Ser como yo: esa es la cuestión

Ser como yo: esa es la cuestión

Para alimentar el gusanillo de una de mis aficiones, de vez en cuando veo el programa “Todo Caballo” de la televisión Canal Sur, a través de youtube. Para mí cumple tres condiciones interesantes:

Entretenido: la belleza del caballo va acompañada de la del paisaje andaluz, mostrada por una fotografía muy cuidada

Divertido: el presentador es ameno, imprime un ritmo ágil, divide el programa en varios apartados y cuando pasan de uno a otro, te quedas con ganas de más.

Formativo: aporta mucha información sobre el mundo del caballo; en cada programa aprendo algo de lo que me interesa.

El viernes por la noche nos alargamos en la sobremesa, el ambiente estaba distendido y surgía la conversación con facilidad. Poco a poco se levantó uno, otro y otro, hasta que todos acabamos delante de la tele, ya un poco tarde. Después del primer zapping no encontramos algo de interés, así que propuse ver uno de los programas de Todo Caballo: aplausos generalizados, poco más y me hacen la ola. No es que a ellos les guste, pero saben que a mí sí; son esos momentos de familia en que uno se siente comprendido y querido.

A la mañana siguiente nos juntamos el grupo habitual de los sábados para desayunar; es una costumbre que mantenemos desde hace tiempo. Contamos las novedades de la semana y arreglamos el mundo en aquellas partes más urgentes; pero siempre dejamos algo para la semana siguiente.

En esta ocasión les conté el impacto que me había producido la reacción tan bonita que tuvieron en casa la noche anterior, cuándo propuse ver un programa de caballos, y el sentimiento que despertaron en mí. Todavía tenía la palabra en la boca, cuando Ramón me cortó ¡vaya, uno fútbol, otro tenis y otro caballos! ¿Es que nadie ve algo normal en la tele? De repente, había pasado de sentirme acogido a sentirme rechazado, de ser querido con mis peculiaridades a ser arrinconado por ellas. Respiré hondo, aguanté el tirón y conseguí que no me afectara. Entendí que en su reacción primaria, había soltado una frase de una profundidad enorme, como el brochazo que llena el lienzo dejando la impronta del artista; si además la enmarcaba con el tono burlón que la dijo, de superioridad, con aire de malote perdonavidas, salía un cuadro digno del mejor museo. La conversación giró a otros temas, al acabar nos despedimos hasta la próxima semana. Pero el resto del día me acompañaron algunas preguntas para las que busco respuesta: ¿qué es “lo” normal? ¿quién lo decide? ¿por qué nos cuesta querer las particularidades de los demás?

Conozco bien a Ramón, es un tipo inteligente, de pensamiento profundo, que dedica su día a ayudar a otros dentro y fuera del trabajo, una persona buena. Pero tiene una pega, sólo una, aunque grande: no es como yo. Se lo he dicho unas cuantas veces, pero insiste en ser como él y se equivoca. Porque mis gustos son normales, mis aficiones son normales, incluso mis manías son normales. Claro que, si se esfuerza, aún está a tiempo. Desde aquí le envío una palmadita en la espalda ¡ánimo Ramón que tú puedes, que si te esfuerzas lo conseguirás… ser como yo!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Pequeños detalles, grandes alegrías

Pequeños detalles, grandes alegrías

Es diciembre, paso unos días en el Valle del Tiétar. Salgo a pasear empujado por las ganas de hacer ejercicio y atraído por el día magnífico que tenemos, fresco y con sol radiante en un cielo limpio, los caminos reblandecidos por el agua de las lluvias recientes. Encuentro una señora entre los pinos, a la ladera del camino; cesta de mimbre con asa bajo el brazo y en la mano, un cuchillo embarrado; habla con el perro que le acompaña, más bien le da indicaciones.

La saludo

– buenos días ¿cómo le va, hay cosecha?

Se endereza y una sonrisa le ilumina la cara; me enseña la cesta.

– De momento sólo llevo tres, pero disfruto mucho cada vez que encuentro una seta. Mire ve, aquí hay un buen grupo, pero no me fío; sólo cojo níscalos, que son los que conozco bien. Andaremos otro poco y, aunque no encuentre más, con éstos ya me vuelvo muy contenta.

Nos despedimos, continúo la caminata a buen ritmo mientras sigo impregnado por la alegría de la buena señora. Puedo pensar que su mundo es pequeño, que se conforma con cualquier cosa; o también que tiene la capacidad de saber disfrutar con los pequeños detalles que nos ofrece la vida, que posee la sencillez de descubrir motivos de gozo entre lo ordinario de cada día.

Corren tiempos donde se nos insiste en que la felicidad viene de la mano de  sensaciones fuertes, se anhela lo extraordinario; y la solución la ofrece la publicidad, cuando pone a tu alcance experiencias únicas que te harán feliz, por las que vale la pena gastar dinero, que de eso se trata: una playa de arena blanca, aguas cristalinas, palmeras exóticas; una casa rural en medio de montañas solitarias; una jornada inolvidable en un parque temático…

No digo yo que esas propuestas sean malas; pero es una lástima renunciar a tantos pequeños detalles que pasan a nuestro lado con los que podemos disfrutar. Focalizarnos en lo extraordinario nos adormece para lo ordinario; centrar nuestra ilusión en las vacaciones de verano, nos anula once meses al año. Esperar al fin de semana desperdicia los cinco días anteriores.

Pues como no están los tiempos para tirar nada, intentaré aprovechar todas las oportunidades que me ofrece la vida cada día de lunes a domingo, de todas las semanas de cada uno de los doce meses del año. De momento voy a leer algo sobre los níscalos, que no sé nada y me lo estoy perdiendo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Las petunias rojas

Las petunias rojas

Mi madre mantiene viva la afición por las flores y las plantas; a medida que ha tenido más tiempo libre, la afición ha crecido y, además, desde hace un tiempo intenta conquistarme para ese mundo. No lo tiene fácil; por más que el alumno ponga empeño, hay sensibilidades que no crecen sólo con el esfuerzo.

Cada vez que voy a verla, paseamos por la terraza mientras me cuenta las peculiaridades de cada una: cuándo la sembró, quién le dio la simiente, las incidencias que ha tenido y cómo ha conseguido salvarla, los planes que tiene con ella… Sólo por ver su cara cuándo me habla de las plantas, vale la pena el viaje. Claro, que ella habla con esa emoción de las plantas y de más ilusiones que tiene en la vida, empezando por los hijos, nietos y bisnietos.

En primavera había comprado unas petunias y ese día les prestó mayor atención. Son plantas anuales de entre 15 y 60 cm. Las hojas son alargadas o redondeadas, de bordes enteros, cubiertas por una vellosidad algo pegajosa. Las flores son solitarias y axilares; surgen en los ápices de las ramas. El cáliz es tubular, con corola en forma de trompeta y muy pedunculadas. La floración es abundante, sin parar desde principios de primavera hasta finales de otoño. Pueden tener cualquier color excepto el naranja. Aunque son clasificadas como inodoras toda la planta exhala un agradable aroma.

A la mañana siguiente, nos sentamos a disfrutar del chocolate delicioso que hace para desayunar. La conversación está animada, toca varios temas, pasa de uno a otro con facilidad; de repente cambia el gesto, se detiene y me dice algo seria: mira, no pongas petunias rojas porque son muy “apagás”; las de color rosa y las blancas son más agradecidas. A mí las rojas nunca me salen bien.

Me detuve a mirarla con cara de interés, la cuchara a mitad de camino entre la taza y la boca, los ojos bien abiertos y por dentro procesando la información como si en ello me fuera la vida. A ver cómo le digo ahora que las petunias blancas y de color rosa que me dio para mi casa, están pochas por que las he regado más de lo que ella me dijo.

Cuántas veces me ha pesado no hacer caso a sus consejos. En asuntos de fondo y en otros más prácticos, que las madres llegan a todo.

Mientras acabamos el chocolate, una voz interior me repite: cuidado con las petunias rojas.

Lo tendré en cuenta ¡vaya si lo tendré en cuenta!

 

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Cuando llega la adversidad ¡bienvenidos a Holanda!

Cuando llega la adversidad ¡bienvenidos a Holanda!

Emily Perl Kingsley es una escritora que se unió al equipo de Barrio Sésamo en 1970. Desde entonces ella se encargó de los guiones de la serie. En 1974 tuvo un hijo, Jason Kingsley, que nació con síndrome de Down. Sus experiencias con Jason inspiraron a Emily para incluir en Barrio Sésamo a personas con una discapacidad, tanto física como psíquica.

En 1987 Kingsley escribió el texto “Bienvenidos a Holanda” en el que compara la experiencia de tener un hijo discapacitado con un viaje a Holanda, cuando en realidad se había programado para Italia.

La Fundación Mehuer en 2016 encargó un vídeo de sensibilización sobre las enfermedades raras a la agencia creativa ‘Crepes&Texas’, bajo la dirección del actor, productor y director Emilio Aragón, inspirado en la maravillosa historia de Emily Perl Kingsley. Puedes ver el vídeo pinchando aquí, y a continuación te dejo el texto:

«A menudo me piden que describa la experiencia de criar a un hijo discapacitado, para ayudar a las personas que nunca han compartido esta experiencia única a comprenderla, a imaginar cómo se sentirían. Es algo así:

Esperar un bebé es como planear unas vacaciones fabulosas… a Italia. Te compras un montón de guías y haces planes maravillosos. El Coliseo. El David de Miguel Ángel. Las góndolas de Venecia. Hasta es posible que aprendas algunas frases útiles en italiano. Todo resulta muy emocionante.

Tras varios meses de espera ansiosa, finalmente llega el gran día. Haces las maletas y emprendes tu viaje. Varias horas más tarde, al aterrizar el avión, la azafata anuncia:

–¡Bienvenidos a Holanda!

–¡¿Holanda?! –exclamas–. ¿Cómo es que estamos en Holanda? ¡Pero si yo viajaba a Italia! Esto tiene que ser Italia. ¡Llevo toda mi vida soñando con viajar a Italia!

Pero ha habido un cambio de itinerario. El avión ha aterrizado en Holanda y es allí donde tienes que quedarte.

Lo importante es que no te han llevado a un lugar horrible, desagradable, asqueroso, donde reinen el hambre, las plagas o las enfermedades. Es, tan solo, un lugar distinto.

Así que no te queda más remedio que salir y comprar guías nuevas, aprender un idioma totalmente diferente, y conocer a un grupo nuevo de personas, a las que de otro modo jamás hubieras conocido.

Es, tan solo, un lugar distinto. Tiene un ritmo más lento que Italia, es menos llamativo. Pero cuando llevas cierto tiempo allí, tras recuperarte de la primera impresión, al mirar a tu alrededor… empiezas a darte cuenta de que Holanda tiene molinos de viento… y de que Holanda tiene tulipanes. Holanda incluso tiene cuadros de Rembrandt.

Sin embargo, todos tus conocidos no hacen más que viajar a Italia y alardear a su regreso de lo maravillosa que ha sido su estancia allí. Y, durante el resto de tus días, te dirás: «Sí, allí era donde yo también tenía que haber ido. Eso es lo que yo había planeado».

Y el dolor que esto te causa nunca, nunca, nunca desaparecerá… porque el no realizar un sueño supone una pérdida muy muy importante.

Pero… si te pasas la vida lamentando el hecho de no haber ido a Italia, tal vez nunca llegues a tener la libertad para disfrutar de las cosas tan especiales y tan maravillosas… ¡que tiene Holanda!»

Emily Perl Kingsley, 1987

Vídeo de La Fundación Mehuer sobre las enfermedades raras inspirado en la historia de Emily Perl Kingsley: pincha para ver

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El todoterreno del desierto

El todoterreno del desierto

En la parroquia tenemos un belén enorme, muy trabajado en los detalles, que hace la delicia de niños y mayores. Al acabar la misa se acercan a disfrutarlo sin prisa; unos de pie en un banco que hace de tarima y barrera de protección; otros en brazos de mamá o papá. Las caras de admiración siguen la señal que marca el brazo con el dedo índice extendido: el humo que sale de la hoguera donde se calientan los pastores, el hilillo de agua que mueve la rueda del molino, las manos de la lavandera arrodillada junto al río que frotan los pañales, el pastor que esquila una oveja en el aprisco.

La iluminación se oscurece lentamente y se hace la noche, brillan la luna y las estrellas sobre el firmamento limpio y frío. Ahora se oye el canto del gallo y la luz vuelve a pasitos hasta que de el día luce de nuevo y todo se pone en movimiento.

Desde la noche del 24, un foco chiquitín alumbra con fuerza al niño en la cuna y lo convierte en figura destacada: allí convergen las miradas de la joven María y el apuesto San José; el buey y la mula le envuelven en un microclima con su aliento.

La chiquillería repasa todas las escenas una y otra vez, como si siempre fuera la primera, y sus padres responden a las mismas preguntas como si nunca hubieran sido hechas.

Hoy me he acercado con ellos, mezclado en el grupo como uno más de cualquiera de las familias; en silencio miraba donde ellos señalaban, mis ojos alternaban entre el belén y sus caras y, sin quererlo, me he hecho como ellos.

El pastor, la lavandera, el pescador, el vendedor, las ocas, la cabra, la señora en la ventana, todo sigue igual, cada uno en su sitio como el primer día. Pero ¡ay, mira allí al fondo! Y todos se inquietan, se arremolinan, estiran el cuello, alzan la mirada, buscan la novedad ¿qué pasa? En las montañas del fondo, por el camino que atraviesa el desierto hacia la ciudad y pasa por delante del palacio, han aparecido unas figuras ¿los Reyes? ¡qué vienen los Reyes! Para calmar los nervios que han alterado el grupo, uno de los padres les cuenta la historia del todoterreno del desierto, que leyó en el libro “El Belén que puso Dios” de Enrique Monasterio:

“Según aseguran en el Cielo, el primer camello (el todoterreno de los desiertos, que habría de ser cabalgadura de los Reyes Magos) fue diseñado por un comité de ángeles; y salió tan feo, con su mirada miope, sus jorobas grotescas y sus zancos enormes y descoordinados, que a nadie se le pasó por la mente que Yavé aprobaría aquel extraño proyecto. Sin embargo, a Dios le gustó su aire desgarbado, sus depósitos de combustible a la vista y la suspensión independiente en las cuatro patas. Y creó el camello de dos jorobas, y el modelo deportivo con una sola, al que llamamos dromedario”

Se ha hecho tarde, me voy; aún estoy a tiempo de enviar una rectificación a la carta que escribí a los Reyes y decirles que también quiero un todoterreno de dos jorobas, para poder llegar a todas las personas que lo pasan mal por las dificultades de la vida y, como ellos, llevarles un poco de consuelo, una chispa de alegría y algo de felicidad.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Tú,chaval, eres Navidad

Tú,chaval, eres Navidad

Cuando se acerca la Navidad, los buenos deseos impregnan el ambiente; en las despedidas es frecuente que hablemos de paz, felicidad, alegría. Pero luego, pasar del dicho al hecho ya nos cuesta un poco más; nos gustaría acertar con la tecla adecuada para convertir los deseos en realidades. Por eso nos alegra encontrarnos con una persona que encarna alguno de los buenos propósitos que tenemos; nos ayuda mucho más el comportamiento de quien está a nuestro lado que las buenas recomendaciones. La sabiduría popular lo recoge en aquella expresión de que el mejor predicador es fray ejemplo.

Al día siguiente de Navidad me invitaron a comer como uno más de la familia; así me sentía cada vez que entraba en aquella casa. El menor de los hijos había pasado mala noche, se sentó a la mesa arropado por las abuelas a izquierda y derecha. En los extremos presidían el padre y la madre, ella cerca de la cocina. Dos hermanos con sus esposas y una hija completaban el grupo.

Algo le había sentado mal de la comida del día anterior, por la noche se tuvo que levantar con urgencia y el estómago revuelto le dio la lata, durmió mal y poco. La mañana la pasó sin desayunar y repasando apuntes para los exámenes a la vuelta de vacaciones, de un tercer curso de ingeniería industrial algo espeso. Quiso estar con todos en la mesa, colaborar en poner y quitar, hablar y escuchar, hacer caso a los mensajes del estómago: hoy no toca.

Alto, moreno, pelo corto azabache, ojos negros, su cara se ilumina cuando sonríe y enseña los dientes blancos. Los consejos le llegan a oleadas cada vez que aparece un plato nuevo: «¿Quieres probarlo? Un poco te irá bien». «Déjalo, que no fuerce, es mejor que no tome nada». «Pues podrías hacerle una manzanilla, eso sienta bien». «Ésta crema caliente, le puede ayudar».

Y cada ola se deshace en espuma al contacto de su sonrisa, regresa al mar y se distrae en otro tema de conversación. Vuelve la calma hecha de sucesos recientes, noticias de actualidad; intervienen las abuelas con su entonces, un entonces de mucho curriculum que sobrepasa la memoria de la media de los presentes. Aparece el segundo plato, de nuevo se adivina otro envite, el movimiento del mar es tozudo, insiste: «¿Cómo vas, te notas mejor? Podrías comer un poco». «Una Coca-Cola dicen que va muy bien, desengrasa». «No, no, mejor agua con limón ¿te la preparo?». «Mira, tú haz caso a lo que diga el cuerpo, si pide bien, y si no pues nada”.

La sonrisa en él es gesto natural, acoge una a una las olas que llegan con un consejo en la cresta, lo recoge, deposita en el cesto de muchasgracias y la devuelve hecha suavidad a sumergirse de nuevo en el mar de la conversación.

Así hemos visto llegar una oleada, y otra y otra. Ha sido el primero en marchar, sale de viaje; con la bolsa a los pies se despide uno a uno y vuelve a recoger con atención el último consejo, de las abuelas varios. Su ausencia es de nuevo tema de conversación, ha salido airoso de la marejada de consejos y aún así todos están contentos con él, a nadie ha dejado ofendido ni molesto.

Son días en los que deseamos paz a familiares y amigos, cuando escribimos con motivo de la Navidad. He comprobado que a tu lado hay paz, porque la llevas en ti. He descubierto que tú, chaval, eres Navidad.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Ikea decepciona con anuncio Navidad 2018

Ikea decepciona con anuncio Navidad 2018

El anuncio de Ikea para la Navidad de 2018 no es que sea bueno, es … lo siguiente; si eres de los pocos que todavía no lo han visto, pincha aquí para verlo y luego continúas con el texto.

El sábado tuvimos comida familiar, en la sobremesa alguien lo comentó y aunque la mayoría lo conocía, fue unánime el deseo de verlo. Al acabar, emoción generalizada; algunas lágrimas habían corrido por varias mejillas. La tertulia continuó centrada en el contenido y mensaje que transmite. Hubo quien sacó el móvil, lo buscó y difundió entre sus contactos sobre la marcha, precisamente lo contrario de lo que se propone al final del vídeo. El impacto emocional mueve, dispone, pero no es suficiente; hay que aplicar el esfuerzo personal para aterrizar e incorporar las ideas que nos parecen buenas.

Está muy bien hecho, es actual, toca un tema interesantísimo y… le sobran los siete últimos segundos; ahí es donde naufraga y decepciona. Justo hasta ese momento consigue un clima que lleva al espectador a sacar un propósito, sin que se lo sugieran: la necesidad de dedicar tiempo a quienes están a tu lado, de hablar y escuchar. Pero han querido añadir dos textos que es donde tiran por tierra todo lo anterior. En uno nos dicen que las redes sociales nos perjudican (desconecta); y en el otro que la solución es prescindir temporalmente de ellas (del 24 al 1). Pues lo siento, pero me recuerdan aquellos amigos que fueron a ver el Museo del Prado y, a la salida, uno de ellos comentó: “¿os habéis fijado cuánto polvo tienen los marcos de los cuadros?”. Nada que ver el contenido con la conclusión.

Si las redes sociales nos perjudican, no me diga Vd. que las va a desconectar durante una semana; si son malas, deje de usarlas. Porque de lo contrario se parece a los supermercados cuando empezaron a cobrar las bolsas de plástico, aludiendo que así contribuían a preservar el medio ambiente; mire Vd. si las bolsas de plástico son malas, no las oferte, ni gratis ni pagando, o entenderé que Vd. quiere recaudar más dinero y se saca una excusa que entra bien. Si quiere darle vacaciones a los que llevan las redes sociales, no me diga que lo hace porque así me ayuda a tener más conversaciones en familia.

Podemos considerar si las redes sociales son perjudiciales o si lo perjudicial es el mal uso que hacemos de ellas. En ese caso vamos a encarar el problema de otra manera, porque la tecnología ha venido para quedarse. De la misma forma que distinguimos entre consumo y consumismo; al primero lo vemos como algo positivo porque resuelve necesidades de las personas y mantiene la economía, al segundo como algo negativo. Y no por eso los centros comerciales proponen cerrar durante la Navidad y así facilitarnos evitar el mal uso del dinero.

Ante el reto que nos plantean las redes sociales, tenemos cuatro alternativas como sucede con otras innovaciones que surgen de continuo: aislarnos, acoplarnos a su propuesta, combatirlas para eliminarlas o formarnos para usarlas correctamente, aprovechando lo mucho bueno que tienen. El anuncio apuesta por la primera, mi propuesta es la última.

Mi admiración por Ikea es anterior al vídeo que comentamos y de verdad que les felicito por la difusión que está teniendo, señal de que han acertado en el tema y en cómo lo tratan; pero eliminaría los mensajes escritos del final y dejaría el logo sobre la escena de la cena familiar, tan animada que ella sola transmite un mensaje tremendamente positivo: en estos días de Navidad y siempre, con redes o sin redes sociales, sepamos dedicar tiempo a escuchar y compartir con quien está a nuestro lado.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

La soledad del portero

La soledad del portero

Durante la comida en el trabajo, Pedro nos cuenta que su hijo Alberto de 7 años, ha empezado a jugar de portero con el equipo de fútbol del cole. Le enorgullece verle durante todo el partido muy bien colocado bajo los palos, siguiendo con atención las jugadas allá a lo lejos; los jugadores de los dos equipos parecen un enjambre que sigue al balón allí dónde esté. Dice que Alberto asume la responsabilidad de guardar la portería para que sus compañeros jueguen tranquilos y que, si al balón se le ocurre llegar hasta sus dominios, cuenten con él para no dejarlo pasar.

Nos enseña una foto y todos coincidimos en titularla “la soledad del portero”.

Por la tarde, de regreso a casa en el coche, me viene el recuerdo de cuándo a la edad de Alberto, salía corriendo del cole porque en casa me esperaban dos cosas: el beso de mi madre y la merienda. Lo primero me importaba menos que lo segundo; luego, con el tiempo, me di cuenta de que a mi madre le pasaba lo contrario. Mi hermano solía llegar antes, porque era mayor, corría más y también quería pillar la mejor parte de merienda; nunca discutimos por haber llegado antes a besarla, pero sí por diferencias de interpretación sobre a quién de los dos le correspondía uno u otro bocadillo.

Como el portero, mi madre pasaba casi todo el día sola, trabajando por y para los suyos. Nosotros no lo teníamos en cuenta, pero llegábamos a casa con la seguridad de que las cosas estarían hechas. Los compañeros de Alberto no están mirando a la portería todo el rato, pero saben que está bien defendida.

Dos o tres buenas paradas le sirven para justificar todo un partido sin moverse de su área chica, aunque después sólo se hable de quién ha marcado los goles. El trabajo de mi madre, de todas las madres, también tiene sus momentos de gloria cuando los hijos llegan a casa y se encuentran, entre otras cosas, la merienda preparada.

Son tiempos en los que el esfuerzo, el trabajo, la generosidad o la entrega, tienen dificultades para pasar de las palabras a los hechos. Por eso, desde aquí mi felicitación a Pedro por estar orgulloso de su hijo, un chaval que habitualmente pasará desapercibido y que, si es capaz de asumir un puesto poco brillante pero útil y eficaz, será porque en casa tiene un buen ejemplo… o dos.

 

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El color de los sueños

El color de los sueños

Esta mañana al levantar la persiana, la naturaleza me guardaba una vista magnífica. Después de unos días nublados y lluviosos, hoy el cielo amanece despejado, pintado de azul tenue, con un sol que luce, pero no calienta. Al fondo, la sierra presume de su primera manta de nieve ¡qué pronto! para estrenar el mes de noviembre. Con la nariz pegada al cristal de la ventana, me he dejado llevar de tanta maravilla y la imaginación ha volado en un aleteo de gratitud y contento, recorriendo desde las alturas el universo de mis sueños, tejidos de familia, amigos, proyectos, ilusiones, aficiones… ¡Tanto por hacer! Parece que una vida será poco, porque el registro de entrada trabaja más que el de salida y la cola crece por momentos.

Así estaba cuando he recordado un fragmento de la novela  “Blanca como la nieve, roja como la sangre” del italiano Alessandro D’Avenia. El protagonista es un adolescente en estado puro, Leo, que tiene la cabeza llena de líos y el corazón de buenos sentimientos no siempre bien aplicados. Está en busca del sueño que de sentido a su vida:

“Yo todavía no tengo un sueño concreto, pero justo eso es lo bonito. Es tan desconocido que me emociono solo de pensarlo. Silvia también tiene un sueño. Quiere ser pintora. Silvia pinta muy bien, es su afición preferida.

—Pero mis padres no quieren (Silvia). Dicen que eso solo puede ser una afición pero jamás mi futuro, «es un camino difícil en el que muy pocos salen.

Definitivamente, los mayores están en el mundo para recordarnos los miedos que nosotros no tenemos. Los mayores tienen miedo. En cambio, a mí me alegra que Silvia tenga ese sueño. Cuando habla le brillan los ojos, como brillan los ojos del Soñador (el profe) cuando explica. Como brillaban los ojos de Alejandro Magno, de Miguel Ángel, de Dante… Los ojos rojosangre, llenos de vida… Para mí, el de Silvia es el sueño oportuno. Le he pedido que me mire los ojos y que me avise cuando brillen, así a lo mejor descubro mi sueño mientras le hablo de algo, no vaya a ser que esté distraído y no me dé cuenta. Silvia acepta”

A ver si lo entiendo: si tienes un sueño los ojos te brillan, como lo hacían los de grandes personajes, con brillo rojosangre, llenos de vida. Es decir, si tienes sueños estás lleno de vida.

¡Ah, bueno! entonces aún me dará tiempo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Alex, ayuda

Alex, ayuda

Salía del despacho en el colegio, acompañado de Ángel para ir a comer y nos encontramos con dos alumnos en el vestíbulo de la Secretaría; debían ser de 3º de Primaria, 9 años más o menos. Cara de asustados porque no veían a nadie. Hola señores ¿en qué os podemos ayudar? Al tratarles de Vd. se estiraron un poco y dominaron la voz para hablar con seriedad, los dos a la vez. Buscamos a D. Juan, nos han dicho que nos tiene que dar un paquete para D. Luis. Muy bien, pues tenéis que esperar hasta las tres menos cuarto… Esa frase les sorprendió a juzgar por la mueca que pusieron. Un reloj rojo grande de números enormes, rodeaba la delgadita muñeca de uno de ellos. ¿Qué hora es? le pregunté. Giró el brazo hasta poner la esfera a la altura de la vista: las catorce treinta y tres. Entonces ¿cuánto falta? Aquí fue donde me desmontó; con la mayor naturalidad y sencillez, miró a su amigo y le dijo “Alex, ayuda”. Entre los dos iniciaron un razonamiento que les llevó a descifrar lo que significaba “menos cuarto”; por fin se relajaron, sonrieron y al unísono respondieron “doce minutos”. Muy bien, chocamos las palmas de la mano al más puro estilo NBA, ellos se quedaron a la espera y nosotros continuamos hacia el comedor.

“Alex, ayuda” fue el estribillo que durante toda la tarde me vino una y otra vez, como esas canciones que asaltan al despertar la mañana y te acompañan todo el día.

La lección que recibí de aquel jovenzuelo me impactó. Sin complejos, reconoció que sólo no podía y se buscó un aliado.

Y es que, a veces los mayores nos empeñamos en ser únicos, sabelotodo, extraordinarios y otros calificativos que se nos pueden aplicar por no reconocer que no siempre podemos, ni debemos hacer las cosas en solitario. La madurez en la persona le lleva a compartir, a conjugar el nosotros dejando atrás la época del yo.

Por cierto ¡Alex! ¿dónde estás?

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader