Próxima estación: LOS CIEN

Próxima estación: LOS CIEN

Mi madre viaja en un tren que avanza tranquilo para que los pasajeros puedan disfrutar de la conversación, del paisaje y de los recuerdos que afloran. Las estaciones coinciden con los años y la próxima para ella será la de los CIEN. Si Dios quiere, será en la primera semana de enero de 2025. Mi padre hubiera llegado a esa estación en la semana que ahora estamos; pero hace unos años que una enfermedad le apeó del tren y mi madre continúo sola el viaje, asomada a la ventana mirando hacia atrás por si le veía y, a ratos, hacia adelante. Poco a poco, el recuerdo del trayecto recorrido juntos le dio fuerza para hablar más del futuro que del pasado. Y dedicó su tiempo a ayudar a los hijos, la familia, las amigas, las vecinas y cualquier persona a quien pudiera prestar un favor. De nuevo sus conversaciones se llenaron de contento por lo hecho y de alegría por lo que tenía por hacer. Nos ha enseñado a disfrutar de las pequeñas cosas y de las grandes, aunque de estas pocas encontramos en su currículum; salvo que, al vivirlas con intensidad, las pequeñas se convierten en grandes.

Con quince años fui el primer hijo en marchar de casa. Con la maleta a los pies, la única que teníamos en casa, aquel domingo de octubre esperamos el tren que me llevaría al futuro. Los nervios y la juventud me sujetaron al “yo” y fui incapaz de darme cuenta de lo que estaba viviendo “ella”.  A la salida de la estación la vía dibuja una curva a la derecha, los familiares pierden la vista del tren y bajan las manos del adiós; durante un rato aún les llega el quejido del puente de hierro sobre el río hasta que ha pasado el último vagón. Y después, silencio. La estación se queda vacía, dormida. Aquellas figuras que de puntillas levantaban la mano y estiraban el cuello en el andén, regresan calle arriba algo encogidas, sin despegar los labios, tragando alguna lágrima que quedó sin salir.

Ahora he podido comprender lo que aquel día vivió en su corazón, porque cuenta con mucho detalle todo lo que guarda en su memoria, aunque se le olvida lo de ayer. “Cuando marchaste procuré rellenar el hueco con tus hermanos; ellos, el trabajo de la casa, ayudar a tu padre y atender otras necesidades, mantenían la mirada alta. Pero luego marchó José Antonio, y Elvira y Joaquín; las habitaciones se quedaron vacías y me daba no sé qué pasar por allí”.

Ese no sé qué era por nosotros, no por ella. Mi madre no habla de cosas, habla de personas. En sus relatos, los aspectos materiales tienen un papel segundón, importan poco; sus historias son con personas: su abuela, los padres, los hermanos, las primas, las amigas, la familia, los hijos, los nietos, los bisnietos. Lo que llena su corazón son los demás y por eso habla de ellos.

Quien quiera que se siente a su lado en este viaje de la vida, tardará muy poco en verse acogida en una conversación que empieza por lo evidente, por lo más sencillo; y acaba no se sabe cuándo ni donde, porque la cabeza y las fuerzas le acompañan, y los temas de su interés son amplios.

Pido a Dios que nos permita revivir aquella escena de un domingo de octubre, pero con los papeles invertidos: que sea una bienvenida en lugar de despedida; que quien espere en el andén seamos todos los que la queremos, que quien vaya en el tren sea ella y que la veamos llegar arreglándose el pelo en el cristal de la ventanilla cuando la megafonía le anuncie “próxima estación ¡LOS CIEN!”.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

24/01/24

Ensaimada de Mallorca

Ensaimada de Mallorca

En esta ocasión fueron tres días, sólo tres días fuera de casa, pero el regreso me removió; volver fue un motivo de alegría al pensar que me esperaban; que allí, mi ausencia no había pasado desapercibida.

Fueron tres días en Palma de Mallorca, intensos de horario y relaciones. Al acabar las sesiones, el contacto personal es enriquecedor y prolonga la oportunidad de compartir experiencias. La conversación empieza hablando de colegios, motivo que nos había convocado, y poco a poco se desliza hacia lo personal. Familia, aficiones, inquietudes y otros asuntos prolongan la atención en el otro y te ayudan a ampliar horizontes, a quebrar la tendencia a ser autorreferencial, a salir de tu mundo y descubrir “otras américas”, personas que llevan dos días sentadas a tu lado con gran riqueza interior.

El atardecer nos dio la oportunidad de pasear por el centro de la ciudad, mosaico urbano de calles estrechas peatonales, con sabor a romanos, moros y cristianos que dejaron su huella en los empedrados, plazas, patios interiores, fachadas, puertas y ventanas. Y volver hacia el hotel por el paseo marítimo, hablando a ritmo de paso lento, oliendo a mar, bajo la mirada atenta de la silueta de la Catedral que se alza majestuosa sobre las antiguas murallas.

Dos tardes de paseo fueron suficientes para confirmar la importancia que la ensaimada tiene en Mallorca. Es el producto de repostería por excelencia con el que se identifica la isla y la ciudad. La tradición la sitúa en el siglo XVII y desde entonces se elabora y consume como parte del acervo cultural e histórico; la gran influencia del turismo le ha dado reconocimiento internacional. La ensaimada tiene una forma redonda que la hace típica; está elaborada con masa de hojaldre fermentada lentamente y luego se hornea para que quede con color tostado por fuera y esponjosa por dentro. Finalmente se espolvorea con azúcar en polvo que le da un atractivo muy apetecible.

La tarde del viaje de vuelta llegamos al aeropuerto con tiempo suficiente para resolver los trámites de embarque y recorrer la zona comercial. Atraen la atención del viajero las cajas de ensaimadas apiladas para que sobresalgan por encima de la vista. Si hasta entonces no la has comprado, esa es la oportunidad de llevar contigo un detalle que habla por sí solo.

Parado frente a una de aquellas pilas de cajas de ensaimadas fui consciente de la alegría que me daba el regreso, porque iba a un lugar donde me esperaban. También pensé cómo sería no tener un sitio a donde volver, que es tanto como regresar al sitio donde tu ausencia no se ha notado porque no le importas a nadie; un escalofrío me recorrió el cuerpo y me enfrió el corazón. Fue un instante, suficiente para dar muchas gracias de lo que tengo y poner empeño en acrecentarlo. El fuego del cariño hay que alimentarlo con ramas menudas, pequeños detalles que lo mantienen vivo.

¿En qué puedo servirle? Emocionado en aquellos pensamientos me había ido al séptimo cielo. Una cara sonriente me miraba con atención; reaccioné. Por favor, póngame unas ensaimadas de esas que hablan por sí solas, esas que cuando las entregas están diciendo “yo también he notado vuestra ausencia”. ¡Entendido! y me guiñó un ojo

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

06/12/23

Atardeceres de julio

Atardeceres de julio

A principios de julio estuve unos días cerca de Pamplona; al caer la tarde salía a dar un paseo. La vista resbalaba por encima de los rastrojos del trigo recién cosechado y se perdía en el horizonte, sin más sombra que la que me cobijaba. Solía sentarme envuelto en el silencio que despide al sol cuando se retira, olía la paja aún tierna que descansaba en los campos vecinos, disfrutaba de la contemplación del paisaje, bebía en pequeños sorbos la belleza que la naturaleza me ofrecía.

A veces estaba acompañado; la conversación entonces salía pausada, en voz calma. Hablábamos de tú y yo, de aspectos personales alejados de polémica porque el ambiente nos invitaba a la escucha. Son momentos en que descubres al otro y te sorprende porque caes en la cuenta de los valores que atesora, después de tanto de tiempo de sólo ¡hola! y ¡adiós!

Surgía el contraste con la vida en la ciudad que centra nuestra atención en lo artificial. Aunque también allí hay elementos naturales, quizás no tan a la vista, no tan cegadores como los atardeceres de julio en el campo, pero que se nos escapan porque no vamos atentos al mundo que nos rodea, más inclinados a ver que a contemplar.

El ruido nos distrae y a nuestro alrededor siempre hay muchos mensajes que nos reclaman; será por eso por lo que el silencio tiene mucho que ver con la soledad.

Sólo o bien acompañado, vuelvo dispuesto a buscar cada día los momentos de silencio que tan buenos recuerdos me dejaron aquellos atardeceres de julio.

30/08/23

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Pequeños detalles, grandes alegrías

Pequeños detalles, grandes alegrías

Es diciembre, paso unos días en el Valle del Tiétar. Salgo a pasear empujado por las ganas de hacer ejercicio y atraído por el día magnífico que tenemos, fresco y con sol radiante en un cielo limpio, los caminos reblandecidos por el agua de las lluvias recientes. Encuentro una señora entre los pinos, a la ladera del camino; cesta de mimbre con asa bajo el brazo y en la mano, un cuchillo embarrado; habla con el perro que le acompaña, más bien le da indicaciones.

La saludo

– buenos días ¿cómo le va, hay cosecha?

Se endereza y una sonrisa le ilumina la cara; me enseña la cesta.

– De momento sólo llevo tres, pero disfruto mucho cada vez que encuentro una seta. Mire ve, aquí hay un buen grupo, pero no me fío; sólo cojo níscalos, que son los que conozco bien. Andaremos otro poco y, aunque no encuentre más, con éstos ya me vuelvo muy contenta.

Nos despedimos, continúo la caminata a buen ritmo mientras sigo impregnado por la alegría de la buena señora. Puedo pensar que su mundo es pequeño, que se conforma con cualquier cosa; o también que tiene la capacidad de saber disfrutar con los pequeños detalles que nos ofrece la vida, que posee la sencillez de descubrir motivos de gozo entre lo ordinario de cada día.

Corren tiempos donde se nos insiste en que la felicidad viene de la mano de  sensaciones fuertes, se anhela lo extraordinario; y la solución la ofrece la publicidad, cuando pone a tu alcance experiencias únicas que te harán feliz, por las que vale la pena gastar dinero, que de eso se trata: una playa de arena blanca, aguas cristalinas, palmeras exóticas; una casa rural en medio de montañas solitarias; una jornada inolvidable en un parque temático…

No digo yo que esas propuestas sean malas; pero es una lástima renunciar a tantos pequeños detalles que pasan a nuestro lado con los que podemos disfrutar. Focalizarnos en lo extraordinario nos adormece para lo ordinario; centrar nuestra ilusión en las vacaciones de verano, nos anula once meses al año. Esperar al fin de semana desperdicia los cinco días anteriores.

Pues como no están los tiempos para tirar nada, intentaré aprovechar todas las oportunidades que me ofrece la vida cada día de lunes a domingo, de todas las semanas de cada uno de los doce meses del año. De momento voy a leer algo sobre los níscalos, que no sé nada y me lo estoy perdiendo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El asedio de Antioquía (2): narración

El asedio de Antioquía (2): narración

Bohemundo, máximo jefe franco, sitió Antioquía desde octubre de 1097 hasta junio de 1098

«En este mes de octubre de 1097, el viejo Yaghi Siyan, servidor desde hace cuarenta años de los sultanes selyúcidas, está convencido de que los ejércitos francos que se han concentrado ante Antioquía jamás podrán penetrar en la ciudad, pues no puede tomarse al asalto, y mucho menos sitiarse por hambre. Es cierto que los soldados de que dispone este emir turco de barba canosa no son más que seis o siete mil, mientras que los frany alinean más de treinta mil combatientes. Pero Antioquía es una plaza fuerte prácticamente inexpugnable. Su muralla tiene dos farsaj (doce mil metros) de largo y no cuenta menos de trescientas sesenta torres edificadas a tres niveles diferentes. La muralla, sólidamente construida con piedra de talla y ladrillo y asentada sobre cascote, trepa al este por el monte Habib-an-Nayyar, cuya cima corona con una alcazaba inexpugnable. Al oeste está el río Orontes, al que los sirios llaman al-Asi, «el río rebelde», porque a veces da la impresión de fluir en sentido contrario, desde el Mediterráneo hacia el interior. Su lecho corre paralelo a los muros de Antioquía, constituyendo un obstáculo natural difícil de cruzar. Al sur, las fortificaciones dominan un valle, cuya pendiente es tan empinada que parece una prolongación de la muralla. Por esto les resulta imposible a los sitiadores rodear por completo la ciudad y los defensores no tienen ninguna dificultad para comunicarse  con el exterior y para avituallarse. Las reservas de alimentos de la ciudad son tanto más abundantes cuanto que la muralla encierra, además de los edificios y los jardines, vastos campos cultivados. Antes del «Fath», la conquista musulmana, Antioquía era una metrópoli romana de doscientos mil habitantes; en 1097 sólo tiene cuarenta mil, y varios barrios, antaño poblados, se han convertido en campos de labor y en huertos. Yaghi Siyan no tiene inquietud alguna en lo que respecta a la solidez de sus fortificaciones o la seguridad de su aprovisionamiento…

…El 2 de junio, poco antes de la puesta del sol, los centinelas avisan de que los frany han reunido a todas sus fuerzas y se dirigen hacia el noreste. Emires y soldados sólo hallan una explicación: Karbuka está cerca y los sitiadores van a su encuentro. En unos minutos, la noticia ha corrido de boca en boca y casas y murallas están alerta. La ciudad respira de nuevo: mañana mismo el atabeg romperá el cerco de la ciudad, mañana mismo acabará la pesadilla. La noche está fresca y húmeda, la gente pasa las horas muertas charlando a la puerta de las casas, con todas las luces apagadas. Por fin se duerme Antioquía, agotada pero confiada.

Las cuatro de la mañana: al sur de la ciudad, se oye el ruido sordo de una cuerda que roza contra la piedra. Un hombre se asoma desde lo alto de una gran torre pentagonal y hace señas con la mano. No ha pegado ojo en toda la noche y tiene la barba revuelta. Se llama Firuz, un fabricante de corazas encargado de la defensa de las torres. Musulmán de origen armenio, Firuz ha formado parte durante mucho tiempo del círculo de allegados de Yaghi Siyan, pero, últimamente, éste lo ha acusado de hacer «estraperlo» y le ha impuesto una cuantiosa multa. Buscando venganza, Firuz se ha puesto en contacto con los sitiadores. Les ha dicho que controla el acceso a una ventana que da al valle, al sur de la ciudad, y se muestra dispuesto a dejarlos entrar. Más aún, para demostrarles que no les está tendiendo una trampa, les ha enviado a su propio hijo como rehén. Por su parte, los sitiadores le han ofrecido oro y tierras. Se ha fijado un plan: hay que actuar el 3 de junio al alba. La víspera, para desorientar a la guarnición, los sitiadores han fingido que se alejaban.

Por el pacto entre los frany y el fabricante de corazas, aquéllos treparon hasta la ventanita, la abrieron e hicieron subir a muchos hombres con ayuda de cuerdas. Cuando fueron más de quinientos, se pusieron a tocar la trompeta al alba, mientras los defensores estaban agotados por la prolongada vela. Yaghi Siyan se levantó y preguntó qué ocurría. Le contestaron que el sonido de las trompetas procedía de la alcazaba, que, seguramente, había sido tomada.

Los ruidos proceden de la torre de las Dos Hermanas. Pero Yaghi Siyan no se toma la molestia de comprobarlo. Cree que todo está perdido. Cediendo al pánico, ordena abrir una de las puertas de la ciudad y, acompañado de algunos guardias, huye. Despavorido, cabalgará así durante horas, incapaz de recobrarse. Tras doscientos días de resistencia, el señor de Antioquía se ha venido abajo. Se puso a llorar por haber abandonado a su familia, a sus hijos y a los musulmanes y, de dolor, cayó del caballo sin conocimiento. Sus compañeros intentaron volverlo a subir a la silla, pero ya no se tenía en pie. Se estaba muriendo. Lo dejaron, pues, y se alejaron. Un leñador armenio que pasaba por allí lo reconoció. Le cortó la cabeza y se la llevó a los frany a Antioquía.”

Narración que se hace en la novela “Las cruzadas vistas por los árabes” de Amin Maalouf.

Extracto realizado por Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

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