Que tenga buen día

Que tenga buen día

Los viajes en tren son una fuente de experiencias enriquecedoras. El último domingo del mes de julio del año pasado, tomé uno para ir de Barcelona a Caspe. Hasta Tarragona corre paralelo a la playa, que en esas fechas es muy utilizado por los bañistas que van a pasar el día entre arena, sol y agua. Aunque era temprano, el vagón se llenó de un público todavía somnoliento, pertrechado de útiles playeros. En las siguientes estaciones, el movimiento era sólo de bajada y cuando llegamos a Tarragona casi me quedo sólo.

Allí subieron algunas personas. Emocionado con el libro que tenía entre manos, no presté atención a mis nuevos compañeros de viaje, hasta que una señora musitó unas palabras cariñosas a su marido, que con la mano la saludaba desde el andén. De pie y en silencio permaneció el tiempo que la vista les mantuvo unidos. Luego se acomodó en el asiento anterior al mío y lo único que pude distinguir de ella, fue el moño que sobresalía por encima del reposacabezas.

Enseguida inició una conversación por teléfono; estaba tan cerca que era imposible no enterarse de lo que hablaba. La señora reclamaba sobre alguna reparación hecha en casa y que no había quedado bien. Tan correcta en todo momento como firme en su planteamiento, no cedía en sus exigencias. Se oyó en tono serio “por favor, le pido que vengan inmediatamente”. Aunque no había levantado la voz, la frase sonó en el vagón tan contundente que hasta me removí en el asiento. Pasaron unos segundos de silencio que parecieron eternos, luego añadió “Que tenga buen día” y colgó.

La imagen dulce y cariñosa de la despedida, junto con el carácter firme y educado de la conversación, me recordaron las ocasiones en que me han tenido que corregir y lo han hecho con claridad y respeto, tanto en lo personal como en lo profesional.

A esas personas las recuerdo con nombre y apellidos y les guardo enorme agradecimiento; como también a la señora anónima del tren que volvió a darme una lección de cómo se pueden decir las cosas sin ofender. Aprovecho para desearle a ella y a Vd. querido lector ¡que tenga buen día!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

19/07/23

GLORIA

GLORIA

El domingo pasado iniciamos la celebración de la Pascua, que desde la óptica de la fe da sentido a todo lo vivido en la Semana Santa.

Estos días he recordado con frecuencia las dos visitas que he tenido la suerte de hacer a Tierra Santa. En el corazón de la ciudad vieja de Jerusalén, se encuentra la basílica del Santo Sepulcro, también conocida como “iglesia de la resurrección”. En su interior encontramos el Calvario, lugar de la crucifixión y muerte de Jesús, y la Tumba desde la que resucitó al tercer día. Los dos santos lugares son inseparables, como lo son el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Quedé impactado con un viacrucis de figuras sobrias y sencillas, pero de una belleza singular, que se encuentra en la capilla de la Aparición en el interior de la basílica. Como es muy alargado, en la foto he hecho una composición para que se pueda ver completo.

Me llamó la atención la última figura (la he señalado con una flecha) que representa la Resurrección (el viacrucis tradicional acaba con la anterior, el entierro de Jesús). Sin Resurrección, la Pasión sería un sinsentido. De alguna manera representa otras situaciones dolorosas por las que podemos pasar en la vida y que llevan a que nazca en nosotros algo nuevo.

 

El amor y el dolor van con frecuencia de la mano (en el matrimonio, en la familia), como bien lo escribió el poeta: “Mi ciencia es toda de amor / y si en amor estoy ducho / fue por arte del dolor / pues no hay amante mejor / que aquel que ha llorado mucho”.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

12/04/2023

Aplausos a los dos

Aplausos a los dos

Pepe y Mari son padres jóvenes de familia numerosa, el mayor con diez años. Nos conocemos desde hace tiempo y mi admiración por ellos hace que, en ocasiones, sea poco objetivo al hablar de esa familia: es lo que tiene el cariño.

Pepe trabaja en un banco y Mari, enfermera, en el quirófano de un hospital.

Con Pepe suelo coincidir a la salida del colegio porque viene a recoger a los niños; en las conversaciones, la mayor parte del tiempo se la llevan las incidencias en casa; un piso pequeño provoca muchos roces entre niños… y entre mayores. Procuran compensarlo con salidas al campo los fines de semana, una forma de pasar juntos el tiempo libre que les aporta distensión y alegría.

Un día que estábamos relajados hablando en torno a la mesa del bar de enfrente, salieron algunos aspectos del trabajo de los dos, que le estaban afectando porque no conseguía encauzarlos.

“Cuando Mari se queda más tiempo en el hospital porque se han presentado más operaciones de las previstas, me enfado porque de buena es tonta; es que es incapaz de negarse. Entonces llega a casa muy tarde, ya están acostados los niños y se han ido a la cama sin ver a su madre en todo el día. Aunque procuro no verbalizar el enfado, se me nota y la relación se tensa”. “Otro momento que me afecta es cuando dice que al día siguiente no tiene que ir a trabajar porque le han dado libre para compensar. En el fondo noto que hay algo de envidia, porque tendrá el día para ella sin niños y a mí eso no me sucede. Mi reacción es un poco infantil, como de no hablar o pues ahora no respiro”.

En aquel momento no le añadí ningún comentario; me pareció que ya era mucho si Pepe reconocía la situación, no hacía falta abundar en consejos.

La semana pasada volvimos a tener oportunidad de hablar tranquilamente; a la vuelta del verano no habíamos pasado de unos saludos y cuatro frases. Durante la conversación surgió el momento y le pregunté ¿cómo vas con lo del trabajo de Mari?

Pues mira Rafa, gracias a Dios estoy mejorando. Desde aquella vez que te conté, cuando Mari llega tarde por imprevistos la espero con la mesa puesta para cenar juntos. Procuro recibirla con un abrazo y decirle al oído “te quiero tanto que esa tontería no puede afectarnos”. Y cuando le dan día libre, reúno a toda la pandilla y aplaudimos a mamá “porque así podrá descansar y estará en casa cuando lleguemos del cole”.

Es verdad que no salgo victorioso en todas las batallas; algunas las pierdo, me puede el carácter y me enfado igual. Pero con la ayuda de Mari, que es muy buena, esta guerra la ganaremos.

De regreso a casa, paseando sin prisa, me di cuenta de que también a mí me entraba una cierta envidia: pero no tenía claro si quería ser Pepe o Mari. Y con el corazón me vi mezclado con la pandilla en un día de aplausos ¡a los dos!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Día completo

Día completo

Repasó el escrito y lo guardó; era el punto final a una jornada de trabajo con resultado incierto, un día al que le sobraba una pizca de tensión y le faltaba una pincelada de optimismo: dolor de cabeza, frío interior, catarro incipiente, entrevista desafortunada… Un último esfuerzo para dejar todo en orden: el ordenador, la mesa, las sillas. Desde la puerta recorrió el despacho con la vista, la mirada se detuvo en la imagen y le dedicó sin palabras un adiósgraciashastamañana.

Los lunes, Pedro tenía actividades con un grupo de matrimonios del colegio. Las conversaciones con uno y otro le removían; conocer las inquietudes de la gente buena le tiraban el ánimo para arriba. Hablar de la familia, el trabajo y los amigos; de planes, proyectos, avances y retrocesos -el mundo particular de cada uno, con algo de común en todos- le ayudaban a olvidarse de lo suyo. Era la hora de marchar, pero ya no tenía prisa; se había olvidado de las ganas de llegar pronto a casa.

Se encontró con Miguel al recoger el abrigo, ¿te cuento la última? Y allí de pie se les pasó un buen rato hablando de los hijos.

Por el camino se le iluminó la cara al pensar que le esperaba para cenar juntos a pesar de la hora; los niños ya estarían acostados. En el rellano respiró hondo, se arregló el pelo, abrió. Con el ruido Isabel se asomó al pasillo, la envolvió en un abrazo largo mientras le susurraba ¡gracias preciosa! A ella le costaba sonreír, la tarde se había alborotado, Jorge vino enfadado del cole y no había dejado estudiar a los otros; acabó caliente en la cama, sin cenar.

En la mesa se entretuvieron repasando el día, hablando bajito, unidos por la mirada y el dedo meñique; afloraron recuerdos que actualizaban sentimientos y despertaban nuevas ilusiones.

Recogieron en silencio, recorrió las habitaciones con cuidado lanzando un beso desde la puerta y se retiró a descansar. Repasó el día: el dolor de cabeza, el frío, el catarro o la entrevista desafortunada se habían diluido con el cariño recibido. Cogidos de la mano se le cerraron los ojos; en su interior daba gracias porque el día había tenido de todo, un día completo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Dormía con la misma intensidad que vivía

Dormía con la misma intensidad que vivía

Ramón es un tipo al que la vida no se lo ha puesto fácil; algo tiene que todos le quieren. Trabajó en cuanto pudo para mantener su familia a la que pronto le faltó el padre y estudió todo lo que el cansancio le permitía. Llegó a la universidad en el turno de tarde y conoció a Lola en el segundo año de carrera. Se casaron jóvenes con la prisa de los que se quieren y la ilusión de formar una familia generosa. Pasaron cuatro años y el matrimonio seguía sólo, con el sufrimiento de la falta de la compañía que tanto anhelaban. Por fin llegó Teresa y a continuación Javier; con el tercero, Ramón empezó la segunda carrera para garantizar un mejor futuro para los suyos, mientras el trabajo le lanzaba de un punto a otro por medio país; el piso se quedó pequeño con la cuarta y el quinto vino con las llaves de la nueva casa bajo el brazo. Allí llamaron a la puerta los siguientes hasta que el matrimonio y los once hijos se hicieron la foto definitiva para el carnet de familia numerosa. Intercalados con los hijos, el padre de Lola y la madre de Ramón también encontraron acomodo en el hogar.

Piluca lleva el número 8 en la camiseta del equipo familiar; genio inconformista, líder en su clase de 3º ESO, adolescente en pleno apogeo. Quiere ser buena pero mejor no recordárselo; juega a ir de mala y lo hace fatal. Cuando sube, querría bajar; y cuando va le apetece volver. La otra noche nos dio la cena, contaba Ramón. Se enfadó con nosotros, con sus hermanos, con el mundo: el motivo era Moisés, el de la biblia. En la mesa nos interpelaba ¿porqué la Iglesia no ha hecho Santo a Moisés? ¿eh? a ver ¿porqué?  a otros sí y a él no ¿porqué? A Ramón no le ha pillado falto de experiencia, pero reconoce que ésta es distinta y le exige técnicas nuevas. Utiliza la de callar y esperar que escampe; le pone mucho cariño y algo más de paciencia. Acabó la cena enfadadísima porque en aquella casa no se puede dialogar, que son como paredes y que para eso mejor se iba a dormir. Y se encerró en la habitación con un sonoro portazo. Ramón dejó pasar unos minutos, le hizo un guiño a Lola y subió a la habitación; llamó con suavidad y entró sin esperar respuesta. Piluca, hija, ¿¡qué quieres!? Sólo recordarte que no te has lavado los dientes ¡ni pienso! ¡y tampoco voy a rezar! Bueno, tu verás, pero si no te lavas los dientes, te pueden salir caries, ya sabes lo que ha dicho el dentista de cómo tienes la dentadura ¡me da lo mismo! ¡y tampoco pienso rezar! Ramón se esforzaba por dar un tono serio a la conversación, lo más que podía en aquella situación tragicómica. Con las caries se te puede caer un diente y estarías muy fea; ¡como si se me cae toda la dentadura! Sería una lástima ver a una chica tan guapa como tú y sin dentadura, pero ya eres mayor para saber lo que haces. Volvió sobre sus pasos al salón y se sentó como quien lee el periódico a la espera de acontecimientos. Podía utilizar el aseo de arriba y pasar desapercibida, pero quiso usar el que está junto a la cocina. Con la toalla y el cepillo en la mano, Piluca pasó por detrás de su padre sin decir palabra, arrastrando los pies por si no se había enterado. Cuando la oyó entrar de nuevo en la habitación, dejó el periódico, subió el primer tramo de escaleras y la llamó ¡hija! ¿¡que quieres!? Te vas a dormir y no me has dado un beso; ¡pues te aguantas! ¿cómo puedes tratar así a tu padre? Mira, yo he subido la mitad, te propongo que tú bajes la otra mitad; unos segundos largos, se abrió la puerta y Piluca apareció confusa, lenta, como quien no quiere lo que quiere, y llegó hasta la mejilla de su padre; el padre se dejó querer, la tomó del brazo delicadamente y la acompañó sin prisas saboreando aquel momento; arrodillados al pié de la cama, rezaron juntos como hacían cada noche. Después, desde la cocina la oyeron hablar con su hermano como si nada hubiera pasado; sonó la guitarra y cantaron su canción preferida.

Con todos acostados, Ramón y Lola se alargaron en la sobremesa; la hora, el silencio, la luz tenue, facilitaban una conversación tejida sin prisas, más de oír que de hablar, atento al otro que se abre natural, sin adornos; y valía la pena escuchar palabras que llevaban premio.

Antes de ir a dormir, Ramón pasó por las habitaciones a disfrutar del último instante. Piluca, con la sonrisa en los labios, dormía con la misma intensidad que vivía.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader