Lo mejor que me ha pasado en mi vida

Lo mejor que me ha pasado en mi vida

Pero mira Rafa, lo mejor que me ha pasado en mi vida es esto; se hizo el silencio mientras metía la mano en el bolsillo interior de la americana y sacaba el teléfono; cargó una foto y me la puso delante.

Coincidimos en unas jornadas de formación para directivos de colegios en la primera semana de julio; durante el desayuno nuestras miradas se cruzaron desde lejos, respondí a su saludo con una sonrisa sin saber quién era y se dio cuenta. Al acabar la comida, mientras esperábamos en la cola que nos sirvieran un café volvimos a coincidir. Hola Rafa ¿no te acuerdas de mí? “Dame una pista” fue una forma de decirle que no, que no acertaba a reconocerle. Soy Marcos y al añadir el apellido me vino su imagen y toda la información que recordaba de aquel chaval joven, que hace treinta años contratamos como profesor de literatura, recién acabada la carrera. Coincidimos durante dos cursos y luego marché del colegio, cambié de ciudad y desde entonces no nos habíamos visto. Su físico se había estilizado, pero mantenía los rasgos; los ojos negros por entonces enmarcados con unas gafas grandes de pasta negra, el gesto apagado que transmitía poco entusiasmo. La primera vez que vino al despacho para que le explicara la documentación del contrato, me pareció que ponía cara de aburrimiento y me atreví a lanzar una apuesta conmigo mismo: “a este se lo comen en clase antes de Navidad”.

Me contó que desde hace unos años es el director de la etapa; me hablaba con entusiasmo de la marcha del colegio, de las novedades, de las personas que tenemos en común. Y en esa carrera de actualizar el pasado hizo una pausa, respiró hondo y me dijo: pero mira Rafa, lo mejor que me ha pasado en mi vida es esto: del bolsillo interior de la americana sacó el teléfono, cargó una foto y juntando el índice y el pulgar sobre la pantalla los separó para ampliarla y ponérmela delante. La miré y a continuación mis ojos se clavaron en su rostro, atraídos por la emoción con la que me contaba los detalles: esta es la mayor, en tercero de carrera; este hará segundo de bachiller el próximo curso; el pequeño empezará tercero de la ESO, adolescente en estado puro. Mi mujer, mis padres. Pronto cumpliremos veinticinco años de matrimonio. Se quedó en silencio. tardó unos segundos en cerrar el teléfono y guardarlo. Continuamos hablando y nos separamos para entrar de nuevo a las actividades de la tarde.

Sentado de nuevo en la sala de conferencias, me costó centrarme en el mensaje del ponente, porque Marcos me había removido con aquella breve explicación de lo mejor que le había pasado en su vida. De aquel tipo inexpresivo que conocí hacía treinta años, había aprendido una vez más, que lo valioso de las personas está en su interior y no siempre es fácil descubrirlo a primera vista. Me alegré de haber fallado en mi pronóstico sobre su recorrido vital; y más todavía de haber descubierto que allí delante tenía un gran profesional con un corazón enamorado de los suyos.

La próxima vez que me encuentre con un tipo alto, fuerte, de grandes ojos negros y rostro impasible, en lugar de poner etiquetas que condicionan la relación, será mejor que le pregunte directamente para salir de dudas: y a ti ¿qué es lo mejor que te ha pasado en tu vida?

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

31/07/24

Una ocasión única

Una ocasión única

Mientras me lavo las manos en el aseo de la estación central, a través del espejo corrido que llena toda la pared veo entrar un tipo de unos treinta años, de buena talla y aire desgarbado, pantalón vaquero caído, deportivas que fueron blancas al salir de la tienda, camisa por fuera y ligeramente arremangada para lucir las muñecas repletas de pulseras, barba descuidada de dos días. Estamos solos, va directo al espejo, algo separado a mi derecha; a dos pasos se detiene para observarse con una mirada detallada, primero de frente, luego con un leve giro de izquierda a derecha; respira hondo como quien ha entendido donde está el problema, flexiona la cintura para verse más de cerca, con un gesto de hombros sube un poco las mangas para trabajar cómodo. Se acerca un poco más, las dos manos van directas al pelo; levantan un poco este rizo, ladean ligeramente aquel mechón, mete cuatro dedos para surcar la parte de atrás. Se retrasa un poco y otra mirada de inspección, de frente y en giro leve de izquierda a derecha; sonríe con una mueca de asentimiento. Nuestras miradas se encuentran en el espejo, intuyo que me dice: tío hoy es tu día de suerte, te he regalado una ocasión única para empezar la jornada, podrás contar a todo el mundo que me has visto. Y sale con el mismo aire desgarbado con que ha entrado.
El ruido ensordecedor del secamanos levanta una muralla que me aísla del mundo y centro mis pensamientos en lo que acabo de vivir. De entrada, noto un rechazo a quien vive para sí, para demostrar que es el más guapo, para impresionar con su imagen, alguien en el que nada de lo que parece casual es casual, una persona que necesita impactar con lo de fuera porque tal vez no tenga nada original por dentro. Que no, que no es de recibo pasar por la vida regalando ocasiones únicas cuando en el fondo estás necesitado de que te miren y te aplaudan para alimentar el ego o, de lo contrario, desfalleces de anemia hiperególatra.
Es el contraste con otros tipos que cuidan el aspecto personal para hacer la vida más alegre a los demás; que se esmeran en el trato con las personas que están a su lado y son capaces de preguntar ¿qué tal te ha ido el día?; o te acercan el vaso o el pan, o se levantan antes de que tes cuenta de que te falta una servilleta. Tipos que te llaman para felicitarte un aniversario poco conocido pero que te hace mucha ilusión. Esa gente que te resulta atractiva por lo que son y no piensas en lo que tienen
Se ha parado el secamanos y vuelvo al mundo real; me acuerdo de la mirada cruzada en el espejo, reacciono y estoy apunto de salir corriendo a buscarle y decirle: oye, que sí, que de verdad ¡muchas gracias! por haberme regalado una ocasión única.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader