Aquella colección libros RTVE

Aquella colección libros RTVE

En los años que estuve en la escuela de D. Emilio aprendí muchas matemáticas; nos contagiaba su pasión por el cálculo y las operaciones. Allí los números comían el tiempo a las letras y de lectura andábamos justitos.

Luego pase al Instituto y la dedicación a la lectura siguió más bien escasa; leíamos lo imprescindible para llevar la lección al día.

En casa, mi padre era aficionado lector, pero tenía pocos libros, muy pocos; por no tener, no teníamos ni librería.

Por eso, hacia finales de los sesenta, me sorprendió mi hermano Jose Antonio cuando me propuso que hiciéramos la colección de libros RTVE; aunque el gusto por la lectura me pillaba un poco lejos, le dije que sí. De la paga que nos daban los domingos, apartábamos una cantidad para comprar cada ejemplar que se publicaba. Allí conocí a Julio Verne y disfruté con sus aventuras y ciencia ficción.

En la pandilla, Margarita metió el gusanillo de la lectura en plena adolescencia. Los libros de José Luis Martin Vigil pasaban de mano en mano y, a veces, había que esperar turno hasta que alguno quedaba libre.

Cuando llegué a trabajar a Barcelona, me instalé en una pensión donde lo que más abundaba era el tiempo. Por las tardes era frecuente vernos tumbados en la cama, leyendo novelas del oeste, del español Marcial Lafuente Estefanía que llegó a publicar más de dos mil quinientas. Les llamábamos novelas de “tiro tenso”.

Y de ese modo, la lectura se subió al tren de mi vida y la hemos recorrido juntos; títulos, autores y materias me han llevado de aquí para allá en un viaje emocionante, unas veces divertido, otras no tanto, siempre interesante.

Pablo, profesor de Historia y gran lector, me dio un consejo: “lee para disfrutar, no te importe si al cabo de un tiempo no recuerdas los personajes o las situaciones concretas. Cada libro deja un poso que te mejora sin que te des cuenta”.

Hoy me he acordado de todos los que he citado y quiero darles las gracias, junto a tantos otros que se han “posado” en mi interior con cada libro, porque rebuscando en la librería he encontrado un ejemplar de aquella magnífica Colección Libros RTVE.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

31/05/23

Magnífico aeropuerto

Magnífico aeropuerto

Desde hace unos años visito un colegio en Oporto y varias veces al año soy usurario de su magnífico aeropuerto, que a estas alturas ya me resulta familiar.

La nueva terminal fue inaugurada en 2006 con un estilo moderno, funcional; desde el primer momento me llamó la atención la limpieza y luminosidad. Cinco claraboyas acristaladas en el techo dejan pasar la luz natural hasta el último rincón de la nave. Además, la pared del lado aire es de puro cristal y permite ver como aterrizan y despegan los aviones.

Una tarde de este mes de mayo, finalizada la visita al colegio, preferí marchar directamente al aeropuerto y esperar allí la hora del vuelo. Superado el trámite del control, paseé tranquilamente por la planta superior, disfrutando de la arquitectura interior y de los amplios espacios que genera.

En esta ocasión me llamaron la atención unas mesas que antes no estaban, diseñadas para trabajar de pie o sentado en unos taburetes altos, de los que te dejan las piernas balanceándose como un columpio; cada puesto tiene un enchufe para el ordenador. Las tres mesas que encontré tenían los puestos ocupados y tuve que esperar para instalarme en uno de ellos.

Agradecí a quien hubiera detectado esa necesidad, aportando una solución práctica, estética y bien pensada. Ese pequeño detalle me ayudó a no sentirme solo: alguien ha pensado en mí. En esos lugares, es fácil encontrarte con personas que hacen cara de estar solas; personas que no tienen con quien compartir.

Hay una soledad querida, que es buena porque nos permite estar más cerca de nosotros mismos y conviene provocarla de vez en cuando. Pero hay otra soledad impuesta que produce dolor, porque las personas estamos hechas para compartir, para convivir “vivir con”; no es un capricho, es una necesidad. La persona se realiza en la relación con los demás; y aunque la convivencia no sea idílica, siempre es preferible a estar solo. Podemos buscar refugio en las cosas, pero estas no satisfacen las ansias del corazón como lo hace la relación con los otros.

Siempre me ha admirado mi madre porque, en cualquier situación, es capaz de entablar conversación con quien tiene a su lado. Sea quien sea, acaba encontrando temas comunes que facilitan la relación; se olvida de lo suyo para empatizar con la otra persona. Y para adoptar esa actitud en la vida, ella no ha necesitado volar a Oporto ni conocer su magnífico aeropuerto.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

24/05/23

Mirar al cielo

Mirar al cielo

El pasado 12 de marzo falleció Dick Fosbury, un atleta americano que ganó la medalla de oro en los juegos olímpicos de 1968 en México, con 21 años. Nunca más volvió a saltar; tras ganar la medalla anunció su retirada. Su estiló se calificó de locura porque rompía con la rutina del salto. Pero dejó su sello en aquellos Juegos para que, desde aquel momento, fueran los demás quienes le imitaran: desde entonces no se salta de otra manera.

Al leer la noticia recordé la historia que nos contó Juanjo, un profesor con el coincidía en el comedor del colegio, buen conversador y con el que se nos pasaba el tiempo volando. Había sido directivo en una empresa importante de telefonía, le jubilaron pronto y se pasó a la docencia.

Explicaba Juanjo que en una convención de la empresa con directivos de todo el mundo, el director general les habló a los casi dos mil asistentes de hacer muy bien el trabajo, escuchando a los clientes para interpretar sus necesidades y actuar con mejoras, innovando soluciones. En un sector donde cualquier novedad enseguida es imitada por todos, es muy importante ser innovadores.

Y les puso como ejemplo a Fosbury, que como atleta supo innovar. En los siguientes juegos olímpicos, su marca quedó superada por otros que imitaron su estilo. Pero su popularidad fue un premio maravilloso. Además, añadió el director, cuando saltaba miraba al cielo.

Y Juanjo nos añadió su reflexión: el director general nos quería decir que es preciso trabajar bien y prestar mucha atención a las personas que tenemos al lado, porque mirar al cielo es ver a Dios reflejado en el rostro de los demás. Y con el trabajo les podemos servir y ayudar en sus necesidades.

Por Dick, d.e.p.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

17/05/23

Caballo, tierra, cielo

Caballo, tierra, cielo

El domingo de Ramos se levantaron pronto para ir a la procesión. Mientras María Teresa y los niños ponían la mesa para el desayuno, se acercó a la cuadra y estuvo un rato observando a Tequila, un caballo Pura Raza Española con capa torda de tono canoso que compró hace dos años. El día anterior lo montó dando un paseo por la zona del Priorato de Santa María y al regreso les cayó un pequeño chaparrón; quería asegurarse de que el animal estaba bien. Le pasó el cepillo a la vez que lo acariciaba y se quedó tranquilo.

Por la tarde, David me llamó para contarme los detalles, “te voy a enviar unas fotos que hice”. Cuando las recibí, una de ellas removió los recuerdos de lo que durante tanto tiempo fue una realidad en mi casa: teníamos un caballo para los trabajos del campo y salíamos adelante con el fruto de la tierra, gracias al esfuerzo del caballo y la generosidad del cielo.

Entró en casa cuando mis padres volvieron del viaje de novios y salió trece años después, el mismo día que un tractor entraba para ocupar su lugar. Se había hecho mayor, la tierra exigía un esfuerzo que le superaba. Mi padre se debatía entre el cariño por el animal y la responsabilidad familiar. Tomó la decisión con el corazón partido, sin manifestar su lucha interior, poco dado a compartir sentimientos. Ni le preguntamos ni nos habló de su destino. Todos miramos hacia adelante, pero Bayo -así le llamábamos por el color de la piel- se había hecho un sitio en nuestro corazón que el tiempo no ha podido borrar.

Gracias a esa preciosa fotografía, he revivido con orgullo una etapa de la historia de mi familia tejida a base de caballo, tierra y cielo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

26/04/23

GLORIA

GLORIA

El domingo pasado iniciamos la celebración de la Pascua, que desde la óptica de la fe da sentido a todo lo vivido en la Semana Santa.

Estos días he recordado con frecuencia las dos visitas que he tenido la suerte de hacer a Tierra Santa. En el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén, se encuentra la basílica del Santo Sepulcro, también conocida como “iglesia de la resurrección”. En su interior encontramos el Calvario, lugar de la crucifixión y muerte de Jesús, y la Tumba desde la que resucitó al tercer día. Los dos santos lugares son inseparables, como lo son el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Quedé impactado con un viacrucis de figuras sobrias y sencillas, pero de una belleza singular, que se encuentra en la capilla de la Aparición en el interior de la basílica. Como es muy alargado, en la foto he hecho una composición para que se pueda ver completo.

Me llamó la atención la última figura (la he señalado con una flecha) que representa la Resurrección (el viacrucis tradicional acaba con la anterior, el entierro de Jesús). Sin Resurrección, la Pasión sería un sinsentido. De alguna manera representa otras situaciones dolorosas por las que podemos pasar en la vida y que llevan a que nazca en nosotros algo nuevo.

 

El amor y el dolor van con frecuencia de la mano (en el matrimonio, en la familia), como bien lo escribió el poeta: “Mi ciencia es toda de amor / y si en amor estoy ducho / fue por arte del dolor / pues no hay amante mejor / que aquel que ha llorado mucho”.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

12/04/2023

La medalla tendrá que esperar

La medalla tendrá que esperar

Había pasado unos días de descanso, estudio y reflexión. Regresaba pletórico, lleno de buenos propósitos para contribuir a mejorar el mundo que nos ha tocado vivir.

A punto de iniciar el despegue, se sentó a mi lado un tipo de buena pinta. Nos saludamos brevemente mientras se acomodaba y ponía el cinturón. Cuando la azafata empezó con las instrucciones de vuelo, los dos ya nos habíamos quedado dormidos. El cambio de presión en los oídos me despertó y me puse a leer. Al rato mi compañero se desperezó sin disimulo, miró a un lado y otro, sacó el móvil y se puso una peli sin auriculares. Cuanto mayor era el ruido de los motores, más subía el volumen del móvil; aquello me aturdía, me impedía centrarme en la lectura. Por momentos me encendía, removía inquieto en el asiento, me debatía por dentro entre saltar directamente a la yugular, decirle cuatro frescas o hacerle un gesto descriptivo. Debe ser que estos ejemplos de la vida real no estaban en el manual de “cómo contribuir a la paz mundial”, porque aquellos buenos propósitos e intenciones que llevaba al subir al avión estaban desapareciendo. No obstante, decidí hacer un esfuerzo, convertirme en héroe anónimo y no decir nada. Soporté con paciencia la situación hasta que apagó el móvil al iniciar el aterrizaje. El caso es que el chaval no debía ser mala persona, porque ayudó a bajar la maleta a un anciano, con sonrisa incluida.

Al día siguiente quedé con Jesús, amigo del alma, para contarle los días en Zúrich y el paquete de buenos propósitos que me había traído; como ejemplo, le conté lo sucedido en el avión. Cuando acabé, me quedé en silencio esperando su aplauso o que directamente me pusiera la medalla al mérito paciente. Como no decía nada, le pregunté desconcertado ¿qué te parece? “Pues que no has salido del cascarón de tu egoísmo. Imagina que el buen tipo tuviera ganas de conversación, de compartir alegrías o penas contigo, porque de entrada le habías caído bien. Pero te vio tan a lo tuyo, enfrascado en la lectura, que optó por la peli sin ninguna gana, rumiando por dentro que su compañero de viaje es de los que van a su bola y pasa de quien está a su lado. Si tú hubieras roto el hielo con una pregunta inocente, le hubieras enviado el mensaje de que le importabas y, a partir de ahí, todo hubiera sido distinto. Pero tu opción fue enrocarte en tu castillo y alimentar el yoísmo. Y encima te consideras un héroe. Pues va a ser que no.”

Qué quieres que te diga, pues que me vino muy bien el repaso que me dio mi amigo del alma. Y, así las cosas, ya veo que la medalla tendrá que esperar.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader