El día que se jubiló Nazarí

El día que se jubiló Nazarí

Nazarí es un caballo torero, de la cuadra del rejoneador Diego Ventura. De raza lusitana y color castaño, con habilidad y potencia para galopar llevando al toro pegado a la grupa. Elegante en los andares, valiente para entrar de cara a la faena, preciso en la batida y en el quiebro. Con extraordinario físico y una estampa que embelesa.

Mi afición a los caballos no llega tan lejos como para describirlo con tanto detalle; para la ocasión he acudido a lo que otros han escrito sobre Nazarí, a raíz de que el pasado 20 de mayo se jubiló en la plaza de las Ventas de Madrid, tras una magnífica faena que le valió, una vez más, el mayor premio: la Puerta Grande.

Al final de la tarde, sin que nadie lo esperara, su dueño lo sacó de nuevo a la arena, le despojó de la silla, le quitó lentamente la cabezada, entre lágrimas le depositó un beso en la frente y le dio una palmada en la grupa para que galopara libre. El caballo salió al trote hacia la barrera y recorrió media plaza mirando al tendido, como si quisiera responder al público que le aplaudía de pie en homenaje a tantas tardes de gloria que han compartido. Luego volvió a encontrarse con el jinete y regresaron a la cuadra. Ahí se cerró el currículum del mejor caballo en su mejor momento.

En lo más alto de su carrera profesional, cuando todavía le quedan unos años de buen rendimiento, Diego Ventura decide jubilarlo como caballo torero: “nunca más volveré a montarlo, será para mis hijos, ellos disfrutaran de Nazarí y él de la libertad en los prados que le esperan”.

Estos días se han producido cambios importantes en instituciones públicas y privadas bien conocidas. Reciente la noticia de Nazarí, emocionado por su estética y removido por la decisión, relaciono unas jubilaciones con otras y me aplico por sacar consecuencias. Los cambios son necesarios, unas veces vienen impuestos y otras hay que decidirlos; pasa también en nuestra vida.

Seguramente no hay una única conclusión, pero me sirve de ejemplo la fortaleza, elegancia y generosidad que he visto en el caso de Diego Ventura y su caballo Nazarí.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

14/06/23

Aquella colección libros RTVE

Aquella colección libros RTVE

En los años que estuve en la escuela de D. Emilio aprendí muchas matemáticas; nos contagiaba su pasión por el cálculo y las operaciones. Allí los números comían el tiempo a las letras y de lectura andábamos justitos.

Luego pase al Instituto y la dedicación a la lectura siguió más bien escasa; leíamos lo imprescindible para llevar la lección al día.

En casa, mi padre era aficionado lector, pero tenía pocos libros, muy pocos; por no tener, no teníamos ni librería.

Por eso, hacia finales de los sesenta, me sorprendió mi hermano Jose Antonio cuando me propuso que hiciéramos la colección de libros RTVE; aunque el gusto por la lectura me pillaba un poco lejos, le dije que sí. De la paga que nos daban los domingos, apartábamos una cantidad para comprar cada ejemplar que se publicaba. Allí conocí a Julio Verne y disfruté con sus aventuras y ciencia ficción.

En la pandilla, Margarita metió el gusanillo de la lectura en plena adolescencia. Los libros de José Luis Martin Vigil pasaban de mano en mano y, a veces, había que esperar turno hasta que alguno quedaba libre.

Cuando llegué a trabajar a Barcelona, me instalé en una pensión donde lo que más abundaba era el tiempo. Por las tardes era frecuente vernos tumbados en la cama, leyendo novelas del oeste, del español Marcial Lafuente Estefanía que llegó a publicar más de dos mil quinientas. Les llamábamos novelas de “tiro tenso”.

Y de ese modo, la lectura se subió al tren de mi vida y la hemos recorrido juntos; títulos, autores y materias me han llevado de aquí para allá en un viaje emocionante, unas veces divertido, otras no tanto, siempre interesante.

Pablo, profesor de Historia y gran lector, me dio un consejo: “lee para disfrutar, no te importe si al cabo de un tiempo no recuerdas los personajes o las situaciones concretas. Cada libro deja un poso que te mejora sin que te des cuenta”.

Hoy me he acordado de todos los que he citado y quiero darles las gracias, junto a tantos otros que se han “posado” en mi interior con cada libro, porque rebuscando en la librería he encontrado un ejemplar de aquella magnífica Colección Libros RTVE.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

31/05/23

El espíritu del niño que permanece en ti

El espíritu del niño que permanece en ti

El día de Reyes te levantaste inquieto, algo nervioso, sin perder la serenidad y afabilidad de tu porte externo. Pendiente de todo y de todos, animabas el desayuno con tu conversación mientras te anticipabas a servir las preferencias de cada uno. Me decías que el corazón se te agitaba cada vez que pasabas por delante del cuarto que guardaba los regalos, deseando que llegara pronto el momento del reparto, pero sin desperdiciar ningún minuto de los muchos que aún faltaban, atento a la casa, las personas o el teléfono. El esmero que ponías en cada una de tus acciones, la sonrisa dibujada en tu cara, nada hacía presagiar la llama interior que alimentaba tu fiesta de Reyes. El espíritu del niño que un día fuiste seguía vivo cincuenta años después. Las cargas de una vida profesional dilatada, la responsabilidad familiar compartida, la implicación en varios proyectos sociales, tu participación en iniciativas ciudadanas, no habían alejado de tu interior la capacidad de ilusionarte ante un acontecimiento sencillo, ni la sensibilidad de emocionarte por un pequeño detalle. Te habías hecho hombre sin dejar de ser niño.

Disfrutaste de la fiesta. Te alegrabas con cada uno de los regalos que recibían los demás y se te iluminó la cara con los tuyos. Abrías los ojos expectantes mientras desenvolvías los paquetes y nos contagiabas tus sentimientos. Llegó el final y nadie se dio cuenta de que eras tú quien recogía, ordenaba y limpiaba, a la vez que te interesabas por uno y otro: ¿te gusta?, ¿estás contento?.

Tus regalos quedaron sobre la mesa. Cómo nos reímos, cuando contabas que a la mañana siguiente te habías despertado con el relincho de los caballos y saliste de la cama disparado para ver qué les pasaba; no distinguías si habían sido de verdad o eran parte del sueño que te envolvía aquella madrugada. Con la misma sencillez, decías que si no es en esta vida, al menos en la otra querrías tener muchos caballos, para que todos tus amigos puedan pasear contigo y enseñarles todo lo que tú has aprendido con lo que te traen los Reyes año tras año.

Mientras lo contabas, pensaba en que tus amigos no necesitamos un caballo para estar a gusto a tu lado, ni nos hace falta esperar a la otra vida para disfrutar contigo. Y aunque comparta contigo la afición por los caballos, no es eso lo que me lleva a buscarte, si no el espíritu del niño que permanece en ti.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Ser como yo: esa es la cuestión

Ser como yo: esa es la cuestión

Para alimentar el gusanillo de una de mis aficiones, de vez en cuando veo el programa “Todo Caballo” de la televisión Canal Sur, a través de youtube. Para mí cumple tres condiciones interesantes:

Entretenido: la belleza del caballo va acompañada de la del paisaje andaluz, mostrada por una fotografía muy cuidada

Divertido: el presentador es ameno, imprime un ritmo ágil, divide el programa en varios apartados y cuando pasan de uno a otro, te quedas con ganas de más.

Formativo: aporta mucha información sobre el mundo del caballo; en cada programa aprendo algo de lo que me interesa.

El viernes por la noche nos alargamos en la sobremesa, el ambiente estaba distendido y surgía la conversación con facilidad. Poco a poco se levantó uno, otro y otro, hasta que todos acabamos delante de la tele, ya un poco tarde. Después del primer zapping no encontramos algo de interés, así que propuse ver uno de los programas de Todo Caballo: aplausos generalizados, poco más y me hacen la ola. No es que a ellos les guste, pero saben que a mí sí; son esos momentos de familia en que uno se siente comprendido y querido.

A la mañana siguiente nos juntamos el grupo habitual de los sábados para desayunar; es una costumbre que mantenemos desde hace tiempo. Contamos las novedades de la semana y arreglamos el mundo en aquellas partes más urgentes; pero siempre dejamos algo para la semana siguiente.

En esta ocasión les conté el impacto que me había producido la reacción tan bonita que tuvieron en casa la noche anterior, cuándo propuse ver un programa de caballos, y el sentimiento que despertaron en mí. Todavía tenía la palabra en la boca, cuando Ramón me cortó ¡vaya, uno fútbol, otro tenis y otro caballos! ¿Es que nadie ve algo normal en la tele? De repente, había pasado de sentirme acogido a sentirme rechazado, de ser querido con mis peculiaridades a ser arrinconado por ellas. Respiré hondo, aguanté el tirón y conseguí que no me afectara. Entendí que en su reacción primaria, había soltado una frase de una profundidad enorme, como el brochazo que llena el lienzo dejando la impronta del artista; si además la enmarcaba con el tono burlón que la dijo, de superioridad, con aire de malote perdonavidas, salía un cuadro digno del mejor museo. La conversación giró a otros temas, al acabar nos despedimos hasta la próxima semana. Pero el resto del día me acompañaron algunas preguntas para las que busco respuesta: ¿qué es “lo” normal? ¿quién lo decide? ¿por qué nos cuesta querer las particularidades de los demás?

Conozco bien a Ramón, es un tipo inteligente, de pensamiento profundo, que dedica su día a ayudar a otros dentro y fuera del trabajo, una persona buena. Pero tiene una pega, sólo una, aunque grande: no es como yo. Se lo he dicho unas cuantas veces, pero insiste en ser como él y se equivoca. Porque mis gustos son normales, mis aficiones son normales, incluso mis manías son normales. Claro que, si se esfuerza, aún está a tiempo. Desde aquí le envío una palmadita en la espalda ¡ánimo Ramón que tú puedes, que si te esfuerzas lo conseguirás… ser como yo!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Las petunias rojas

Las petunias rojas

Mi madre mantiene viva la afición por las flores y las plantas; a medida que ha tenido más tiempo libre, la afición ha crecido y, además, desde hace un tiempo intenta conquistarme para ese mundo. No lo tiene fácil; por más que el alumno ponga empeño, hay sensibilidades que no crecen sólo con el esfuerzo.

Cada vez que voy a verla, paseamos por la terraza mientras me cuenta las peculiaridades de cada una: cuándo la sembró, quién le dio la simiente, las incidencias que ha tenido y cómo ha conseguido salvarla, los planes que tiene con ella… Sólo por ver su cara cuándo me habla de las plantas, vale la pena el viaje. Claro, que ella habla con esa emoción de las plantas y de más ilusiones que tiene en la vida, empezando por los hijos, nietos y bisnietos.

En primavera había comprado unas petunias y ese día les prestó mayor atención. Son plantas anuales de entre 15 y 60 cm. Las hojas son alargadas o redondeadas, de bordes enteros, cubiertas por una vellosidad algo pegajosa. Las flores son solitarias y axilares; surgen en los ápices de las ramas. El cáliz es tubular, con corola en forma de trompeta y muy pedunculadas. La floración es abundante, sin parar desde principios de primavera hasta finales de otoño. Pueden tener cualquier color excepto el naranja. Aunque son clasificadas como inodoras toda la planta exhala un agradable aroma.

A la mañana siguiente, nos sentamos a disfrutar del chocolate delicioso que hace para desayunar. La conversación está animada, toca varios temas, pasa de uno a otro con facilidad; de repente cambia el gesto, se detiene y me dice algo seria: mira, no pongas petunias rojas porque son muy “apagás”; las de color rosa y las blancas son más agradecidas. A mí las rojas nunca me salen bien.

Me detuve a mirarla con cara de interés, la cuchara a mitad de camino entre la taza y la boca, los ojos bien abiertos y por dentro procesando la información como si en ello me fuera la vida. A ver cómo le digo ahora que las petunias blancas y de color rosa que me dio para mi casa, están pochas por que las he regado más de lo que ella me dijo.

Cuántas veces me ha pesado no hacer caso a sus consejos. En asuntos de fondo y en otros más prácticos, que las madres llegan a todo.

Mientras acabamos el chocolate, una voz interior me repite: cuidado con las petunias rojas.

Lo tendré en cuenta ¡vaya si lo tendré en cuenta!

 

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Un doctor en la campiña

Un doctor en la campiña

Una película de 2016 que podría titularse “un médico de pueblo” y se entendería antes y mejor; en su original francés es “Médecin de champagne” y en la distribución en castellano “un doctor en la campiña”, que tiene poco que ver con nuestra cultura.

Mi relación con la televisión es distante, fría; y cuándo me siento con la familia en torno al aparato, o más bien frente a él, suelo hacerlo con una lectura que me ayude a permanecer un rato con los demás sin sensación de perder el tiempo.

Pero de vez en cuando surge la sorpresa, como sucedió el sábado por la noche: al acabar un programa deportivo hubo escala en dos o tres canales, y por fin el mando recaló en la 2 de TVE. Al cabo de un rato levanté la vista ¿qué es?; una película francesa, hace un rato que ha empezado. La vista alternaba lectura y pantalla, más de lo primero que de lo segundo; poco a poco se invirtieron los porcentajes, hasta que la revista resbaló del regazo y se escondió entre el cojín y el respaldo. Para entonces, un servidor seguía con atención la película, atraído por la suma de unos cuantos detalles que me sumergieron en ella.

Personajes reales, creíbles, como los vecinos que me encuentro en el ascensor; como las personas con quienes comparto vagón de metro a primera hora de la mañana, como las familias que abarrotaban las urgencias del hospital cuando fui la semana pasada. Paisajes de verdad, que podrían ser los que recorro cada vez que voy a ver a mi madre. Problemas de la gente iguales a los que cuenta la mujer de mi primo, ella médico en un pueblo de 2.000 habitantes a 30 kms del mío. Un color tan natural en la fotografía, que parecen las que me envía mi hermana por whatsapp para enseñarme a sus nietos.

Claro que si la película me presenta algo tan real y común como la vida misma ¿dónde está el mérito? En la sobremesa de las noches de invierno, mi padre nos contaba historias de su abuelo, de su padre, de él mismo; eran la vida misma y nos tenía dos horas con la boca abierta. ¿dónde estaba el mérito? En la forma de contarlo, de pasar de una historia a otra, de cómo ponía el acento en un aspecto u otro, según lo que nos quería transmitir.

Y así, siguiendo a este médico de pueblo protagonista de la película, descubres gente como la que te rodea a diario, con problemas, dificultades, emociones y sentimientos. Y caes en la cuenta de que hay personas como el médico, que se dedican a hacer el bien con su trabajo, sabiendo que él mismo también tiene sus problemas, dificultades, emociones y sentimientos. Y me ayuda a plantearme si yo, un servidor, a partir de ahora puedo olvidarme un poco de mis problemas, dificultades, emociones y sentimientos, para preguntarme: a ésta persona que está a mi lado, ¿cómo puedo ayudarle? Por si te lo planteas tú también, dejo dos sugerencias recogidas en comentarios leídos sobre la película:

Apunta Rubén Lardín: valores como la integridad, el cuidado, la escucha, el cuento contigo, son reivindicados en esta película.

Y escribe Alberto Fijo: Conectar con el médico que interpreta François Cluzet y con los entrañables personajes que le rodean es una experiencia no solo agradable, sino enriquecedora. Porque en ese viaje, podemos redescubrir el encanto de lo cotidiano, donde no hay héroes con superpoderes, sino personas normales que pueden ser mejores o peores porque son libres, con una libertad condicionada, pero libres para elegir. Y deciden ser mejores. O no.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

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