Visita al cementerio

Visita al cementerio

El último sábado de octubre amaneció radiante; un día de otoño cálido, limpio y claro. Después de comer la tarde invitaba a disfrutar del cielo intenso, del sol directo. Salí con mi madre a dar un paseo hasta el cementerio. El ambiente estaba tranquilo, la carretera en silencio roto sólo por algún coche que de tanto en tanto pasaba lento, contagiado por el entorno; apetecía caminar despacio, saborear la conversación hecha de comentarios sencillos, de noticias recientes sobre la gente del pueblo. En los campos quemaban ramas, hierba y algún rastrojo, para dejar la tierra a punto antes de la siembra tardana; el humo blanco subía calmoso y se disipaba en tenues capas, como si fueran nubes blanditas sostenidas por una columna desde el suelo.

Otros grupos habían tenido la misma idea y el cementerio estaba muy concurrido. Cruzamos la puerta, avanzamos sin prisa saludando a unos y otros; se afanaban en limpiar cristales, fregar mármoles, reponer flores, ir y venir a la fuente o pedir la escalera, anhelos por dejar aquel lugar preparado para la fiesta de los fieles difuntos que ya se acercaba.

Allí parecía que el tiempo había perdido su valor, que en esta tarde no se tenía en cuenta. Nuestro recorrido empezó con la visita a los nichos de los abuelos y el del tío que en unos días cumpliría su aniversario. Después de rezarles continuamos el paseo; para mi madre cada lápida un recuerdo. Pasamos al otro lado, donde están los otros abuelos: les dedicamos una oración y algo de limpieza con el material que llevamos. Continuamos hacia la salida hablando bajo, como lo hacen todos para no quebrar el ambiente. Las paradas se repiten cada pocos pasos hasta que por fin llegamos a la puerta.

Ya en la calle, por la misma acera viene hacia nosotros un señor mayor de rostro enjuto, boina calada, manos recogidas en la espalda, ligeramente encorvado avanzando despacio. Mi madre le saluda “buenas tardes, tió Manuel” “buenas tardes, Maria”; “¡cómo pasa el tiempo ¿cuánto hace que la tiene aquí?” “¡diez años ya, María!”.

La respuesta es rápida, como quien lo tiene bien contado. Aquella expresión pronta, serena y cálida, me pilló de sorpresa; comprendí que dentro de aquel buen hombre había mucho más de lo que su imagen podía reflejar. Su aspecto rudo envolvía un corazón enamorado que le daba fuerzas para caminar hasta el cementerio donde reposaba su mujer; nos contó que allí acudía a diario para hablar un ratico con ella, a recordar tantos buenos momentos compartidos y algunos no tan buenos, a decirle que anhelaba el momento de fundirse los dos en un abrazo eterno, para siempre.

“Que vaya bien tió Manuel” ¡adiós, María, adiós! En el camino de regreso anduve despistado, tuve que hacer esfuerzo por atender a lo que mi madre contaba, porque por dentro había un runrún de la conversación con el tió Manuel y el impacto que me llevaba de aquella visita al cementerio.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

01-11-2023

La filosofía de la vida

La filosofía de la vida

“Espero encontrar el tiempo necesario para escribir un libro sobre la filosofía de la vida”; esto me decía la madre Francisca, superiora general de una Congregación de religiosas, que en la mochila de su vida acumula la experiencia en el trato de tantas y tan variadas personas que se le han acercado en busca de consejo, en España, México, Perú o Kenia.

Con la madre Francisca me une el propósito común de contribuir en la formación de unos cientos de chicos y chicas, alumnos de uno de los colegios de la Congregación. La ilusión y el empeño por remover su inquietud para que sean personas libres, responsables, con espíritu de servicio a la sociedad desde los valores cristianos, nos llevan a mantener frecuentes conversaciones.

A los jóvenes les habla del amor, humano y divino; sabe mucho de corazones enamorados porque está rodeada de mujeres que van y vienen a donde se les necesita, por amor a Dios y a las personas, que en el mismo corazón cabe todo. Y también sabe del amor humano, que se lo cuentan muchos matrimonios que acuden a ella.

“Mira Rafa, vivir enamorado da sentido a la vida; el amor te lleva a la entrega y por la entrega llega la felicidad; pero no te ahorra disgustos ni contrariedades, que nadie piense que la felicidad es la ausencia de dolor, porque entonces va listo. Mira te voy a contar la última:

José y Sandra son un matrimonio ejemplar, familia numerosa, ocupados en la educación de los hijos y muy involucrados en el colegio. El es ingeniero de carrera y de mentalidad, previsor, ordenado, acostumbrado por su trabajo a proyectar, ejecutar y obtener resultados. A veces parece que le gustaría expresar los sentimientos con una fórmula matemática.

Ella es activa, pendiente de la casa, de los hijos, implicada en la parroquia y en el colegio, volcada en todo aquel que lo necesita. No ha ejercido su carrera universitaria por atender la casa, pero promueve actividades culturales y está al día de las últimas tendencias.

Mire madre, me decía José: con Sandra coincido en todo y la quiero mucho; pero hay un aspecto con el que no puedo y me provoca enfados. Y es que cuando expresa sus sentimientos, lo hace con un lenguaje florido y exuberante que no entiendo. Fíjese que me dice “porque claro, es que 2 + 2 es igual a mucho” ¡cómo que mucho! ¿qué quiere decir con mucho? De siempre 2 + 2 han sido 4; no entiendo lo que me quiere decir y por eso me enfado.”

Me reí con la madre Francisca, son los pequeños detalles que saltan en la convivencia, en casa, en la familia, y ponen a prueba nuestro corazón para que aprenda a renunciar, a callar, a perdonar, a poner cariño que es el mejor bálsamo. A lo mejor el libro que quiere escribir va de esto, que es una buena filosofía para andar por la vida.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

25/10/23

Vaya detalle

Vaya detalle

Salí con José Manuel con tiempo suficiente para llegar al hospital un buen rato antes de la hora que le habían citado. Le aconsejaron estar relajado en el momento de la prueba y que fuera acompañado; era algo molesta y podía tener efectos secundarios.

Una vez instalados, comprobé que en aquella sala de quirófano de día sólo citaban a los que se hacían el mismo examen. Todos los grupos éramos de dos personas, paciente y familiar. La rutina se repetía: salía la enfermera “¡Fulanito y familiar!” ¿es Vd. el acompañante del enfermo? Pasen por favor”. En el despacho nos explicó en qué consistía la prueba y el procedimiento. José Manuel pasó al quirófano y yo esperé en la sala.

Una vez finalizada, nos volvimos a encontrar, a la espera de que el médico nos explicara los resultados. Jose Manuel salió con gesto de dolor, pero se recuperó enseguida y entablamos conversación.

Al poco salió un enfermero empujando una silla de ruedas y unas muletas en la mano; en la silla un señor mayor con la cabeza ligeramente inclinada sobre el pecho y aspecto descuidado. En los brazos, el esparadrapo tapaba la señal de las vías que le habían quitado hacía un momento “¿familiar de Segismundo?” El enfermo dice algo que no se entiende bien. Vuelve a preguntar “¿familiar de Segismundo?”  El enfermo levanta un poco más la voz y le dice que no hay ningún familiar “¿está Vd. sólo? “. Segismundo sonríe un poco con pena: sí, estoy sólo. “Bueno, pues le dejo aquí y enseguida saldrá el médico que le explicará lo que tiene que hacer”.

En la sala, cada pareja pasa el tiempo como puede, los nervios de la prueba no permiten muchas alegrías. Segismundo no llama la atención, nadie se fija en él; espera en la silla de ruedas apartado en un rincón, las muletas apoyadas en la pared.

De nuevo sale otra enfermera y llama. En esta ocasión nadie responde, no hay movimiento en la sala. Mira a Segismundo y le pregunta “¿es Vd. Pedro?” No, no, soy Segismundo, dice levantando con esfuerzo la cabeza. La enfermera quiere asegurarse, le toma la documentación y lee sus datos. “Entonces Vd. es Segismundo”; sí, sí, así es. “Pero Vd. no tiene que esperar aquí, tiene que esperar en la sala azul, saliendo al pasillo dos más a la derecha”. Segismundo sonríe un poco con pena. “¿está Vd. sólo?” Sí, sí, estoy solo.

La enfermera respira hondo, recoge los papeles que lleva en la mano y los guarda en el bolsillo de la bata, cambia el gesto de la cara como si una luz interior se hubiera encendido y le dice con una sonrisa: “pues entonces Segismundo, Vd. y yo nos vamos a dar un paseo, le llevo”. Y desaparecen de la sala, girando a la derecha cuando salen al pasillo. La conversación ha sido tan natural, tan rápida, que nadie en la sala de espera se ha dado cuenta de lo ocurrido.

De repente me fijo en las muletas, las agarro y salgo rápido detrás de ellos; cuando les alcanzo, la enfermera va contándole una historia simpática y Segismundo sonríe.

De regreso, José Manuel ya está con el médico que le explica el resultado, todo bien gracias a Dios. Por el pasillo de salida, nos miramos ¿qué te ha parecido la enfermera? y hacemos un gesto de admiración ¡vaya detalle!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

04/10/23

Pepi, te quiero

Pepi, te quiero

El verano es una buena oportunidad para el encuentro con amigos a los que la vida no da facilidades para verlos a menudo, por muchas ganas que haya. Es lo que sucedió con Ramón uno de los días que estuve en el pueblo. Quedamos temprano para ir a la granja. Desde que se ha jubilado, la ha dejado en manos de los dos hijos; pero cada día va a dar vuelta, supervisa, aconseja, se entretiene. La familia y la granja han sido su vida y ahora disfruta de las dos de una manera distinta.

Se ha reconvertido en hortelano y en un trozo de la finca ha plantado frutales, hace hortaliza o siembra flores para Pepi, su mujer. Cogimos higos frescos; alguno lo probamos sobre la marcha, otros me los puso en una caja para mi madre, junto con los últimos racimos de uva dulce que colgaban de la parra. Y cuando el sol ya se dejaba notar, nos sentamos a la sombra de la higuera.

La conversación se volvió personal y pausada; la familia, los nietos, inquietudes, alegrías. Sonó el aviso de un mensaje. “Será Pepi que me envía la lista de la compra”. Así era. “Desde que se jubiló del Instituto, ha cambiado las clases por la casa; le cuesta salir. Intento hacer planes con ella, pero se excusa en que la absorbe mucho, que mantenerla limpia exige dedicación”. Hizo una pausa. “Pues a mí no me importaría llegar a casa y encontrarme la mesa con polvo; al menos le podría escribir ¡Pepi, te quiero!”. Continuó hablando, pero la frase se me quedó rebotando en el interior y me distrajo.

Ramón es más bien serio, formal, poco dado a manifestaciones emocionales, con un corazón grande (por eso los enfados, cuando llegan, le duran unos días), generoso, siempre dispuesto a prestar el favor que le pidas o sin que lo pidas. Con ese carácter y después de cuarenta y tres años de casados, me impactó esa manifestación de cariño a Pepi. Fue una buena lección de cómo se puede vivir enamorado aunque pasen los años, que el amor no entiende de edades.

Y claro, un corazón así, en cuanto le das una oportunidad suelta un ¡Pepi, te quiero!

13/09/23

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

¡Vaya con la cajera!

¡Vaya con la cajera!

Me los encontré en la última reunión del colegio. “A ver si te vienes a cenar en julio, cuando estemos todos más tranquilos”. Hace unos días me llamó y quedamos para el jueves siguiente. Aquella tarde fui al supermercado para unas compras que necesitaba.

La cena en el jardín fue muy grata, con ellos siempre te sientes acogido; no era la primera vez, pero no por eso deja de llamarme la atención. En la sobremesa hice un comentario sobre la cajera que me había atendido en el super.

Sus miradas se cruzaron, esbozaron una sonrisa y se les iluminaron los ojos. “Yo era cajera en un hipermercado; llevaba dos años cuando él empezó a trabajar de reponedor.” “Por mi puesto tenía movilidad dentro de la tienda y alguna vez tuve que hablar con ella”.

El ambiente se volvió íntimo, en el silencio de la noche el corazón dejaba salir recuerdos guardados celosamente; hablaban con naturalidad delante del hijo y de la hija, ya universitarios, que conocían la historia, pero la escuchaban de nuevo sin pestañear.

“Al poco tiempo me fijé en ella: trabajadora, amable, alegre, servicial”. Cuando él habla, ella le mira embobada.

“Conocía su nombre, nos habíamos saludado por asuntos del trabajo y nada más” Ahora es él quien bebe sus palabras, como si fueran nuevas.

“En horario de trabajo era imposible hablar de asuntos personales. La ocasión vino cuando mi padre compró coche; un día se lo pedí y me fui a trabajar con el Peugeot 206. Fui a verla: tengo coche nuevo, si quieres a la salida te lo enseño. Y dijo que sí”

Aquello acabó en boda; pero antes cambió de trabajo porque querían estar juntos: le ofrecían promocionar con movilidad por toda la geografía. Se puso de camionero. Cuando llegaron los hijos, se propuso mejorar. Retomó los estudios que había dejado para trabajar en el hiper. Empezó ingeniería sin dejar el camión. Fueron años duros para los dos: el trabajo, los niños, la casa y los estudios; el apoyo y la ayuda de ella fueron fundamentales. Lo consiguieron. Cambió a una empresa de informática con muchas horas de trabajo y buen sueldo. Luego surgieron nuevas inquietudes y ahora es profesor de Formación Profesional. Ella también dejó el hiper y es administrativa en una oficina de cara al público, donde se siente feliz ayudando a los demás a resolver problemas. No dejan de dar gracias a Dios por todo lo conseguido.

Los miro como se miran y miro a los hijos como los miran: esas miradas a cuatro son el mejor resumen de los casi veinticinco años de matrimonio.

El tiempo ha pasado volando, levantamos la velada; me acompaña hasta la puerta y a modo de despedida me dice sonriendo: ¡vaya con la cajera!

De regreso me entra la duda ¿se refiere a la mía o a la suya? Y también sonrío.

02/08/23

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader