Simeón, el anciano del Templo

Simeón, el anciano del Templo

En el pasaje del evangelio que narra la presentación del Niño Jesús en el Templo, aparece la figura del anciano Simeón.

Escribo una «breve historia imaginada» de la vida de Simeón, inspirada en el capítulo 14 del libro «El belén que puso Dios», escrito por D. Enrique Monasterio.

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Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

 

 

Elogio a un hombre amable

«Antonio es conductor de un autobús que une pequeños pueblos de una comarca castellana. Las aldeas que salpican el recorrido de su ruta están acostumbradas a oír su claxon. Al toque de la bocina, la gente levanta la mano para saludar al conductor, amigo cotidiano, o comenta con literal exactitud: «Ahí pasa el coche-correo» (como siguen llamando al autobús los vecinos de toda la vida).»

Así empieza «Elogio de un hombre amable» escrito por Dora Rivas y publicado en el semanario Alfa y Omega del 27-11-2008. Hoy, buscando otro asunto, lo he recuperado del archivo donde lo guardé y me ha emocionado tanto como entonces:

«He viajado varias veces en su autocar y he podido comprobar la multitud de pequeños gestos amistosos que Antonio realiza con total naturalidad. Por ejemplo, alguna vez ha trasladado unos metros la parada reglamentaria para hacerla coincidir lo más posible con el destino del viajero (no sé por qué me acuerdo ahora de las distintas advertencias de Nuestro Señor, para no matar el espíritu con la rigidez de la letra). Entiendo que estas licencias puedan permitirse en pueblos casi fantasmas y no en populosas capitales, pero el detalle sigue siendo igualmente valioso.

Nunca he visto a Antonio refunfuñar con nadie; esas discusiones por alguna tontería, entre conductor y pasajero, que presenciamos alguna vez en autobuses urbanos, son impensables en este autobús pueblerino, en el que los pasajeros hablan entre sí como si estuvieran en el bar, porque casi todos se conocen y siempre hay algo que decir. Antonio no interrumpe, y aunque es un hombre de pocas palabras, participa con breves y atinados comentarios cuando se pide su opinión. A veces se atreve con algún chiste para amenizar el viaje. Podría contar mil anécdotas para describir la amabilidad de este hombre: en una ocasión le vi cargar el bolso de un pasajero unos metros; no tenía por qué hacerlo, esa función no entraba en su sueldo, pero lo cogió con una sonrisa, quitándole importancia. Este extraño conductor prefiere perder algún céntimo, si no tiene vueltas exactas, antes que hacérselo perder al viajero.
Antonio acumula en su haber mínimas acciones de este tipo, más propias del caballero cortés de antaño que de un estresado conductor de nuestros días. Esta caridad en miniatura se manifiesta con gran belleza ante los ojos que la contemplan y es digna de gratitud.

Antonio lleva una estampita junto al parabrisas de su autobús, ahora no recuerdo de qué santo. Supongo que es un hombre religioso, porque los sencillos no tienen demasiadas dificultades para encontrarse con Dios, y sus constantes muestras de amor testimonian que ha conocido un Amor más grande, del que esos guiños son participación.

Es curioso, sin poner ninguna peli, este conductor ha logrado que mis viajes al pueblo sean mucho más agradables.»

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader

Pequeños detalles, grandes alegrías

Pequeños detalles, grandes alegrías

Es diciembre, paso unos días en el Valle del Tiétar. Salgo a pasear empujado por las ganas de hacer ejercicio y atraído por el día magnífico que tenemos, fresco y con sol radiante en un cielo limpio, los caminos reblandecidos por el agua de las lluvias recientes. Encuentro una señora entre los pinos, a la ladera del camino; cesta de mimbre con asa bajo el brazo y en la mano, un cuchillo embarrado; habla con el perro que le acompaña, más bien le da indicaciones.

La saludo

– buenos días ¿cómo le va, hay cosecha?

Se endereza y una sonrisa le ilumina la cara; me enseña la cesta.

– De momento sólo llevo tres, pero disfruto mucho cada vez que encuentro una seta. Mire ve, aquí hay un buen grupo, pero no me fío; sólo cojo níscalos, que son los que conozco bien. Andaremos otro poco y, aunque no encuentre más, con éstos ya me vuelvo muy contenta.

Nos despedimos, continúo la caminata a buen ritmo mientras sigo impregnado por la alegría de la buena señora. Puedo pensar que su mundo es pequeño, que se conforma con cualquier cosa; o también que tiene la capacidad de saber disfrutar con los pequeños detalles que nos ofrece la vida, que posee la sencillez de descubrir motivos de gozo entre lo ordinario de cada día.

Corren tiempos donde se nos insiste en que la felicidad viene de la mano de  sensaciones fuertes, se anhela lo extraordinario; y la solución la ofrece la publicidad, cuando pone a tu alcance experiencias únicas que te harán feliz, por las que vale la pena gastar dinero, que de eso se trata: una playa de arena blanca, aguas cristalinas, palmeras exóticas; una casa rural en medio de montañas solitarias; una jornada inolvidable en un parque temático…

No digo yo que esas propuestas sean malas; pero es una lástima renunciar a tantos pequeños detalles que pasan a nuestro lado con los que podemos disfrutar. Focalizarnos en lo extraordinario nos adormece para lo ordinario; centrar nuestra ilusión en las vacaciones de verano, nos anula once meses al año. Esperar al fin de semana desperdicia los cinco días anteriores.

Pues como no están los tiempos para tirar nada, intentaré aprovechar todas las oportunidades que me ofrece la vida cada día de lunes a domingo, de todas las semanas de cada uno de los doce meses del año. De momento voy a leer algo sobre los níscalos, que no sé nada y me lo estoy perdiendo.

Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader