Dic 13, 2023 | Escritos
He subido a la terraza para contemplar el atardecer de este sábado de octubre en Caspe, que amaneció despejado y ahora se ha nublado por el poniente. Parece que me quedaré sin repetir el espectáculo de la puesta de sol que disfruté ayer; apoyado en la barandilla me dejaba bañar por el azul intenso del cielo limpio y los destellos de sol rojizo que se escondía por la margen del río Ebro.
Ahora sentado entre las macetas de mi madre que lucen esplendorosas, anoto en el cuaderno las impresiones del ambiente que me rodea, acompañado del zumbido constante de las moscas, pesadas y quisquillosas en esta época, que me obligan a interrumpir la escritura para alejarlas a manotazos.
Un sinfín de pájaros llenan con sus cantos esta hora tranquila. Palomas, vencejos, golondrinas y otros para mí desconocidos, ponen movimiento entre el bosque de antenas estáticas de los tejados cercanos y son la señal de vida. Si no fuera por ellos, diría que estoy delante de un cuadro.
Los cipreses del huerto frente a la casa, altos como corresponde a un buen ciprés, me saludan por entre la barandilla, meciéndose suavemente de izquierda a derecha; en su movimiento pendular, ahora tapan, ahora descubren el caserón viejo otrora pletórico convento de franciscanos, antes de dominicos, y de siempre el Instituto.
Desde la calle llegan los gritos de unos chiquillos que juegan alborotados en discusión permanente. La voz de la madre que les llama a retirada provoca el silencio. La tarde avanzada, sin sol se ha quedado fresca; el frío me toca el alma y arranca recuerdos. Cierro los ojos y dejo que salgan.
Cuando los abro, me llega un rayo de sol que se filtra entre el nublado de tormenta. Viene a despedirse y me brinda un abanico de matices otoñales. Otra puesta de sol que grabo en la retina y alimenta el deseo de volver.
Por hoy tengo suficiente, se ha levantado la brisa, la ropa ligera de verano ya no me protege del fresco, los pájaros se retiran en bandadas, se llevan sus cantos y me he quedado sólo. Yo también me voy.
Escrito el 4.X.95
Revisado y publicado el 13/12/23
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Dic 6, 2023 | Escritos
En esta ocasión fueron tres días, sólo tres días fuera de casa, pero el regreso me removió; volver fue un motivo de alegría al pensar que me esperaban; que allí, mi ausencia no había pasado desapercibida.
Fueron tres días en Palma de Mallorca, intensos de horario y relaciones. Al acabar las sesiones, el contacto personal es enriquecedor y prolonga la oportunidad de compartir experiencias. La conversación empieza hablando de colegios, motivo que nos había convocado, y poco a poco se desliza hacia lo personal. Familia, aficiones, inquietudes y otros asuntos prolongan la atención en el otro y te ayudan a ampliar horizontes, a quebrar la tendencia a ser autorreferencial, a salir de tu mundo y descubrir “otras américas”, personas que llevan dos días sentadas a tu lado con gran riqueza interior.
El atardecer nos dio la oportunidad de pasear por el centro de la ciudad, mosaico urbano de calles estrechas peatonales, con sabor a romanos, moros y cristianos que dejaron su huella en los empedrados, plazas, patios interiores, fachadas, puertas y ventanas. Y volver hacia el hotel por el paseo marítimo, hablando a ritmo de paso lento, oliendo a mar, bajo la mirada atenta de la silueta de la Catedral que se alza majestuosa sobre las antiguas murallas.
Dos tardes de paseo fueron suficientes para confirmar la importancia que la ensaimada tiene en Mallorca. Es el producto de repostería por excelencia con el que se identifica la isla y la ciudad. La tradición la sitúa en el siglo XVII y desde entonces se elabora y consume como parte del acervo cultural e histórico; la gran influencia del turismo le ha dado reconocimiento internacional. La ensaimada tiene una forma redonda que la hace típica; está elaborada con masa de hojaldre fermentada lentamente y luego se hornea para que quede con color tostado por fuera y esponjosa por dentro. Finalmente se espolvorea con azúcar en polvo que le da un atractivo muy apetecible.
La tarde del viaje de vuelta llegamos al aeropuerto con tiempo suficiente para resolver los trámites de embarque y recorrer la zona comercial. Atraen la atención del viajero las cajas de ensaimadas apiladas para que sobresalgan por encima de la vista. Si hasta entonces no la has comprado, esa es la oportunidad de llevar contigo un detalle que habla por sí solo.
Parado frente a una de aquellas pilas de cajas de ensaimadas fui consciente de la alegría que me daba el regreso, porque iba a un lugar donde me esperaban. También pensé cómo sería no tener un sitio a donde volver, que es tanto como regresar al sitio donde tu ausencia no se ha notado porque no le importas a nadie; un escalofrío me recorrió el cuerpo y me enfrió el corazón. Fue un instante, suficiente para dar muchas gracias de lo que tengo y poner empeño en acrecentarlo. El fuego del cariño hay que alimentarlo con ramas menudas, pequeños detalles que lo mantienen vivo.
¿En qué puedo servirle? Emocionado en aquellos pensamientos me había ido al séptimo cielo. Una cara sonriente me miraba con atención; reaccioné. Por favor, póngame unas ensaimadas de esas que hablan por sí solas, esas que cuando las entregas están diciendo “yo también he notado vuestra ausencia”. ¡Entendido! y me guiñó un ojo
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
06/12/23
Nov 29, 2023 | Escritos
Cuando estoy en Barcelona en casa de mi hermana, los domingos vamos a misa a una iglesia de franciscanos que está muy cerca. Se ha hecho tradición hacernos una foto de familia a la salida, el primer domingo que mi madre está allí cuando llega para pasar el invierno con ellos.
A la entrada de la iglesia, en el dintel está escrito el lema “Paz y bien” -en latín “Pax et bonum”- saludo generalizado en la familia franciscana y que ha impregnado la cultura popular en algunos ámbitos. Al acabar la celebración dominical, el padre Bernardino sale al atrio, saluda a cada grupo y nos despide con ese mismo deseo de que la paz de Dios nos acompañe y ayude a encontrar el bien que buscamos.
En 1206 Francisco de Asís decidió abandonar la vida confortable que le deparaba ser hijo de un próspero mercader de telas, con tendencia a la pompa y al lujo. Después de un tiempo de maduración, se despojó de sus ricas vestiduras, se cubrió con un austero hábito ceñido por un cordón e inició una nueva andadura con la que se propuso contribuir a renovar la vida de la Iglesia y de la sociedad. Su ejemplo atrajo a otros jóvenes nobles, recibieron autorización para constituirse en orden religiosa y, desde entonces, muchedumbres de personas de todos los ambientes sociales, ellos y ellas, han seguido esa espiritualidad atraídos por la fuerza de su carisma; de eso han pasado más de ochocientos años y su propuesta sigue tan viva como el primer día. El desprendimiento de los bienes les lleva a la paz y bien interior que muestran y desean para el prójimo.
El mensaje puede parecer un tanto ingenuo, pues si miramos a nuestro alrededor, dentro y fuera de nuestro país, los conflictos llenan las portadas de los periódicos y abren los telediarios. Pero cuando te encuentras con religiosos, como el padre Bernardino y otros que he conocido, que por su formación, experiencia y cualidades personales podrían ocupar puestos de relevancia en la sociedad, reparo que en su actuar no hay ingenuidad. Cuando lo ves en la puerta de la iglesia, después de haber celebrado misa, mostrando su identidad para dar testimonio con su vida, percibo que sabe lo que hace, hace lo que quiere y quiere lo que hace. Ahí radica la fuerza del mensaje que los feligreses se llevan a casa y seguro que les ayuda a mejorar, primero en su interior y luego en su actuar exterior.
Atraer con el ejemplo de vida es poco vistoso; pero se muestra eficaz cuando la persona se siente removida y toma una decisión libre. La renuncia porque uno quiere a pequeños o grandes detalles, el desprendimiento voluntario de algunos bienes materiales, contribuye a la paz interior como fruto de una batalla ganada. Una persona con paz en su interior la extiende en su entorno y facilita el ambiente para conseguir el bien que todos buscamos.
Tengo mucho que agradecer a la espiritualidad franciscana; crecí en su ambiente y en mí han germinado valores que sembraron algunos de los franciscanos que traté. Ellos no lo saben, pero yo sí. Por eso me alegro cada vez que leo el lema que también deseo para ti: Paz y Bien.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
29-11-23
Nov 22, 2023 | Escritos
Esta mañana he salido temprano a dar un paseo por el camino de las cruces. Sentado al pie de una de las estaciones del vía crucis que va del castillo al cementerio, contemplo el despertar del día. Recostado en la columna de piedra fría que realza la cruz, disfruto de todos los pequeños detalles que avivan mis sentidos; los poros del alma se abren para darles cobijo, sin más orden que el de llegada, el mismo con el que te los comparto.
El sol tibio de finales de octubre forcejea por abrirse paso entre la neblina que difumina la estrecha vega del río con el pantano al fondo, casi en el horizonte.
Los pájaros están ausentes en este momento de la puesta en escena del día. Pero hasta mi puesto de observador en lo alto del cabezo, llegan otros sonidos, los primeros ruidos de un día que -tal vez por ser sábado-, no le apetece estar activo: la moto que levanta una nube de polvo por el camino de tierra junto al río; el camión que se desliza lento pegado a la carretera como un juguete de cuerda; el motor de la sierra que trocea unos troncos en algún rincón que no alcanzo a ver; el gruñido inquieto de los cerdos en aquella granja; el zagal tempranero que se acerca inseguro con la moto nueva; el tren de mercancías, largo, eterno, que cruza el puente de hierro sobre el cauce seco; la campana grande que anuncia entierro con un toque propio, profundo, lento, sereno.
Los colores tiñen de otoño la paleta. Los campos de alfalfa lucen un manto verde intenso; los melocotoneros aún conservan las hojas con mezcla de tonos en suave descenso hacía el amarillo; el maíz tardío, vivo, alterna con el seco que ya no se riega, a la espera de ser recogido. Fuera de la huerta, de lo que un día fue cauce del río, donde no llega el agua, sólo veo tierra seca de un paisaje seco que el Ebro envuelve en un recorrido incansable de meandros.
Ahora es el reflejo metálico del avión que pasa alto, muy alto, en silencio; o el humo que sube perezoso desde las chimeneas de un grupo de casas abrazadas a la iglesia.
Dos ancianos me saludan sonrientes, contentos de encontrar una novedad en su paseo matinohabitual y se acercan. La conversación pasa de un tema a otro cosida con recuerdos.
De regreso, camino sin prisa, respiro hondo y sonrío: vuelvo con la mochila llena, mucho más de lo que esperaba de este amanecer.
Escrito el 28.X.95 – Revisado y publicado el 22/11/23
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
Nov 15, 2023 | Escritos
Por fin al cuarto día puede salir a la terraza. El jueves fue un día tosco, de nubes y viento malcarado; el avión que nos llevó de Madrid a Palma de Mallorca, durante buen rato parecía que transitaba por una carretera comarcal indigente de mantenimiento; dejé de leer, cerré los ojos y agarrado a los reposabrazos recé lo que los sustos continuos me permitieron. Al encarar la pista desde la costa, el mar se agitaba con enfado superlativo, color revuelto de pocos amigos y olas enfurecidas que rompían embravecidas contra el espigón del puerto. El viernes y sábado vimos alejarse el temporal, lucieron grandes nubarrones y, a intervalos, dejaron asomar el sol; pero el viento convertía el paseo marítimo en ruta desaconsejable.
El domingo, al correr la cortina del gran ventanal me atrapó la imagen que se encuadraba como un lienzo. El día despertaba sereno, calmado, de colores limpios. A esa hora de la mañana, el sol despuntaba con fuerza por el lado izquierdo y coloreaba de amarillo la pared de la habitación. Fuera, en la terraza quedaba un rincón en sombra desde donde podía mirar sin que la luz me cegara la vista: el puerto, los veleros, el mar y el cielo componían la escena. Las embarcaciones se mecían suavemente, prolongaban su vaivén a través de los mástiles desnudos que, al entrecruzarse, ponían movimiento a la secuencia. El sonido que llegaba de aquí y allá, era el tintinear metálico de las anillas y cables ociosos a la espera de sujetar las velas cuando el viento las impulsa a mar abierto.
Resbalando por encima de lo próximo, la mirada se perdió a lo lejos en busca de la línea del horizonte; me entretuve un rato en imaginarla porque el azul del mar y el del cielo se confundían y la difuminaban. Y en ese juego me encontraron de nuevo las impresiones que me había dejado la conferencia inaugural del Congreso al que asistía. Me desconcertó el título de aquella primera sesión que se anunciaba como “la sonrisa de una sirena”, pero cuando presentaron a Lary León y se puso delante del atril, se me cayeron todos los reparos, estiré el cuello y abrí bien los ojos para no perder detalle. Nació sin brazos y sin una pierna, de eso hace cincuenta años. El médico que atendió el parto no sabía cómo dar la noticia a sus padres, pero cuando la tuvieron en brazos, el padre dijo que era lo más bonito del mundo; y la madre, que era preciosa y sólo estaba un poco rotita. Con ese entorno familiar y su sonrisa, Lary ha tenido lo que según ella es una vida normal, dice que no ha tenido que superar nada porque ella ya nació así. Y cuando se metía en el mar, la pierna buena era como la aleta de una sirena. Su actitud positiva contagia a quienes la tratan, prefiere buscar solución a los problemas en lugar de lamentarse. Ha cumplido su sueño de ser periodista y trabaja como presentadora de programas en televisión.
El golpe de la puerta del baño por la corriente que entraba de la terraza me sobresaltó; se me había pasado el tiempo en un plis plas. Bajé corriendo a desayunar. En la mesa de al lado estaba Lary con otros congresistas; manejaba los cubiertos con su “normalidad” mientras miraba atenta a su interlocutor, con la sonrisa que puede dar título a todas sus conferencias porque le acompaña siempre.
Volví a pensar en el horizonte, en esa tendencia a buscar lejos la felicidad que llevamos en nosotros. Nada nuevo, como ya le pasó al Obispo de Hipona, San Agustín: “… y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba”.
Lary no necesitó darme consejos, porque con el ejemplo de su actitud ante la vida había depositado en mi regazo el horizonte.
Rafael Dolader – vidaescuela.es – @rdolader
15-11-2023