Dic 17, 2018 | Escritos, Noticias
El anuncio de Ikea para la Navidad de 2018 no es que sea bueno, es … lo siguiente; si eres de los pocos que todavía no lo han visto, pincha aquí para verlo y luego continúas con el texto.
El sábado tuvimos comida familiar, en la sobremesa alguien lo comentó y aunque la mayoría lo conocía, fue unánime el deseo de verlo. Al acabar, emoción generalizada; algunas lágrimas habían corrido por varias mejillas. La tertulia continuó centrada en el contenido y mensaje que transmite. Hubo quien sacó el móvil, lo buscó y difundió entre sus contactos sobre la marcha, precisamente lo contrario de lo que se propone al final del vídeo. El impacto emocional mueve, dispone, pero no es suficiente; hay que aplicar el esfuerzo personal para aterrizar e incorporar las ideas que nos parecen buenas.
Está muy bien hecho, es actual, toca un tema interesantísimo y… le sobran los siete últimos segundos; ahí es donde naufraga y decepciona. Justo hasta ese momento consigue un clima que lleva al espectador a sacar un propósito, sin que se lo sugieran: la necesidad de dedicar tiempo a quienes están a tu lado, de hablar y escuchar. Pero han querido añadir dos textos que es donde tiran por tierra todo lo anterior. En uno nos dicen que las redes sociales nos perjudican (desconecta); y en el otro que la solución es prescindir temporalmente de ellas (del 24 al 1). Pues lo siento, pero me recuerdan aquellos amigos que fueron a ver el Museo del Prado y, a la salida, uno de ellos comentó: “¿os habéis fijado cuánto polvo tienen los marcos de los cuadros?”. Nada que ver el contenido con la conclusión.
Si las redes sociales nos perjudican, no me diga Vd. que las va a desconectar durante una semana; si son malas, deje de usarlas. Porque de lo contrario se parece a los supermercados cuando empezaron a cobrar las bolsas de plástico, aludiendo que así contribuían a preservar el medio ambiente; mire Vd. si las bolsas de plástico son malas, no las oferte, ni gratis ni pagando, o entenderé que Vd. quiere recaudar más dinero y se saca una excusa que entra bien. Si quiere darle vacaciones a los que llevan las redes sociales, no me diga que lo hace porque así me ayuda a tener más conversaciones en familia.
Podemos considerar si las redes sociales son perjudiciales o si lo perjudicial es el mal uso que hacemos de ellas. En ese caso vamos a encarar el problema de otra manera, porque la tecnología ha venido para quedarse. De la misma forma que distinguimos entre consumo y consumismo; al primero lo vemos como algo positivo porque resuelve necesidades de las personas y mantiene la economía, al segundo como algo negativo. Y no por eso los centros comerciales proponen cerrar durante la Navidad y así facilitarnos evitar el mal uso del dinero.
Ante el reto que nos plantean las redes sociales, tenemos cuatro alternativas como sucede con otras innovaciones que surgen de continuo: aislarnos, acoplarnos a su propuesta, combatirlas para eliminarlas o formarnos para usarlas correctamente, aprovechando lo mucho bueno que tienen. El anuncio apuesta por la primera, mi propuesta es la última.
Mi admiración por Ikea es anterior al vídeo que comentamos y de verdad que les felicito por la difusión que está teniendo, señal de que han acertado en el tema y en cómo lo tratan; pero eliminaría los mensajes escritos del final y dejaría el logo sobre la escena de la cena familiar, tan animada que ella sola transmite un mensaje tremendamente positivo: en estos días de Navidad y siempre, con redes o sin redes sociales, sepamos dedicar tiempo a escuchar y compartir con quien está a nuestro lado.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Sep 16, 2018 | Escritos
He quedado con Jorge en la puerta de la farmacia, la que hace esquina con la plaza de la Iglesia. De pie en la acera, le espero con la mirada puesta en la entrada de la calle para que me vea enseguida.
La zona se empieza a llenar con los invitados a una boda; llegan en grupo, en pareja o solos, pero hablando con su móvil, que ahora es otra forma de presentarse acompañado. El desfile de trajes y vestidos se parece a una competición por llamar la atención, por conseguir el reconocimiento de los demás. Se diría que es más importante el yo que el tú y que los novios.
A mis espaldas se saludan dos grupos; ellos dan fuertes palmadas, ellas reparten besos sonoros. Y salta la exclamación: ¡tía me encanta, me encanta, me encanta! vas de súper rockera en plan guay.
Hago un esfuerzo por no girarme y a punto estoy de sucumbir a la tentación. La curiosidad por conocer el vestido y el personaje, van a partes iguales. ¡Pero, qué ganas! ¿cómo será el vestido, y ella, y la otra?
Mientras sigo pendiente de que Jorge no se me escape, lo que acabo de oír me lleva a reflexionar sobre el vacío que abunda en la sociedad, lo bajo que hemos caído y me voy deslizando por la pendiente de la crítica que no lleva a ninguna parte, salvo a la amargura de comprobar que los demás no son como yo… ¡qué lástima, ellos se lo pierden!
Y de repente un pensamiento maligno, atrevido, insolente: oye ¿tú serías capaz de ponerte ese atuendo? ¡qué dices! Yo no me visto así jamás, vaya ridículo. O sea ¿no estás dispuesto a salir de tus esquemas? ¡Pues no, hasta ahí podemos llegar!
En esto llega Jorge, ya en el coche le cuento lo que bulle en mi interior. Él no le da la misma importancia, tiene un enfoque distinto; me dice que no está de acuerdo en el postureo y la falta de contenido con el que se comportan algunas personas. Pero que, si no somos capaces de salir de nuestro yo y llegarnos al otro con el sano propósito de comprenderlo, nunca le podremos ayudar.
Le miro con cara de sorpresa: lo que me quieres decir es que sin dejar de ser quien soy, he de dar entrada en mi mundo a quienes no son como yo; que tengo que hacer el esfuerzo de escucharles y entenderles, aunque estemos en las antípodas.
Tú lo has dicho, por ahí vas bien.
Vaya con la súper rockera en plan guay, la que me ha liado; intentaré hacer caso a Jorge.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Jul 3, 2018 | Escritos
Pues le pasa como a mí, que soy un hombre de poca inteligencia, me dijo Pedro en medio de la conversación. Habíamos quedado una tarde de este verano para ponernos al corriente. Después de un buen rato de contarnos las últimas novedades y no recuerdo bien a santo de qué, me soltó la frase. Me sorprendió porque lo tengo por persona sensata y prudente, bien formada y con criterio. Como me conoce bien y sabe de mi tendencia a la seriedad, intuí que había un doble sentido en aquella sentencia, así que frené mi impulso a ponerme trascendente y opté por no interrumpirle para decírselo en ese momento; puse cara de asombro, le miré con afecto, respeté su turno de palabra y continuó hablando.
Resulta que a finales de curso había estado con Begoña, su mujer, en una reunión del colegio para los padres de la clase de su hija Yolanda, la 3ª de los cuatro que tienen. A la salida se quedaron en la puerta con otros dos matrimonios, comentando el contenido de la reunión; la crítica se hizo presente enseguida, esta vez a cuenta de una profesora con la que no hay quien pueda. “Si es que eso es como todo” dijo otra de las madres allí presente, a modo de conclusión; y para corroborarlo pasaron a la política, la economía, el deporte… y se quedaron tan a gusto después de un buen repaso a tirios y troyanos. “¡Uy qué tarde se nos ha hecho!”, se despidieron y cada uno marchó por su lado. Por el camino Begoña le comentó que no le gustaba el tono de la conversación que habían tenido, demasiado hablar de los defectos de los demás, aunque no le dio mayor importancia.
En casa, entre los dos acostaron a los niños, recogieron la mesa, prepararon los desayunos y aún sacaron un rato para quedarse a solas contándose las incidencias del día. Mientras ella se preparaba para acostarse, Pedro siguió con el libro que tiene empezado, a ver si le llegaba el sueño. Había pasado dos o tres páginas cuándo se encontró un párrafo que le impactó: “Algunos creen que descubrir defectos es señal cierta de sabiduría, pero nada requiere tan poca inteligencia” (El poder oculto de la amabilidad, de Lawrence G. Lovasik).
Lo dejó ahí, cerró el libro y reflexionó sobre lo hablado en la puerta del colegio; una vez más se había dejado llevar por la crítica fácil que presume de saberlo todo. Fue en busca de Begoña: ¿recuerdas lo que me has comentado sobre el tono de la conversación? Bajó los ojos, le tomó las manos y con tono de arrepentimiento le confesó: pues has de saber que estás casada con un hombre de poca inteligencia.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Jun 21, 2018 | Escritos
«Es miércoles, un miércoles cualquiera, un día de diario, sin nada en especial… hasta ese momento.
He salido a resolver un asunto en el banco y, pasadas las doce, regreso al despacho. El semáforo rojo me detiene a la altura de un edificio singular: Colegio Infantil anuncia el rótulo de la fachada. Entre la acera y la puerta, un pequeño jardín con más tierra que hierba; imagino a la chiquillería como caballo de Atila en cada entrada y salida. Me fijo en un tipo que pasea arriba y abajo en tramos cortos, sin alejarse de la entrada; a cada giro, detiene la mirada en la puerta. Las manos recogidas en la espalda sostienen un paraguas; la madurez se le ha llevado parte del pelo y le ha regalado algunas canas. Ahora se detiene, con un gesto rápido alza la mirada, la cara se le ilumina con una sonrisa amplia, avanza rápido a su encuentro. Ya entiendo, la esperaba. El roce de sus labios con la mejilla que ella levanta con suavidad, produce un chisporroteo de cariño. Les veo marchar cogidos de la mano; ella habla con alegría y mueve con soltura la mano libre. Él tiene las dos ocupadas, la mira con algo más que atención sin perder ni una de sus palabras, la escucha ajeno al mundo que les rodea. El claxon nervioso del coche trasero me baja de la nube. Arranco, y al pasar a su lado me admira que sean capaces de andar mirándose a la cara sin tropezar. Llego al despacho, vuelvo a consultar el calendario y confirmo que hoy es miércoles, un miércoles cualquiera, un día de diario, pero que ésas dos personas anónimas lo han convertido en un día especial.»
La escena que te cuento la viví no hace mucho. El impacto del cariño con que se hablaban, la atención con que se escuchaban, me llevó a releer un texto que te copio:
Conviene que salgamos de nosotros mismos y nos abramos a los demás: nos hace mucho bien, nos hace crecer como personas, nos ayuda a madurar. En ese proceso un factor importante es saber escuchar, primero escuchar y luego hablar. Un problema frecuente para escuchar es que, mientras otro habla, recordamos algo que tiene que ver con lo que nos cuenta, y estamos pendientes de decir «la nuestra» en cuanto haya una pausa. Se producen entonces conversaciones quizá animadas, en las que unos a otros se quitan la palabra, pero en las que se escucha poco.
La persona madura se alegra con los demás, sabe escuchar.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader