosotros estábamos solos en la Alhambra.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
13/11/24
Buenos días Rafel. Este escrito me ha encantad.¡ Gracias!.Para mí la alhambra es como la describes.; mis recuerdos y sentimientos en mis paseos por allí somo los has descrito.
Un saludo. Carmen R.