El espíritu del niño que permanece en ti

El espíritu del niño que permanece en ti

El día de Reyes te levantaste inquieto, algo nervioso, sin perder la serenidad y afabilidad de tu porte externo. Pendiente de todo y de todos, animabas el desayuno con tu conversación mientras te anticipabas a servir las preferencias de cada uno. Me decías que el corazón se te agitaba cada vez que pasabas por delante del cuarto que guardaba los regalos, deseando que llegara pronto el momento del reparto, pero sin desperdiciar ningún minuto de los muchos que aún faltaban, atento a la casa, las personas o el teléfono. El esmero que ponías en cada una de tus acciones, la sonrisa dibujada en tu cara, nada hacía presagiar la llama interior que alimentaba tu fiesta de Reyes. El espíritu del niño que un día fuiste seguía vivo cincuenta años después. Las cargas de una vida profesional dilatada, la responsabilidad familiar compartida, la implicación en varios proyectos sociales, tu participación en iniciativas ciudadanas, no habían alejado de tu interior la capacidad de ilusionarte ante un acontecimiento sencillo, ni la sensibilidad de emocionarte por un pequeño detalle. Te habías hecho hombre sin dejar de ser niño.

Disfrutaste de la fiesta. Te alegrabas con cada uno de los regalos que recibían los demás y se te iluminó la cara con los tuyos. Abrías los ojos expectantes mientras desenvolvías los paquetes y nos contagiabas tus sentimientos. Llegó el final y nadie se dio cuenta de que eras tú quien recogía, ordenaba y limpiaba, a la vez que te interesabas por uno y otro: ¿te gusta?, ¿estás contento?.

Tus regalos quedaron sobre la mesa. Cómo nos reímos, cuando contabas que a la mañana siguiente te habías despertado con el relincho de los caballos y saliste de la cama disparado para ver qué les pasaba; no distinguías si habían sido de verdad o eran parte del sueño que te envolvía aquella madrugada. Con la misma sencillez, decías que si no es en esta vida, al menos en la otra querrías tener muchos caballos, para que todos tus amigos puedan pasear contigo y enseñarles todo lo que tú has aprendido con lo que te traen los Reyes año tras año.

Mientras lo contabas, pensaba en que tus amigos no necesitamos un caballo para estar a gusto a tu lado, ni nos hace falta esperar a la otra vida para disfrutar contigo. Y aunque comparta contigo la afición por los caballos, no es eso lo que me lleva a buscarte, si no el espíritu del niño que permanece en ti.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Carmen y Vicente, sencillez y cariño

Carmen y Vicente, sencillez y cariño

Me llamó mi hermano ¿qué haces en Semana Santa? Me quedo por aquí, pendiente de unos asuntos que están al caer. Pues mira si haces hueco para venir a comer el viernes, que tus sobrinos te reclaman. Después nos acompañas a los oficios y a la procesión, y así nos ayudas; Teresa está un poco cansada estos días y quiere estar disponible para lo que necesite el párroco.

Llegué con tiempo y, antes de subir, pasé por la iglesia a rezar por ellos en el monumento que hacen en la capilla; un canto a la sencillez y buen gusto, con un ambiente recogido, centrado en el sagrario.

Al momento entraron Vicente y Carmen, con quienes de vez en cuando he hablado y de los que tengo abundantes referencias por la amistad que tienen con mi hermano, vecinos de la misma escalera. Nos saludamos con la mirada, estuvieron un ratito y se fueron.

Al salir, los vi más adelante en la misma acera, retuve el paso para contemplarlos. Caminaban sin prisa con las manos entrelazadas, hablaban, se miraban; me despertaron la admiración de su fidelidad, asentada en años de matrimonio, de dificultades, de alegrías, de luces y alguna sombra.

Al acabar la mili, Vicente se quedó en Madrid a buscar trabajo; su noviazgo con Carmen daba sus primeros pasos en el pueblo y quería ofrecerle un horizonte donde cumplir sus sueños. No tardaron en casarse y se instalaron en un barrio sencillo, unos bajos que en sueños les pareció un palacio. Nació Pedro, un chavalote cargado de energía y sonrisa amplía. Cambiaron de piso, esta vez un tercero sin ascensor. María y Vicente completaron los gozos del matrimonio y se esforzaron como jabatos para sacarlos adelante.

Volvieron a estrenar vivienda, la definitiva, en una zona por entonces de reciente construcción y donde todos los vecinos eran nuevos. Pedro pasó a la universidad y acabó Ingeniería Informática. María fue una chica inquieta, alegre, que revolucionaba la casa. Los últimos años del Instituto empezó a salir con un grupo del barrio, bajó rendimiento en estudios, pero consiguió entrar en la universidad. El ambiente que frecuentaba preocupaba a sus padres, sufrían en silencio y un día marchó de casa; dejó la familia, los estudios y le perdieron la pista. Vicente también tenía muchos amigos en el Instituto y los mantuvo en la Universidad. Colaboraba con la parroquia, ayudaba en catequesis y en las actividades deportivas. Empezó a salir con una compañera de clase sin dejar a los amigos; organizaban excursiones y celebraban las fiestas en casa de unos y otros. En 4º de Físicas acabó de madurar la idea que le rondaba en su interior y un día sentó a sus padres: quiero ser sacerdote. Al acabar la carrera se fue al seminario.

Pedro tiene un buen trabajo, es muy apreciado en la empresa; les ha dado la alegría de los nietos. Vicente está en la Parroquia de un barrio cercano y va por casa con frecuencia. María volvió, mal, muy mal, pero tuvo la valentía de llamar a la puerta y abrazar a su madre. Dicen que se curará, que la recuperación depende del entorno y de su fuerza de voluntad; cariño, comprensión y fortaleza no le van a faltar.

Vicente está jubilado y con Carmen vuelven a vivir una nueva etapa en su vida; participan juntos en actividades del Centro Cultural del barrio, ayudan en tareas asistenciales de la Parroquia, cuidan los nietos siempre que hace falta; son queridos en la escalera y allí donde se les conoce. Y pasean su cariño por la calle con la misma naturalidad y sencillez con la que viven.

Llegamos juntos al portal de la casa, nos saludamos y pasamos al ascensor. Poco tiempo, pero suficiente para que me pregunten por todos los míos y se interesen por mí. Ellos continúan; me quedo en el rellano un instante, antes de llamar al timbre, para digerir todas las emociones que me han despertado en tan poco rato. Aún así, cuando me abre Teresa me pregunta ¿qué te pasa? Pues que he venido con tus vecinos y… ¡son un encanto! me dice.

Sí, y un ejemplo en vida; muchas gracias Carmen y Vicente, sencillez y cariño.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

18 de agosto de 2020

Isidoro

Isidoro

La respiración de Isidoro fue perdiendo fuerza durante la noche; con noventa y siete años, nos dejó al amanecer del martes, cuando el hospital despertaba y la actividad empezaba a recorrer pasillos y habitaciones. Le cerré los ojos; antes de dar el aviso, recé un rato ante aquel rostro sereno que tanto me sugería. Pasaron por mi cabeza las historias contadas y las vividas durante los años que le he acompañado.

Vivió con pasión su profesión de periodista y la empapó de un espíritu profundamente cristiano. Quiso que le lleváramos a su pueblo, en tierras palentinas; allí descansa ahora junto a los suyos. Aunque supongo que donde se los habrá encontrado, será en el cielo. Aquí lo que nos deja es su ejemplo, el bien y el afecto que repartió, a pesar de que el carácter se le salía de tono de vez en cuando, por motivos de la enfermedad.

Fue muy emotivo ver pasar a despedirse a todas las enfermeras, auxiliares y médicos, que durante años le han atendido en el Hospital Laguna. Gente que trabaja con profesionalidad y añaden un plus de cariño al trato. Y querían corresponderle.

Isidoro tenía estudios, títulos, distinciones, condecoraciones. Nada de eso queda en la caja enterrada bajo tierra. Fuera, lo que cuenta es lo que ha dejado en los corazones de quienes hemos estado a su lado.

Le gustaba cantar y podía presumir de buena voz. Aunque no estoy a su nivel, le acompañaba en sus arranques; pasábamos de una canción a otra sin agotarlas, porque no sabíamos la letra completa y la inventábamos sobre la marcha. Una de ellas, era parte del poema de San Juan de la Cruz: al atardecer de la vida te examinarán del Amor.

En ese momento hablábamos de la muerte con naturalidad y algo de humor. En broma le decía: “Isidoro, conviene que tú pases primero el examen porque sacarás buena nota y así me podrás ayudar cuando me toque a mí”. El calendario ha confirmado la previsión; espero acertar también en la calificación.

Ahora le pido que nos ayude, a mí y a todo el que se lo encomiende, a recorrer nuestro camino sembrando paz y alegría por todos los rincones, aunque haya contrariedades; con una actitud abierta para colaborar con todos, también con los que no piensan como nosotros, porque esta vida es corta y poco el tiempo que tenemos para tanto bien que podemos hacer.

¡Ah! Isidoro no te olvides de decirle a San Pedro que soy amigo tuyo (por lo de la nota del examen).

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

26 de junio de 2020

Cuando «eso» se presenta de improviso

Cuando «eso» se presenta de improviso

Guardé un vídeo que me enganchó. Son unos segundos que recogen la acción de la jugadora Bárbara; tras superar las dificultades que le salen al paso, culmina la jugada con un bonito gol. Ejemplo de una actitud ante la vida; podría haberse quejado y no seguir, reclamar falta y esperar, quedarse tumbada de agotamiento después de la caída… pero lucha, sigue, se levanta, chuta y marca. No siempre el esfuerzo acaba en premio, pero marca el camino acertado.

Hoy, ese vídeo se lo dedico a Pepe. Me llamó la semana pasada para contarme una inquietud. Se había hecho una revisión médica ordinaria y aparecieron unos síntomas dudosos que el TAC posterior confirmó. Le ingresaron para hacerle más pruebas y despejar las dudas. “Quieren desechar la sospecha o ponerle nombre y apellidos”. Por un momento se le quebró la voz; en la familia hay antecedentes de “eso”. “Ojalá quede todo en una anécdota y dentro de unos días nos podamos reír recordando el susto” me dijo.

Así es Pepe, de un corazón enorme, con una cabeza despejada y una fe en Dios que vive con discreción pero que, en ocasiones como ésta, se manifiesta con firmeza. Su mujer, las hijas, la familia, los amigos, le queremos porque nos quiere, nos lo pone fácil. Vive la vida con ilusión e intensidad y, ahora, nos enseña que está preparado para todo: para darle la mano a “eso” si viene y también para echarse unas risas, si todo acaba en nada.

Y lo siento por el vídeo: la jugadora es del Barça y Pepe es del Madrid ?

Rafael Dolader – vidaescuela.es

– @rdolader

Elogio a un hombre amable

«Antonio es conductor de un autobús que une pequeños pueblos de una comarca castellana. Las aldeas que salpican el recorrido de su ruta están acostumbradas a oír su claxon. Al toque de la bocina, la gente levanta la mano para saludar al conductor, amigo cotidiano, o comenta con literal exactitud: «Ahí pasa el coche-correo» (como siguen llamando al autobús los vecinos de toda la vida).»

Así empieza «Elogio de un hombre amable» escrito por Dora Rivas y publicado en el semanario Alfa y Omega del 27-11-2008. Hoy, buscando otro asunto, lo he recuperado del archivo donde lo guardé y me ha emocionado tanto como entonces:

«He viajado varias veces en su autocar y he podido comprobar la multitud de pequeños gestos amistosos que Antonio realiza con total naturalidad. Por ejemplo, alguna vez ha trasladado unos metros la parada reglamentaria para hacerla coincidir lo más posible con el destino del viajero (no sé por qué me acuerdo ahora de las distintas advertencias de Nuestro Señor, para no matar el espíritu con la rigidez de la letra). Entiendo que estas licencias puedan permitirse en pueblos casi fantasmas y no en populosas capitales, pero el detalle sigue siendo igualmente valioso.

Nunca he visto a Antonio refunfuñar con nadie; esas discusiones por alguna tontería, entre conductor y pasajero, que presenciamos alguna vez en autobuses urbanos, son impensables en este autobús pueblerino, en el que los pasajeros hablan entre sí como si estuvieran en el bar, porque casi todos se conocen y siempre hay algo que decir. Antonio no interrumpe, y aunque es un hombre de pocas palabras, participa con breves y atinados comentarios cuando se pide su opinión. A veces se atreve con algún chiste para amenizar el viaje. Podría contar mil anécdotas para describir la amabilidad de este hombre: en una ocasión le vi cargar el bolso de un pasajero unos metros; no tenía por qué hacerlo, esa función no entraba en su sueldo, pero lo cogió con una sonrisa, quitándole importancia. Este extraño conductor prefiere perder algún céntimo, si no tiene vueltas exactas, antes que hacérselo perder al viajero.
Antonio acumula en su haber mínimas acciones de este tipo, más propias del caballero cortés de antaño que de un estresado conductor de nuestros días. Esta caridad en miniatura se manifiesta con gran belleza ante los ojos que la contemplan y es digna de gratitud.

Antonio lleva una estampita junto al parabrisas de su autobús, ahora no recuerdo de qué santo. Supongo que es un hombre religioso, porque los sencillos no tienen demasiadas dificultades para encontrarse con Dios, y sus constantes muestras de amor testimonian que ha conocido un Amor más grande, del que esos guiños son participación.

Es curioso, sin poner ninguna peli, este conductor ha logrado que mis viajes al pueblo sean mucho más agradables.»

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader