Día completo

Día completo

Repasó el escrito y lo guardó; era el punto final a una jornada de trabajo con resultado incierto, un día al que le sobraba una pizca de tensión y le faltaba una pincelada de optimismo: dolor de cabeza, frío interior, catarro incipiente, entrevista desafortunada… Un último esfuerzo para dejar todo en orden: el ordenador, la mesa, las sillas. Desde la puerta recorrió el despacho con la vista, la mirada se detuvo en la imagen y le dedicó sin palabras un adiósgraciashastamañana.

Los lunes, Pedro tenía actividades con un grupo de matrimonios del colegio. Las conversaciones con uno y otro le removían; conocer las inquietudes de la gente buena le tiraban el ánimo para arriba. Hablar de la familia, el trabajo y los amigos; de planes, proyectos, avances y retrocesos -el mundo particular de cada uno, con algo de común en todos- le ayudaban a olvidarse de lo suyo. Era la hora de marchar, pero ya no tenía prisa; se había olvidado de las ganas de llegar pronto a casa.

Se encontró con Miguel al recoger el abrigo, ¿te cuento la última? Y allí de pie se les pasó un buen rato hablando de los hijos.

Por el camino se le iluminó la cara al pensar que le esperaba para cenar juntos a pesar de la hora; los niños ya estarían acostados. En el rellano respiró hondo, se arregló el pelo, abrió. Con el ruido Isabel se asomó al pasillo, la envolvió en un abrazo largo mientras le susurraba ¡gracias preciosa! A ella le costaba sonreír, la tarde se había alborotado, Jorge vino enfadado del cole y no había dejado estudiar a los otros; acabó caliente en la cama, sin cenar.

En la mesa se entretuvieron repasando el día, hablando bajito, unidos por la mirada y el dedo meñique; afloraron recuerdos que actualizaban sentimientos y despertaban nuevas ilusiones.

Recogieron en silencio, recorrió las habitaciones con cuidado lanzando un beso desde la puerta y se retiró a descansar. Repasó el día: el dolor de cabeza, el frío, el catarro o la entrevista desafortunada se habían diluido con el cariño recibido. Cogidos de la mano se le cerraron los ojos; en su interior daba gracias porque el día había tenido de todo, un día completo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

LA CARA CANSADA DE MERCEDES

LA CARA CANSADA DE MERCEDES

Al entrar en la recepción oigo a Mercedes que se despide de Roberto ¡adiós corazón! y baja con cuidado los tres peldaños apoyada en el pasamanos. La veo alejarse despacio con el paso medido, mirando al suelo para asegurarse y levantando la vista cada vez que se cruza con alguien.

Mercedes es abuela y lleva en el colegio tantos años como el primero de sus nietos, el de la mayor de sus hijas. Después entró otro, de la segunda, y con él se convirtió para nosotros en madre del colegio, más madre que abuela porque la suple en todo lo que ella no alcanza. A la hija, los años de rebeldía en la juventud la marcaron con el zarpazo que deja el ambiente en el que se hundió. Mercedes tiró de ella con suavidad y firmeza, cariño y desvelo; muchas horas de inquietud, muchos días de incertidumbre, muchos pasos siguiendo el rastro tras ella. Y volver a empezar, una vez, otra y otra. Pero lo consiguió: sonó el timbre, abrió la puerta y allí estaban los tres, la hija y un par de regalos –niño y niña- que entonces cabían en el bolso de la compra.

Mercedes tiene un puesto de ropa en el mercadillo. Un día me paso a ver qué le compro, le dije en una ocasión. Me miró con su sonrisa habitual y me dedicó una mueca disuasiva a la vez que añadía: es quees ropa un poco hippy. Los años de crisis los hemos comentado paso a paso: no es que no compren ¡es que ni vienen! Han sido duros, pero Mercedes aparecía cada mes a traer algo de dinero, a dar la cara, a pedir un aplazamiento, a informarse de las becas; a veces consigue que le acompañe la hija en un intento de que se responsabilice de alguna gestión, de que lleve el papel que le ha pedido la asistenta social o cualquier otro asunto, pero no hay forma; ¡esta hija! se le escapa en un suspiro.

A las reuniones viene acompañada de su marido con el mismo interés que los padres de los compañeros del nieto. Paco vivía en la misma calle que Mercedes, estudiaron en el mismo colegio, compartían los mismos amigos, el mismo tiempo libre y se casaron jóvenes. De aquellos años, a Paco le queda el pelo cano y rizado recogido en coleta, la frente arrugada, la tez morena y el punto brillante de la arracada en la oreja. Cogidos de la mano pasean su cariño como el primer día y, de eso, ha pasado mucho tiempo.

La hija mayor se quedó sola un día al doblar una de tantas esquinas que tiene la vida; le echó ganas y horas al kiosco para sacar la casa adelante y un hijo precioso, hasta que la enfermedad la apartó de la circulación y el Ayuntamiento le retiró la licencia por impago. Peleó y recuperó la concesión, pero cuando volvió a subir la persiana del kiosco, las ventas no estaban por la labor y la tuvo que bajar definitivamente. Donde una puerta se cierra otra se abre y fue a la casa de la madre como si fuera la suya.

Mercedes me confió que su práctica religiosa anda bajo mínimos por circunstancias de la vida, pero que la llama de la fe en Dios sigue viva; a su modo habla todos los días con Él y le pide que esté siempre a su lado para que cuando a ella le faltan las fuerzas -que sucede de vez en cuando-, a su familia nunca le falte un apoyo. Y que lo nota, o de lo contrario sería difícil de explicar cómo ha hecho todo lo que ha hecho, porque ni las ganas ni las fuerzas han estado siempre a la altura de las circunstancias.

Faltan dos días para las vacaciones de Navidad. El colegio está en ebullición, hay que preparar los belenes, el festival y un sinfín de cosas más. La Secretaría es un trasiego continuo de alumnos, de profesores: me falta una cartulina, ha dicho D. Fulano que si tienen un rotulador, necesito un poco de cuerda… Entre unos y otros ha entrado Mercedes, despacio, sin ruido. Apoya los brazos en el mostrador como si descansara de la vida. Saluda con un ¡hola corazón!, nos mira con su cara cansada y reparte una sonrisa y una palabra afectuosa para cada uno. Volveré después de Reyes a ver si puedo traer algo de dinero; hoy sólo vengo a felicitaros las fiestas y desearos Feliz Navidad. Se despide y mientras la veo alejarse despacio con el paso medido, mirando al suelo para asegurarse y levantando la vista cada vez que se cruza con alguien, veo en ella la Navidad porque en su corazón hay sitio para todos, todo el año.

Descarga en pdf: La cara cansada de Mercedes

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

19 de diciembre de 2021

No es lo mismo

No es lo mismo

He salido pronto de viaje para evitar el calor de mediodía. A esta primera hora la carretera está tranquila, conduzco relajado con velocidad fija, despreocupado de quienes me adelantan; a derecha e izquierda, los rastrojos aún mantienen la paja de la mies recién cosechada. Un poco más adelante, dos tractores cargados con el grano levantan el polvo del camino y obligan a subir la ventanilla del coche.

Pongo música, suena Melendi:

No se confunda / No es lo mismo pisotear que dejar huella / Usted tan sólo mira al cielo / Mientras yo veo las estrellas.

Y el recuerdo se me va a la conversación mantenida con Julián esta semana:

«Rafa, ayer se reunió el equipo médico que me lleva. Con todas las pruebas sobre la mesa, queda claro que mi cuerpo ya no responde al tratamiento. Me plantearon dos opciones: pasar a paliativos o apostar por una intervención arriesgada de resultado incierto que alargaría la esperanza de vida en unos meses. Por la noche, cogidos de la mano con Elena y los niños, decidimos paliativos. Con eso lo que me queda pueden ser dos semanas, máximo dos meses. Estoy sereno, confiado en Dios, contento de todo lo que me ha dado y de cómo se quedan ellos. Puesto que el final es bueno, que llegue cuando Él quiera. Además, ya sabes que en estos años que llevo conviviendo con la enfermedad, me he zafado de varios ultimátum. Y ahora ¡quién sabe!»

El nudo en la garganta me impidió decir gran cosa, mientras él siguió contando los planes para este corto plazo y animándome como si fuera yo quien tiene la fecha marcada en el calendario.

Durante los veinte años largos de trato, su actitud ante los reveses de la vida ha sido un ejemplo para mí que siempre agradeceré por lo mucho que me ha ayudado; lo mismo sucede con la amistad que surgió y hemos profundizado durante este tiempo, aun sabiendo que estamos en dos categorías distintas: pues mientras yo miro al cielo, él contempla las estrellas; y mientras yo paso por la vida pisoteando, él deja huella. Y claro, no es lo mismo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

17 de julio de 2021

Carmen y Vicente, sencillez y cariño

Carmen y Vicente, sencillez y cariño

Me llamó mi hermano ¿qué haces en Semana Santa? Me quedo por aquí, pendiente de unos asuntos que están al caer. Pues mira si haces hueco para venir a comer el viernes, que tus sobrinos te reclaman. Después nos acompañas a los oficios y a la procesión, y así nos ayudas; Teresa está un poco cansada estos días y quiere estar disponible para lo que necesite el párroco.

Llegué con tiempo y, antes de subir, pasé por la iglesia a rezar por ellos en el monumento que hacen en la capilla; un canto a la sencillez y buen gusto, con un ambiente recogido, centrado en el sagrario.

Al momento entraron Vicente y Carmen, con quienes de vez en cuando he hablado y de los que tengo abundantes referencias por la amistad que tienen con mi hermano, vecinos de la misma escalera. Nos saludamos con la mirada, estuvieron un ratito y se fueron.

Al salir, los vi más adelante en la misma acera, retuve el paso para contemplarlos. Caminaban sin prisa con las manos entrelazadas, hablaban, se miraban; me despertaron la admiración de su fidelidad, asentada en años de matrimonio, de dificultades, de alegrías, de luces y alguna sombra.

Al acabar la mili, Vicente se quedó en Madrid a buscar trabajo; su noviazgo con Carmen daba sus primeros pasos en el pueblo y quería ofrecerle un horizonte donde cumplir sus sueños. No tardaron en casarse y se instalaron en un barrio sencillo, unos bajos que en sueños les pareció un palacio. Nació Pedro, un chavalote cargado de energía y sonrisa amplía. Cambiaron de piso, esta vez un tercero sin ascensor. María y Vicente completaron los gozos del matrimonio y se esforzaron como jabatos para sacarlos adelante.

Volvieron a estrenar vivienda, la definitiva, en una zona por entonces de reciente construcción y donde todos los vecinos eran nuevos. Pedro pasó a la universidad y acabó Ingeniería Informática. María fue una chica inquieta, alegre, que revolucionaba la casa. Los últimos años del Instituto empezó a salir con un grupo del barrio, bajó rendimiento en estudios, pero consiguió entrar en la universidad. El ambiente que frecuentaba preocupaba a sus padres, sufrían en silencio y un día marchó de casa; dejó la familia, los estudios y le perdieron la pista. Vicente también tenía muchos amigos en el Instituto y los mantuvo en la Universidad. Colaboraba con la parroquia, ayudaba en catequesis y en las actividades deportivas. Empezó a salir con una compañera de clase sin dejar a los amigos; organizaban excursiones y celebraban las fiestas en casa de unos y otros. En 4º de Físicas acabó de madurar la idea que le rondaba en su interior y un día sentó a sus padres: quiero ser sacerdote. Al acabar la carrera se fue al seminario.

Pedro tiene un buen trabajo, es muy apreciado en la empresa; les ha dado la alegría de los nietos. Vicente está en la Parroquia de un barrio cercano y va por casa con frecuencia. María volvió, mal, muy mal, pero tuvo la valentía de llamar a la puerta y abrazar a su madre. Dicen que se curará, que la recuperación depende del entorno y de su fuerza de voluntad; cariño, comprensión y fortaleza no le van a faltar.

Vicente está jubilado y con Carmen vuelven a vivir una nueva etapa en su vida; participan juntos en actividades del Centro Cultural del barrio, ayudan en tareas asistenciales de la Parroquia, cuidan los nietos siempre que hace falta; son queridos en la escalera y allí donde se les conoce. Y pasean su cariño por la calle con la misma naturalidad y sencillez con la que viven.

Llegamos juntos al portal de la casa, nos saludamos y pasamos al ascensor. Poco tiempo, pero suficiente para que me pregunten por todos los míos y se interesen por mí. Ellos continúan; me quedo en el rellano un instante, antes de llamar al timbre, para digerir todas las emociones que me han despertado en tan poco rato. Aún así, cuando me abre Teresa me pregunta ¿qué te pasa? Pues que he venido con tus vecinos y… ¡son un encanto! me dice.

Sí, y un ejemplo en vida; muchas gracias Carmen y Vicente, sencillez y cariño.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

18 de agosto de 2020

Isidoro

Isidoro

La respiración de Isidoro fue perdiendo fuerza durante la noche; con noventa y siete años, nos dejó al amanecer del martes, cuando el hospital despertaba y la actividad empezaba a recorrer pasillos y habitaciones. Le cerré los ojos; antes de dar el aviso, recé un rato ante aquel rostro sereno que tanto me sugería. Pasaron por mi cabeza las historias contadas y las vividas durante los años que le he acompañado.

Vivió con pasión su profesión de periodista y la empapó de un espíritu profundamente cristiano. Quiso que le lleváramos a su pueblo, en tierras palentinas; allí descansa ahora junto a los suyos. Aunque supongo que donde se los habrá encontrado, será en el cielo. Aquí lo que nos deja es su ejemplo, el bien y el afecto que repartió, a pesar de que el carácter se le salía de tono de vez en cuando, por motivos de la enfermedad.

Fue muy emotivo ver pasar a despedirse a todas las enfermeras, auxiliares y médicos, que durante años le han atendido en el Hospital Laguna. Gente que trabaja con profesionalidad y añaden un plus de cariño al trato. Y querían corresponderle.

Isidoro tenía estudios, títulos, distinciones, condecoraciones. Nada de eso queda en la caja enterrada bajo tierra. Fuera, lo que cuenta es lo que ha dejado en los corazones de quienes hemos estado a su lado.

Le gustaba cantar y podía presumir de buena voz. Aunque no estoy a su nivel, le acompañaba en sus arranques; pasábamos de una canción a otra sin agotarlas, porque no sabíamos la letra completa y la inventábamos sobre la marcha. Una de ellas, era parte del poema de San Juan de la Cruz: al atardecer de la vida te examinarán del Amor.

En ese momento hablábamos de la muerte con naturalidad y algo de humor. En broma le decía: “Isidoro, conviene que tú pases primero el examen porque sacarás buena nota y así me podrás ayudar cuando me toque a mí”. El calendario ha confirmado la previsión; espero acertar también en la calificación.

Ahora le pido que nos ayude, a mí y a todo el que se lo encomiende, a recorrer nuestro camino sembrando paz y alegría por todos los rincones, aunque haya contrariedades; con una actitud abierta para colaborar con todos, también con los que no piensan como nosotros, porque esta vida es corta y poco el tiempo que tenemos para tanto bien que podemos hacer.

¡Ah! Isidoro no te olvides de decirle a San Pedro que soy amigo tuyo (por lo de la nota del examen).

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

26 de junio de 2020