Las niñas

Las niñas

Escribieron unas palabras cariñosas diciendo que se acordaban de mí en plenas vacaciones; se lo agradecí por el afecto mutuo que nos tenemos. Fui tutor de uno de sus hijos en el colegio, con el trato surgió la amistad y ha crecido con el paso del tiempo. Pero aún agradecí más lo que venía a continuación: te enviamos una foto de las niñas.

En un clic se había detenido aquel instante de la vida y a muchos kilómetros de distancia la podía contemplar. Me imaginé apoyado en el marco de la ventana que encuadraba la escena. El sol daba profundidad al plano, a punto de esconderse allá al fondo con su luz cálida, se abría paso por entre las ramas y llegaba hasta nosotros para despedirse del día y dejarnos un hasta mañana.

La encina centenaria ejercía de madre atenta a todos los detalles: daba sombra, sostenía el columpio, cuidaba de las niñas. Su presencia discreta llenaba el espacio y lo hacía habitable. De su tronco esbelto se abrían las ramas robustas y frondosas; de ellas colgaba el columpio platillo volador, suspendido a unos palmos del suelo, estático. Y allí estaban ellas, las niñas. En su mundo, en su juego, en su conversación; felices, ajenas al clic de la foto, a la conversación de los mayores. Eran el centro de interés.

Ahí me quedé embobado, queriendo adivinar su conversación, su juego, su mundo. Seguro de que me podían enseñar muchas cosas. Los niños viven admirados, casi nada les resulta indiferente. A diferencia de los mayores que corremos el riesgo de estar de vuelta de casi todo y así corremos el riesgo de perdernos el encanto del mundo que nos rodea. Claro que a ciertas edades ya no resulta fácil hacerse como niños, retomar su ingenuidad. Que no se trata de andar por la vida como un bobalicón, si no desde la madurez mantener la capacidad de admirarnos por las cosas como ellos.

Desde luego que les agradecí que se acordaran de mí; y mucho más de la foto de las niñas.

06/09/23

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

La medalla tendrá que esperar

La medalla tendrá que esperar

Había pasado unos días de descanso, estudio y reflexión. Regresaba pletórico, lleno de buenos propósitos para contribuir a mejorar el mundo que nos ha tocado vivir.

A punto de iniciar el despegue, se sentó a mi lado un tipo de buena pinta. Nos saludamos brevemente mientras se acomodaba y ponía el cinturón. Cuando la azafata empezó con las instrucciones de vuelo, los dos ya nos habíamos quedado dormidos. El cambio de presión en los oídos me despertó y me puse a leer. Al rato mi compañero se desperezó sin disimulo, miró a un lado y otro, sacó el móvil y se puso una peli sin auriculares. Cuanto mayor era el ruido de los motores, más subía el volumen del móvil; aquello me aturdía, me impedía centrarme en la lectura. Por momentos me encendía, removía inquieto en el asiento, me debatía por dentro entre saltar directamente a la yugular, decirle cuatro frescas o hacerle un gesto descriptivo. Debe ser que estos ejemplos de la vida real no estaban en el manual de “cómo contribuir a la paz mundial”, porque aquellos buenos propósitos e intenciones que llevaba al subir al avión estaban desapareciendo. No obstante, decidí hacer un esfuerzo, convertirme en héroe anónimo y no decir nada. Soporté con paciencia la situación hasta que apagó el móvil al iniciar el aterrizaje. El caso es que el chaval no debía ser mala persona, porque ayudó a bajar la maleta a un anciano, con sonrisa incluida.

Al día siguiente quedé con Jesús, amigo del alma, para contarle los días en Zúrich y el paquete de buenos propósitos que me había traído; como ejemplo, le conté lo sucedido en el avión. Cuando acabé, me quedé en silencio esperando su aplauso o que directamente me pusiera la medalla al mérito paciente. Como no decía nada, le pregunté desconcertado ¿qué te parece? “Pues que no has salido del cascarón de tu egoísmo. Imagina que el buen tipo tuviera ganas de conversación, de compartir alegrías o penas contigo, porque de entrada le habías caído bien. Pero te vio tan a lo tuyo, enfrascado en la lectura, que optó por la peli sin ninguna gana, rumiando por dentro que su compañero de viaje es de los que van a su bola y pasa de quien está a su lado. Si tú hubieras roto el hielo con una pregunta inocente, le hubieras enviado el mensaje de que le importabas y, a partir de ahí, todo hubiera sido distinto. Pero tu opción fue enrocarte en tu castillo y alimentar el yoísmo. Y encima te consideras un héroe. Pues va a ser que no.”

Qué quieres que te diga, pues que me vino muy bien el repaso que me dio mi amigo del alma. Y, así las cosas, ya veo que la medalla tendrá que esperar.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

El todoterreno del desierto

El todoterreno del desierto

En la parroquia tenemos un belén enorme, muy trabajado en los detalles, que hace la delicia de niños y mayores. Al acabar la misa se acercan a disfrutarlo sin prisa; unos de pie en un banco que hace de tarima y barrera de protección; otros en brazos de mamá o papá. Las caras de admiración siguen la señal que marca el brazo con el dedo índice extendido: el humo que sale de la hoguera donde se calientan los pastores, el hilillo de agua que mueve la rueda del molino, las manos de la lavandera arrodillada junto al río que frotan los pañales, el pastor que esquila una oveja en el aprisco.

La iluminación se oscurece lentamente y se hace la noche, brillan la luna y las estrellas sobre el firmamento limpio y frío. Ahora se oye el canto del gallo y la luz vuelve a pasitos hasta que de el día luce de nuevo y todo se pone en movimiento.

Desde la noche del 24, un foco chiquitín alumbra con fuerza al niño en la cuna y lo convierte en figura destacada: allí convergen las miradas de la joven María y el apuesto San José; el buey y la mula le envuelven en un microclima con su aliento.

La chiquillería repasa todas las escenas una y otra vez, como si siempre fuera la primera, y sus padres responden a las mismas preguntas como si nunca hubieran sido hechas.

Hoy me he acercado con ellos, mezclado en el grupo como uno más de cualquiera de las familias; en silencio miraba donde ellos señalaban, mis ojos alternaban entre el belén y sus caras y, sin quererlo, me he hecho como ellos.

El pastor, la lavandera, el pescador, el vendedor, las ocas, la cabra, la señora en la ventana, todo sigue igual, cada uno en su sitio como el primer día. Pero ¡ay, mira allí al fondo! Y todos se inquietan, se arremolinan, estiran el cuello, alzan la mirada, buscan la novedad ¿qué pasa? En las montañas del fondo, por el camino que atraviesa el desierto hacia la ciudad y pasa por delante del palacio, han aparecido unas figuras ¿los Reyes? ¡qué vienen los Reyes! Para calmar los nervios que han alterado el grupo, uno de los padres les cuenta la historia del todoterreno del desierto, que leyó en el libro “El Belén que puso Dios” de Enrique Monasterio:

“Según aseguran en el Cielo, el primer camello (el todoterreno de los desiertos, que habría de ser cabalgadura de los Reyes Magos) fue diseñado por un comité de ángeles; y salió tan feo, con su mirada miope, sus jorobas grotescas y sus zancos enormes y descoordinados, que a nadie se le pasó por la mente que Yavé aprobaría aquel extraño proyecto. Sin embargo, a Dios le gustó su aire desgarbado, sus depósitos de combustible a la vista y la suspensión independiente en las cuatro patas. Y creó el camello de dos jorobas, y el modelo deportivo con una sola, al que llamamos dromedario”

Se ha hecho tarde, me voy; aún estoy a tiempo de enviar una rectificación a la carta que escribí a los Reyes y decirles que también quiero un todoterreno de dos jorobas, para poder llegar a todas las personas que lo pasan mal por las dificultades de la vida y, como ellos, llevarles un poco de consuelo, una chispa de alegría y algo de felicidad.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Tú,chaval, eres Navidad

Tú,chaval, eres Navidad

Cuando se acerca la Navidad, los buenos deseos impregnan el ambiente; en las despedidas es frecuente que hablemos de paz, felicidad, alegría. Pero luego, pasar del dicho al hecho ya nos cuesta un poco más; nos gustaría acertar con la tecla adecuada para convertir los deseos en realidades. Por eso nos alegra encontrarnos con una persona que encarna alguno de los buenos propósitos que tenemos; nos ayuda mucho más el comportamiento de quien está a nuestro lado que las buenas recomendaciones. La sabiduría popular lo recoge en aquella expresión de que el mejor predicador es fray ejemplo.

Al día siguiente de Navidad me invitaron a comer como uno más de la familia; así me sentía cada vez que entraba en aquella casa. El menor de los hijos había pasado mala noche, se sentó a la mesa arropado por las abuelas a izquierda y derecha. En los extremos presidían el padre y la madre, ella cerca de la cocina. Dos hermanos con sus esposas y una hija completaban el grupo.

Algo le había sentado mal de la comida del día anterior, por la noche se tuvo que levantar con urgencia y el estómago revuelto le dio la lata, durmió mal y poco. La mañana la pasó sin desayunar y repasando apuntes para los exámenes a la vuelta de vacaciones, de un tercer curso de ingeniería industrial algo espeso. Quiso estar con todos en la mesa, colaborar en poner y quitar, hablar y escuchar, hacer caso a los mensajes del estómago: hoy no toca.

Alto, moreno, pelo corto azabache, ojos negros, su cara se ilumina cuando sonríe y enseña los dientes blancos. Los consejos le llegan a oleadas cada vez que aparece un plato nuevo: «¿Quieres probarlo? Un poco te irá bien». «Déjalo, que no fuerce, es mejor que no tome nada». «Pues podrías hacerle una manzanilla, eso sienta bien». «Ésta crema caliente, le puede ayudar».

Y cada ola se deshace en espuma al contacto de su sonrisa, regresa al mar y se distrae en otro tema de conversación. Vuelve la calma hecha de sucesos recientes, noticias de actualidad; intervienen las abuelas con su entonces, un entonces de mucho curriculum que sobrepasa la memoria de la media de los presentes. Aparece el segundo plato, de nuevo se adivina otro envite, el movimiento del mar es tozudo, insiste: «¿Cómo vas, te notas mejor? Podrías comer un poco». «Una Coca-Cola dicen que va muy bien, desengrasa». «No, no, mejor agua con limón ¿te la preparo?». «Mira, tú haz caso a lo que diga el cuerpo, si pide bien, y si no pues nada”.

La sonrisa en él es gesto natural, acoge una a una las olas que llegan con un consejo en la cresta, lo recoge, deposita en el cesto de muchasgracias y la devuelve hecha suavidad a sumergirse de nuevo en el mar de la conversación.

Así hemos visto llegar una oleada, y otra y otra. Ha sido el primero en marchar, sale de viaje; con la bolsa a los pies se despide uno a uno y vuelve a recoger con atención el último consejo, de las abuelas varios. Su ausencia es de nuevo tema de conversación, ha salido airoso de la marejada de consejos y aún así todos están contentos con él, a nadie ha dejado ofendido ni molesto.

Son días en los que deseamos paz a familiares y amigos, cuando escribimos con motivo de la Navidad. He comprobado que a tu lado hay paz, porque la llevas en ti. He descubierto que tú, chaval, eres Navidad.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader