Oct 23, 2018 | Escritos
Mientras me lavo las manos en el aseo de la estación central, a través del espejo corrido que llena toda la pared veo entrar un tipo de unos treinta años, de buena talla y aire desgarbado, pantalón vaquero caído, deportivas que fueron blancas al salir de la tienda, camisa por fuera y ligeramente arremangada para lucir las muñecas repletas de pulseras, barba descuidada de dos días. Estamos solos, va directo al espejo, algo separado a mi derecha; a dos pasos se detiene para observarse con una mirada detallada, primero de frente, luego con un leve giro de izquierda a derecha; respira hondo como quien ha entendido donde está el problema, flexiona la cintura para verse más de cerca, con un gesto de hombros sube un poco las mangas para trabajar cómodo. Se acerca un poco más, las dos manos van directas al pelo; levantan un poco este rizo, ladean ligeramente aquel mechón, mete cuatro dedos para surcar la parte de atrás. Se retrasa un poco y otra mirada de inspección, de frente y en giro leve de izquierda a derecha; sonríe con una mueca de asentimiento. Nuestras miradas se encuentran en el espejo, intuyo que me dice: tío hoy es tu día de suerte, te he regalado una ocasión única para empezar la jornada, podrás contar a todo el mundo que me has visto. Y sale con el mismo aire desgarbado con que ha entrado.
El ruido ensordecedor del secamanos levanta una muralla que me aísla del mundo y centro mis pensamientos en lo que acabo de vivir. De entrada, noto un rechazo a quien vive para sí, para demostrar que es el más guapo, para impresionar con su imagen, alguien en el que nada de lo que parece casual es casual, una persona que necesita impactar con lo de fuera porque tal vez no tenga nada original por dentro. Que no, que no es de recibo pasar por la vida regalando ocasiones únicas cuando en el fondo estás necesitado de que te miren y te aplaudan para alimentar el ego o, de lo contrario, desfalleces de anemia hiperególatra.
Es el contraste con otros tipos que cuidan el aspecto personal para hacer la vida más alegre a los demás; que se esmeran en el trato con las personas que están a su lado y son capaces de preguntar ¿qué tal te ha ido el día?; o te acercan el vaso o el pan, o se levantan antes de que tes cuenta de que te falta una servilleta. Tipos que te llaman para felicitarte un aniversario poco conocido pero que te hace mucha ilusión. Esa gente que te resulta atractiva por lo que son y no piensas en lo que tienen
Se ha parado el secamanos y vuelvo al mundo real; me acuerdo de la mirada cruzada en el espejo, reacciono y estoy apunto de salir corriendo a buscarle y decirle: oye, que sí, que de verdad ¡muchas gracias! por haberme regalado una ocasión única.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Oct 3, 2018 | Escritos
Voy con mi madre de visita al cementerio. Después de cruzar la entrada, avanzamos despacio en ligera pendiente por el pasillo de la derecha, con la pared de los nichos a un lado y el patio central con las tumbas al otro.
– Buenos días María
– Buenos días (me sorprende que mi madre no la llame por el nombre; luego me confesó que no lo sabe, que se encuentran alguna vez por el pueblo y han coincidido en la compra, pero han hablado muy poco).
– He venido a cambiar las flores de Guillermo y de paso voy a limpiar la tumba de Manuel.
– ¿Cómo lo llevas?
– Esto es muy duro ¡qué quieres que te diga! Después de dos años de luchar con el cáncer, había vuelto la alegría a su casa; varios meses de vida normal y en una semana se ha ido. Guillermo se levantó raro, mi hija llamó al médico, lo ingresaron y ya no ha regresado. La enfermedad volvió con fuerza y pudo más que las ganas de vivir. Mi hija ya llevaba el negocio sola, porque su marido nada ha podido hacer en estos años y ahora continuará luchando en solitario. Cómo me pasó a mí, quedé viuda con dos hijas que aún no iban al instituto. He trabajado todo lo que he podido, sin descuidar su educación, estoy orgullosa de ellas. Pero ya ves, cuatro años llevo con lo mío; los dos primeros con el tratamiento fueron duros, luego la cosa ha mejorado y la próxima revisión ya es para seis meses. Claro que no te puedes fiar, vives con el miedo en el cuerpo. Ahora veremos con el marido de la pequeña, lleva unos meses de baja, ha perdido mucho, no puede comer porque todo le sienta mal y los médicos no aciertan, pruebas y más pruebas, pero nada.
Mira, yo no sé si hay Dios o no, soy de las que piensan que sí, pero a veces levanto la mirada al cielo y le digo: oye, a ver cómo repartes esto porque con algunas familias se te va la mano.
Antes de despedirnos sonríe y me dice: tu madre tiene buena mano para las rosquillas, le salen riquísimas ¡muchas gracias María!
Mientras nos alejamos, mi madre me cuenta que hace unos días hizo rosquillas para celebrar el último día de la novena a la Virgen de la ermita que hay en la calle. Esta señora vino acompañando a una vecina que es de la cofradía; le gustaron, ya lo dijo entonces.
Me giro para saludarla por última vez pero ya está inclinada sobre el suelo, con la escoba entre las manos moviéndola con fuerza, barriendo las hojas de los pinos que cubren la tumba de su marido.
En la distancia le hablo desde mi interior: mira, como tú soy de los que vivo con fe en Dios y, como tú, no sé cómo funciona el reparto de las penas y alegrías, ni sé qué explicación humana tiene el dolor, no se me ocurren argumentos humanos que lo hagan entendible. Disfruto con las alegrías y, a veces, me rebelo con las penas. Con unas y otras también levanto la mirada, como tú, para decirle ¡gracias! o ¿por qué esto y porqué a mí? Y procuro aprender, sacar lo positivo, porque la vida nos da lecciones continuamente.
Como de ti he aprendido en este breve encuentro, que en tu corazón hay sitio para el dolor por el sufrimiento propio y el de las personas que quieres; y para las alegrías de quienes te rodean, los pequeños detalles que con cariño los conviertes en grandes, como has hecho con mi madre al apreciar y agradecer algo tan sencillo como unas rosquillas.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Jun 21, 2018 | Escritos
«Es miércoles, un miércoles cualquiera, un día de diario, sin nada en especial… hasta ese momento.
He salido a resolver un asunto en el banco y, pasadas las doce, regreso al despacho. El semáforo rojo me detiene a la altura de un edificio singular: Colegio Infantil anuncia el rótulo de la fachada. Entre la acera y la puerta, un pequeño jardín con más tierra que hierba; imagino a la chiquillería como caballo de Atila en cada entrada y salida. Me fijo en un tipo que pasea arriba y abajo en tramos cortos, sin alejarse de la entrada; a cada giro, detiene la mirada en la puerta. Las manos recogidas en la espalda sostienen un paraguas; la madurez se le ha llevado parte del pelo y le ha regalado algunas canas. Ahora se detiene, con un gesto rápido alza la mirada, la cara se le ilumina con una sonrisa amplia, avanza rápido a su encuentro. Ya entiendo, la esperaba. El roce de sus labios con la mejilla que ella levanta con suavidad, produce un chisporroteo de cariño. Les veo marchar cogidos de la mano; ella habla con alegría y mueve con soltura la mano libre. Él tiene las dos ocupadas, la mira con algo más que atención sin perder ni una de sus palabras, la escucha ajeno al mundo que les rodea. El claxon nervioso del coche trasero me baja de la nube. Arranco, y al pasar a su lado me admira que sean capaces de andar mirándose a la cara sin tropezar. Llego al despacho, vuelvo a consultar el calendario y confirmo que hoy es miércoles, un miércoles cualquiera, un día de diario, pero que ésas dos personas anónimas lo han convertido en un día especial.»
La escena que te cuento la viví no hace mucho. El impacto del cariño con que se hablaban, la atención con que se escuchaban, me llevó a releer un texto que te copio:
Conviene que salgamos de nosotros mismos y nos abramos a los demás: nos hace mucho bien, nos hace crecer como personas, nos ayuda a madurar. En ese proceso un factor importante es saber escuchar, primero escuchar y luego hablar. Un problema frecuente para escuchar es que, mientras otro habla, recordamos algo que tiene que ver con lo que nos cuenta, y estamos pendientes de decir «la nuestra» en cuanto haya una pausa. Se producen entonces conversaciones quizá animadas, en las que unos a otros se quitan la palabra, pero en las que se escucha poco.
La persona madura se alegra con los demás, sabe escuchar.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Mar 31, 2018 | Descargas, Escritos
Bohemundo, máximo jefe franco, sitió Antioquía desde octubre de 1097 hasta junio de 1098
«En este mes de octubre de 1097, el viejo Yaghi Siyan, servidor desde hace cuarenta años de los sultanes selyúcidas, está convencido de que los ejércitos francos que se han concentrado ante Antioquía jamás podrán penetrar en la ciudad, pues no puede tomarse al asalto, y mucho menos sitiarse por hambre. Es cierto que los soldados de que dispone este emir turco de barba canosa no son más que seis o siete mil, mientras que los frany alinean más de treinta mil combatientes. Pero Antioquía es una plaza fuerte prácticamente inexpugnable. Su muralla tiene dos farsaj (doce mil metros) de largo y no cuenta menos de trescientas sesenta torres edificadas a tres niveles diferentes. La muralla, sólidamente construida con piedra de talla y ladrillo y asentada sobre cascote, trepa al este por el monte Habib-an-Nayyar, cuya cima corona con una alcazaba inexpugnable. Al oeste está el río Orontes, al que los sirios llaman al-Asi, «el río rebelde», porque a veces da la impresión de fluir en sentido contrario, desde el Mediterráneo hacia el interior. Su lecho corre paralelo a los muros de Antioquía, constituyendo un obstáculo natural difícil de cruzar. Al sur, las fortificaciones dominan un valle, cuya pendiente es tan empinada que parece una prolongación de la muralla. Por esto les resulta imposible a los sitiadores rodear por completo la ciudad y los defensores no tienen ninguna dificultad para comunicarse con el exterior y para avituallarse. Las reservas de alimentos de la ciudad son tanto más abundantes cuanto que la muralla encierra, además de los edificios y los jardines, vastos campos cultivados. Antes del «Fath», la conquista musulmana, Antioquía era una metrópoli romana de doscientos mil habitantes; en 1097 sólo tiene cuarenta mil, y varios barrios, antaño poblados, se han convertido en campos de labor y en huertos. Yaghi Siyan no tiene inquietud alguna en lo que respecta a la solidez de sus fortificaciones o la seguridad de su aprovisionamiento…
…El 2 de junio, poco antes de la puesta del sol, los centinelas avisan de que los frany han reunido a todas sus fuerzas y se dirigen hacia el noreste. Emires y soldados sólo hallan una explicación: Karbuka está cerca y los sitiadores van a su encuentro. En unos minutos, la noticia ha corrido de boca en boca y casas y murallas están alerta. La ciudad respira de nuevo: mañana mismo el atabeg romperá el cerco de la ciudad, mañana mismo acabará la pesadilla. La noche está fresca y húmeda, la gente pasa las horas muertas charlando a la puerta de las casas, con todas las luces apagadas. Por fin se duerme Antioquía, agotada pero confiada.
Las cuatro de la mañana: al sur de la ciudad, se oye el ruido sordo de una cuerda que roza contra la piedra. Un hombre se asoma desde lo alto de una gran torre pentagonal y hace señas con la mano. No ha pegado ojo en toda la noche y tiene la barba revuelta. Se llama Firuz, un fabricante de corazas encargado de la defensa de las torres. Musulmán de origen armenio, Firuz ha formado parte durante mucho tiempo del círculo de allegados de Yaghi Siyan, pero, últimamente, éste lo ha acusado de hacer «estraperlo» y le ha impuesto una cuantiosa multa. Buscando venganza, Firuz se ha puesto en contacto con los sitiadores. Les ha dicho que controla el acceso a una ventana que da al valle, al sur de la ciudad, y se muestra dispuesto a dejarlos entrar. Más aún, para demostrarles que no les está tendiendo una trampa, les ha enviado a su propio hijo como rehén. Por su parte, los sitiadores le han ofrecido oro y tierras. Se ha fijado un plan: hay que actuar el 3 de junio al alba. La víspera, para desorientar a la guarnición, los sitiadores han fingido que se alejaban.
Por el pacto entre los frany y el fabricante de corazas, aquéllos treparon hasta la ventanita, la abrieron e hicieron subir a muchos hombres con ayuda de cuerdas. Cuando fueron más de quinientos, se pusieron a tocar la trompeta al alba, mientras los defensores estaban agotados por la prolongada vela. Yaghi Siyan se levantó y preguntó qué ocurría. Le contestaron que el sonido de las trompetas procedía de la alcazaba, que, seguramente, había sido tomada.
Los ruidos proceden de la torre de las Dos Hermanas. Pero Yaghi Siyan no se toma la molestia de comprobarlo. Cree que todo está perdido. Cediendo al pánico, ordena abrir una de las puertas de la ciudad y, acompañado de algunos guardias, huye. Despavorido, cabalgará así durante horas, incapaz de recobrarse. Tras doscientos días de resistencia, el señor de Antioquía se ha venido abajo. Se puso a llorar por haber abandonado a su familia, a sus hijos y a los musulmanes y, de dolor, cayó del caballo sin conocimiento. Sus compañeros intentaron volverlo a subir a la silla, pero ya no se tenía en pie. Se estaba muriendo. Lo dejaron, pues, y se alejaron. Un leñador armenio que pasaba por allí lo reconoció. Le cortó la cabeza y se la llevó a los frany a Antioquía.”
Narración que se hace en la novela “Las cruzadas vistas por los árabes” de Amin Maalouf.
Extracto realizado por Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
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Mar 31, 2018 | Descargas, Escritos
Antioquía era una fortaleza inexpugnable en 1097. Durante 6 meses aguantó el asedio de los francos sin mayor dificultad. Pero un pequeño detalle -una ventanita abierta en una de las torres de la muralla- permitió que entraran unos cuantos hombres del enemigo, abrieran las puertas y la plaza se entregó sin mayor resistencia.
El hecho se utiliza en educación como ejemplo de lo que puede suceder en nuestras vidas cuando descuidamos pequeños detalles, voluntaria o involuntariamente: propósitos nobles, proyectos serios o relaciones estables que se resquebrajan y quedan afectados, porque en nuestro interior se ha colado el virus por cualquiera de los sentidos, del corazón o de la imaginación. Suelen ser pequeños detalles a los que no damos mayor importancia, por eso conviene establecer alarmas que salten a tiempo para advertirlos y poner el remedio que convenga.
Rafael Dolader -vidaescuela.es – @rdolader
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