El zapatero

El zapatero

Una tarde regresaba a casa con Esteban; me advirtió que pararíamos un momento porque tenía que recoger los zapatos que había dejado unos días antes para arreglar. Aparcó como pudo y le esperé en el coche. Volvió contento de cómo habían quedado y se pasó el resto del trayecto hablando del zapatero y de lo bien que trabajaba.

Yo llevaba una temporada sin zapatero, porque al que acudía habitualmente había cerrado. Así que desde aquel día he acudido a éste cuando lo he necesitado. La última fue la semana pasada; pasé el miércoles por la tarde a recoger los zapatos, el día que me había dicho. Cuando llegue estaba en la máquina con ellos, le faltaba un poco y preferí quedarme allí, esperando a un lado para no molestar.

Al poco me sentí atraído por su forma de trabajar, dejé la revista que había sacado y disfruté del espectáculo que me ofrecía: agilidad de movimientos, seguridad delante de la máquina, rapidez para combinar tareas y ganar tiempo; miraba, observaba, volvía a darle un poco más. Pasaba la mano, asentía, ahora sí; a por el otro.

Mientras estaba con mis zapatos, atendió dos clientes. A uno le entregó unas zapatillas, le explicó lo que había hecho y porqué, le dio consejos sobre cómo las tenía que mantener. A otra señora le resolvió dudas sobre el color de la crema apropiada para los zapatos; le enseñó alternativas, le explicó lo que convenía para aquel tipo de material.

Cuando nos quedamos a solas, le pregunté si le gustaba su trabajo. “Llevo veintisiete años en este oficio, disfruto mucho; si no fuera así ya lo habría dejado. Además, la gente no sabe lo que lleva entre manos (en este caso entre pies), en general compran por estética y por precio, no conocen el material. Aquí les oriento, les doy seguridad en algo de lo que no entienden y procuro que la reparación resuelva su necesidad.

Aquel tipo me estaba contagiando el entusiasmo, la pasión por su trabajo; me hubiera quedado allí toda la tarde. “Te cobro los filis y las tapas; pero el cosido que he hecho aquí para que quede seguro, te lo regalo”.

Mira por dónde me encontré con una propina inesperada; aunque el verdadero motivo para marchar contento de allí, era lo que había disfrutado y aprendido de aquel zapatero.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

18/10/23

Gracias Narciso

Gracias Narciso

Un lunes por la tarde del pasado mes de marzo, asistí a una conferencia. El tema era de mi interés, pero Morfeo me enredó y por unos momentos me ganó el pulso. Oí citar a Narciso Yepes, di un respingo y recuperé la atención. El conferenciante contaba una anécdota sobre este famoso músico, del que yo conocía sólo su relación con el Concierto de Aranjuez. Poco había contado, pero suficiente para despertar mi curiosidad, buscar más información y descubrir un gigante.

Humilde de cuna y de espíritu, nació en Lorca (Murcia) en 1927 en una familia campesina. Es conocido mundialmente por su trabajo como guitarrista clásico español, pero el éxito no le afectó al interior de su ser.

Cuando doy un concierto, el instante más emotivo y feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Conservo en mí el alma de campesino que sabe levantar la mirada hacia el cielo. He intentado aceptar y desarrollar el don recibido. Creo que la respuesta de un hombre es agradecer lo que le es dado y ponerse al servicio de los demás, intentando transmitirlo. Espero dejar huella para los jóvenes que no escatiman el esfuerzo”.

Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío, que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe. Fue una conversión súbita, repentina, inesperada y muy sencilla. Yo estaba en París, acodado en un puente del Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 18 de mayo. De pronto, le escuché dentro de mí. Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía «la puerta abierta» Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida”.

Su vida no fue fácil, su hijo Juan de la Cruz murió de accidente con 18 años. El a partir de los 66 años limitó sus apariciones por el fuerte dolor que le causaba la enfermedad y murió con 69.

Enamorado de su mujer Marysia, a la que conoció siendo una joven polaca estudiante de filosofía; de sus hijos, de sus amigos. Ella le dedicó el libro “Amaneció de Noche” en el que narra los últimos años de su vida, un canto al amor que da sentido al sufrimiento.

Después de haber descubierto un gigante y con la confianza que me da tener el mismo origen campesino, me atrevo a decir ¡Gracias Narciso!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

05/07/23

El premio es tuyo

El premio es tuyo

Coincidí con Ignacio durante unos años en el equipo directivo de un colegio; la sintonía en lo profesional se extendió a lo personal. Desde que nuestros caminos se separaron, hemos mantenido la amistad con encuentros algo menos frecuentes de lo que nos gustaría.

La semana pasada nos juntamos para ponernos al día. A raíz de un incidente que ha tenido en su trabajo, recordamos un jefe que tuvimos y al que los dos le estamos muy agradecidos por lo mucho que nos ayudó en nuestro crecimiento. Gran profesional y persona, conseguía integrar, delegar, corregir y premiar. Y aunque los buenos resultados eran gracias a él, te hacía sentir la parte más importante de los objetivos conseguidos.

Recordé las palabras que Roberto Benigni le dedicó a su esposa en el momento de recoger el León de Oro, el premio más importante del cine italiano, que se le entregó en el Festival de Venecia de 2021. Es un león con alas.

Tiene un fondo parecido a lo que estábamos hablando; se lo conté a Ignacio.

Sobre el escenario con la estatuilla en la mano, Benigni acaparaba todas las cámaras; pero consiguió que su esposa fuera el centro de atención, al hablarle como si estuvieran solos en la sala:

“Permitidme que dirija unas palabras a mi actriz preferida, presente en la sala, que está en la cúspide de mi pensamiento, o como dijo Dante “in paradiso la mía mente”, Nicoletta Braschi.

Hemos hecho todo juntos desde hace cuarenta años: producciones, interpretaciones, películas. Por eso sólo conozco un modo de medir el tiempo: contigo o sin ti.

Te sugiero dividir el premio para compartirlo, yo me quedo con la cola para manifestar mi alegría moviéndola y el resto es tuyo, sobre todo las alas; porque si alguna vez el trabajo que hecho ha volado alto, ha sido gracias a ti, a tu talento de actriz, a tu encanto, tu belleza, tu feminidad, al hecho de ser mujer. Ser mujer es un misterio que los hombres no entendemos.

Nicoletta, gracias; no puedo dedicarte el premio, porque el premio… ¡es tuyo!

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

21/06/23

Mirar al cielo

Mirar al cielo

El pasado 12 de marzo falleció Dick Fosbury, un atleta americano que ganó la medalla de oro en los juegos olímpicos de 1968 en México, con 21 años. Nunca más volvió a saltar; tras ganar la medalla anunció su retirada. Su estiló se calificó de locura porque rompía con la rutina del salto. Pero dejó su sello en aquellos Juegos para que, desde aquel momento, fueran los demás quienes le imitaran: desde entonces no se salta de otra manera.

Al leer la noticia recordé la historia que nos contó Juanjo, un profesor con el coincidía en el comedor del colegio, buen conversador y con el que se nos pasaba el tiempo volando. Había sido directivo en una empresa importante de telefonía, le jubilaron pronto y se pasó a la docencia.

Explicaba Juanjo que en una convención de la empresa con directivos de todo el mundo, el director general les habló a los casi dos mil asistentes de hacer muy bien el trabajo, escuchando a los clientes para interpretar sus necesidades y actuar con mejoras, innovando soluciones. En un sector donde cualquier novedad enseguida es imitada por todos, es muy importante ser innovadores.

Y les puso como ejemplo a Fosbury, que como atleta supo innovar. En los siguientes juegos olímpicos, su marca quedó superada por otros que imitaron su estilo. Pero su popularidad fue un premio maravilloso. Además, añadió el director, cuando saltaba miraba al cielo.

Y Juanjo nos añadió su reflexión: el director general nos quería decir que es preciso trabajar bien y prestar mucha atención a las personas que tenemos al lado, porque mirar al cielo es ver a Dios reflejado en el rostro de los demás. Y con el trabajo les podemos servir y ayudar en sus necesidades.

Por Dick, d.e.p.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

17/05/23

Isidoro

Isidoro

La respiración de Isidoro fue perdiendo fuerza durante la noche; con noventa y siete años, nos dejó al amanecer del martes, cuando el hospital despertaba y la actividad empezaba a recorrer pasillos y habitaciones. Le cerré los ojos; antes de dar el aviso, recé un rato ante aquel rostro sereno que tanto me sugería. Pasaron por mi cabeza las historias contadas y las vividas durante los años que le he acompañado.

Vivió con pasión su profesión de periodista y la empapó de un espíritu profundamente cristiano. Quiso que le lleváramos a su pueblo, en tierras palentinas; allí descansa ahora junto a los suyos. Aunque supongo que donde se los habrá encontrado, será en el cielo. Aquí lo que nos deja es su ejemplo, el bien y el afecto que repartió, a pesar de que el carácter se le salía de tono de vez en cuando, por motivos de la enfermedad.

Fue muy emotivo ver pasar a despedirse a todas las enfermeras, auxiliares y médicos, que durante años le han atendido en el Hospital Laguna. Gente que trabaja con profesionalidad y añaden un plus de cariño al trato. Y querían corresponderle.

Isidoro tenía estudios, títulos, distinciones, condecoraciones. Nada de eso queda en la caja enterrada bajo tierra. Fuera, lo que cuenta es lo que ha dejado en los corazones de quienes hemos estado a su lado.

Le gustaba cantar y podía presumir de buena voz. Aunque no estoy a su nivel, le acompañaba en sus arranques; pasábamos de una canción a otra sin agotarlas, porque no sabíamos la letra completa y la inventábamos sobre la marcha. Una de ellas, era parte del poema de San Juan de la Cruz: al atardecer de la vida te examinarán del Amor.

En ese momento hablábamos de la muerte con naturalidad y algo de humor. En broma le decía: “Isidoro, conviene que tú pases primero el examen porque sacarás buena nota y así me podrás ayudar cuando me toque a mí”. El calendario ha confirmado la previsión; espero acertar también en la calificación.

Ahora le pido que nos ayude, a mí y a todo el que se lo encomiende, a recorrer nuestro camino sembrando paz y alegría por todos los rincones, aunque haya contrariedades; con una actitud abierta para colaborar con todos, también con los que no piensan como nosotros, porque esta vida es corta y poco el tiempo que tenemos para tanto bien que podemos hacer.

¡Ah! Isidoro no te olvides de decirle a San Pedro que soy amigo tuyo (por lo de la nota del examen).

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

26 de junio de 2020