Elogio a un hombre amable

«Antonio es conductor de un autobús que une pequeños pueblos de una comarca castellana. Las aldeas que salpican el recorrido de su ruta están acostumbradas a oír su claxon. Al toque de la bocina, la gente levanta la mano para saludar al conductor, amigo cotidiano, o comenta con literal exactitud: «Ahí pasa el coche-correo» (como siguen llamando al autobús los vecinos de toda la vida).»

Así empieza «Elogio de un hombre amable» escrito por Dora Rivas y publicado en el semanario Alfa y Omega del 27-11-2008. Hoy, buscando otro asunto, lo he recuperado del archivo donde lo guardé y me ha emocionado tanto como entonces:

«He viajado varias veces en su autocar y he podido comprobar la multitud de pequeños gestos amistosos que Antonio realiza con total naturalidad. Por ejemplo, alguna vez ha trasladado unos metros la parada reglamentaria para hacerla coincidir lo más posible con el destino del viajero (no sé por qué me acuerdo ahora de las distintas advertencias de Nuestro Señor, para no matar el espíritu con la rigidez de la letra). Entiendo que estas licencias puedan permitirse en pueblos casi fantasmas y no en populosas capitales, pero el detalle sigue siendo igualmente valioso.

Nunca he visto a Antonio refunfuñar con nadie; esas discusiones por alguna tontería, entre conductor y pasajero, que presenciamos alguna vez en autobuses urbanos, son impensables en este autobús pueblerino, en el que los pasajeros hablan entre sí como si estuvieran en el bar, porque casi todos se conocen y siempre hay algo que decir. Antonio no interrumpe, y aunque es un hombre de pocas palabras, participa con breves y atinados comentarios cuando se pide su opinión. A veces se atreve con algún chiste para amenizar el viaje. Podría contar mil anécdotas para describir la amabilidad de este hombre: en una ocasión le vi cargar el bolso de un pasajero unos metros; no tenía por qué hacerlo, esa función no entraba en su sueldo, pero lo cogió con una sonrisa, quitándole importancia. Este extraño conductor prefiere perder algún céntimo, si no tiene vueltas exactas, antes que hacérselo perder al viajero.
Antonio acumula en su haber mínimas acciones de este tipo, más propias del caballero cortés de antaño que de un estresado conductor de nuestros días. Esta caridad en miniatura se manifiesta con gran belleza ante los ojos que la contemplan y es digna de gratitud.

Antonio lleva una estampita junto al parabrisas de su autobús, ahora no recuerdo de qué santo. Supongo que es un hombre religioso, porque los sencillos no tienen demasiadas dificultades para encontrarse con Dios, y sus constantes muestras de amor testimonian que ha conocido un Amor más grande, del que esos guiños son participación.

Es curioso, sin poner ninguna peli, este conductor ha logrado que mis viajes al pueblo sean mucho más agradables.»

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El mendigo

El mendigo

Fue el 19 de diciembre de 2019. Salí del taxi con mi “movilidad limitada”; apoyado en las muletas, avancé poco a poco hasta llegar al portal del número 9, cinco minutos antes de la hora. Estaba cerrado. Miré hacia el panel de los timbres, buscando el piso del notario.

– ¿puedo ayudarle en algo?

Me giré, un mendigo zarrapastroso me ofrecía su mano con una sonrisa amable. Estaba a mi lado, con el gorro de lana que en su día fue amarillo, bien calado en la cabeza; el cabello largo desaseado; la barba enredada; la cara ennegrecida por el sol y la suciedad; una prenda larga a modo de abrigo.

– Pues sí; si es tan amable, llame al 2º A.

Sonó el zumbido de apertura, pero fui incapaz de mover el portón de hierro.

– Deje, deje, yo le abro.

Una vez dentro le di las gracias y me excusé:

– Disculpe, no llevo algo que pueda darle.

– Ni falta que hace, quédese tranquilo; hoy por ti, mañana por mí. Que tenga buen día y se recupere pronto.

Le vi alejarse despacio, arrastrando un carro de la compra con las ruedas desgatadas, donde llevaría sus tesoros. Le perdí entre tantas personas que pasaban por aquel trozo de acera amplia, todas con prisa, ocupadas en sus cosas. Él no tenía prisa para llegar a ninguna parte, ni cosas propias en las que ocuparse; en cambio, sí que tenía sensibilidad para detectar necesidades, porque convivía con ellas a diario; y un corazón agradecido para devolver tantos favores que le ayudaban a salir adelante.

Quedé un rato inmovilizado, impactado por lo que había vivido. En el vestíbulo, las luces del árbol parpadeaban y una suave música de villancicos reforzaba el ambiente de Navidad.

Reaccioné, volví a la realidad y me enfrenté a un pequeño tramo de escaleras antes del ascensor. Al coronar la última, me volví con la sensación de que el mendigo me había ayudado de nuevo a superar aquella dificultad. No estaba, pero tuve la seguridad de que su gesto me había dado fuerza para muchos días.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El otoño

El otoño

He salido al jardín a respirar el aire del otoño, a empaparme de sus colores, sin intermediarios. El cielo, los árboles, las piedras, el silencio… me retienen con su mensaje.

La lluvia fina resbala por la capucha, mientras contemplo absorto el manto de hojas que cubren la hierba y los amarillos que se sobreponen a los verdes.

Antes vibré con la vida que brotaba de sus yemas, luego me emocioné con las flores que salpicaban el jardín. Mañana me cubrirá la nostalgia del invierno con sus ramas desnudas.

La vida te sorprende a cada paso, te ofrece la emoción de las cosas sencillas.

Cuando miras con cariño (a las personas, al paisaje), se despierta en tu interior la sensación de que la vida es algo más que hacer cosas.

18-11-2019

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Ni él ni ella están solos

Ni él ni ella están solos

A la señora de la foto se le murió el marido hace trece años, tal día como hoy: era veintitrés de septiembre.

La instantánea recoge uno de tantos momentos que pasan a solas. Pero ni él ni ella están solos.

El la tiene a ella. Y a ella, el recuerdo no la bloquea; le aviva el cariño, la impulsa a estar activa para los demás: favores entre vecinas, compañía a enfermos, visitas a la familia, tardes con las amigas, siempre pendiente de los suyos.

Los paseos frecuentes al cementerio y la oración continua, actualizan el amor que les unió. Y un corazón que ama transmite alegría, contagia optimismo; atrae porque a su lado se está bien. Siempre se siente acompañada.

Ella es mi madre y él, mi padre.

Cuatro hijos, un quinto se fue con los ángeles a los tres meses; cuatro nietos, cinco bisnietos. En nombre de todos: gracias mamá, gracias papá.

23-09-2019

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Pequeños detalles, grandes alegrías

Pequeños detalles, grandes alegrías

Es diciembre, paso unos días en el Valle del Tiétar. Salgo a pasear empujado por las ganas de hacer ejercicio y atraído por el día magnífico que tenemos, fresco y con sol radiante en un cielo limpio, los caminos reblandecidos por el agua de las lluvias recientes. Encuentro una señora entre los pinos, a la ladera del camino; cesta de mimbre con asa bajo el brazo y en la mano, un cuchillo embarrado; habla con el perro que le acompaña, más bien le da indicaciones.

La saludo

– buenos días ¿cómo le va, hay cosecha?

Se endereza y una sonrisa le ilumina la cara; me enseña la cesta.

– De momento sólo llevo tres, pero disfruto mucho cada vez que encuentro una seta. Mire ve, aquí hay un buen grupo, pero no me fío; sólo cojo níscalos, que son los que conozco bien. Andaremos otro poco y, aunque no encuentre más, con éstos ya me vuelvo muy contenta.

Nos despedimos, continúo la caminata a buen ritmo mientras sigo impregnado por la alegría de la buena señora. Puedo pensar que su mundo es pequeño, que se conforma con cualquier cosa; o también que tiene la capacidad de saber disfrutar con los pequeños detalles que nos ofrece la vida, que posee la sencillez de descubrir motivos de gozo entre lo ordinario de cada día.

Corren tiempos donde se nos insiste en que la felicidad viene de la mano de  sensaciones fuertes, se anhela lo extraordinario; y la solución la ofrece la publicidad, cuando pone a tu alcance experiencias únicas que te harán feliz, por las que vale la pena gastar dinero, que de eso se trata: una playa de arena blanca, aguas cristalinas, palmeras exóticas; una casa rural en medio de montañas solitarias; una jornada inolvidable en un parque temático…

No digo yo que esas propuestas sean malas; pero es una lástima renunciar a tantos pequeños detalles que pasan a nuestro lado con los que podemos disfrutar. Focalizarnos en lo extraordinario nos adormece para lo ordinario; centrar nuestra ilusión en las vacaciones de verano, nos anula once meses al año. Esperar al fin de semana desperdicia los cinco días anteriores.

Pues como no están los tiempos para tirar nada, intentaré aprovechar todas las oportunidades que me ofrece la vida cada día de lunes a domingo, de todas las semanas de cada uno de los doce meses del año. De momento voy a leer algo sobre los níscalos, que no sé nada y me lo estoy perdiendo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader